Kendo [Introducción]

Había pasado ya hace mucho tiempo desde la última vez que el castaño practico el arte de la espada conocido como kendo, por lo menos como tal. Solía usarlo frecuentemente en el manejo de su propia espada dándole habilidad mas haya que simplemente llevar un arma y utilizarla sin conocimiento alguno de este. Por mas poderosa que pudiera ser el arma, sería inútil si no se conoce como usarla adecuadamente y podría ser fácilmente vencida por una de menor categoría pero con mejor manejo. Así pues, al entrar en la academia de Jikan se presentó ante los directivos y demostró la habilidad que poseía con las espadas con lo cual logró impresionar bastante a los jueces y fue nombrado como el líder del club de kendo. Vamos, que no cualquiera puede cargar la espada que el usa y fueron pocos quienes pudieron empuñarla adecuadamente y aun si lo hacían no lo hacían con la misma destreza que el.

Ahora le tocaba a el enseñar su habilidades a otros alumnos que estuvieran interesados en aprender, practicar y/o mejorar en el manejo de espadas. Para esto, no serviría simplemente con enseñar las diferentes técnicas que el poseía, sino que también debía de adiestrarlos para hacer uso correcto de estás. Lo que harían después con lo que les enseñara ya sería cosa suya. A decir verdad estaba algo ansioso por lo que tenía pensado que sucedería en poco tiempo.

Era el día en que se daría la primera clase del Club de Kendo. El sitio donde se iba a practicar era un pequeño templo del estilo japones ubicado en el bosque de la isla, poseía un pequeño jardin con una fuente de bambú y plantas japonesas típicas, incluso un par de árboles de cerezo, de esos que en primavera sus hojas son de color rosado. - Vaya, el sitio no esta mal - pensó para si mismo en voz alta mientras admiraba aquel lugar. Entró en el interior de este y no tardó mucho en encontrar equipo adecuado. Ropas y sables de bambú, además de algunas katanas reales aunque solo el tenía las llaves para abrir el pequeño almacén donde se encontraban. Se vistió con las ropas tradicionales del kendo y luego tomó uno de los sables del bambú dejando afuera algunos uniformes de kendo para que los alumnos que llegarán se los pusieran. Se sentó al frente de lo que sería la arena de entrenamiento, dejando su sable frente a el y se dispuso a meditar con los ojos cerrados.

Aika entendía muy bien porqué había llegado a tomar esa desición, incluso si se mentía, incluso si lo negaba no serviría de nada. Se conocía de pies a cabeza y fuera de la fuerza y su agilidad no era poderosa con nada más. Débil, ser débil era la razón para que aceptara. No le gustaba sentirse menos ante los demás y claro, era inteligente, tenía su fuerza y una personalidad conflictiva escondida que podían hacerle perder la cabeza a cualquiera pero necesitaba algo más que vanidad para superar la debilidad que la acompañaba. Llegó a la conclusión que deseaba aprender cosas nuevas, ¿Armas? Posiblemente necesitara una, sin embargo sabía que la técnica y la teoría eran dos cosas tan diferentes, ella no conocía más que lo básico y si alguien lo descubría le causaría bastantes problemas.

Recorrió todo el camino tranquila, con semblante serio, sin que nada pudiera molestar o inundar sus oídos con el ruido que la rodeaba. Tenía un sitio al cual ir en mente, se dijo a si misma que si faltaba la tomarían como una cobarde, como una aspirante, ya que por supuesto lo era, se trataba de una aficionada del deporte y aceptó con grandes expectativas pues alguien le había dicho que sería mejor que lo practicara. Entonces decidió inscribirse en club de kendo. La esgrima era tan diferente de lo esperado, se decepcionó al mismo tiempo que recibía su invitación para presentarse a la primera reunión del club. No conocía a nadie, no era el tipo de persona que se dejase jugar por todos, de hecho, era todo lo contrario, nadie nunca debía jugar con ella, pero eso la hacía sentir nerviosa, emocionada, impaciente y con mucha curiosidad. El papel que llevaba en su mano decía la ubicación, dentro del bosque, en ese clase de ambiente natural y mientras más se acercaba sentía el olor de los árboles de cerezo. Se encontró de frente con un pequeño templo y se detuvo cuando trataba de subir por los escalones, indagó, mirando si había alguien más en el sitio y terminó justo a la espalda de alguien.

No deseaba acercarse, en cambio comenzó a mirar a su alrededor. Pensó que quizás esa persona estaba demasiado ensimismada con lo que hacía que no podía prestarle atención alguna, entonces pestañeó y caminó hasta donde estaba para descubrir que tenía los ojos cerrados — Eres mi líder ¿Cierto? — confirmó entrecerrando los ojos y inclinándo sus piernas para sentarse a su lado. Se acomodó. No había nadie más aparte de ese chico castaño, quien fuese, estaba segura de que la había escuchado.