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The show begins~
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Jikan Highschool :: Papelera :: Papelera
Página 1 de 1.
The show begins~
*Día tras noche, un horario predeterminado que seguir, cinco islas, un lugar en donde solo estar, muchas criaturas reunidas. De eso y mucho más estaba compuesto aquel extraño mundo en el cual tuvo que llegar a parar. ¿Cómo regresar a su tranquila vida normal como pediatra? No había respuesta ante ello, lo tenía bien afirmado, los libros que tuvo que leer para conocer un poco más de su nuevo hogar, no tenían ni una respuesta a lo que buscaba, incluso podía decir que estaba cansado de tanto indagar en las cosas. Ya había perdido la cuenta de los días que tenía ahí, era más que eso incluso, y apenas recién se iba animando a volver a sacar a la cálida persona que era.
Por lo que tenía entendido, los humanos no eran bien vistos, o en sí, eran inferiores a todos. Tuvo que soportar con ello, no sabía de pelea, ni le agradaba usar armas de fuego, ni mucho menos dañar a los demás, por lo contrario, amaba poder ser de útil para quien lo rodeaba, poder sacarles una bella sonrisa a sus rostros, cuidarlos* -Oh! si~ Los lindos patitos necesitan que los cuide- *Decía en tono embobado abrazando una escoba.
Unos días atrás le habían mandado como orden de trabajo el limpiar el teatro, hacerlo relucir, tal parecía que ese mismo día tendrían alguna función especial para los estudiantes, es así como el rubio se encontraba a mano de trapo y escoba. Había llegado desde muy temprano para poder dejar todo a tiempo y no tener que romperse del cansancio. Vestía con una camisa de manga larga de color completamente negro, al igual que su pantalón de corte militar, un par de guantes cafés, mientras que su cabello estaba sujeto en una pequeña coleta. A pesar de su duro trabajo seguía con un aspecto bastante vistoso, no se podía evitar, siempre se cuidaba* -Fuuu~ Casi esta listo por aquí, espero no lleguen los alumnos ahora...- *Se detuvo un momento, mirando los asientos, en verdad era grande el lugar, bien cuidado, cualquiera con altos estándares podría apreciar una obra de teatro, lastima que para él, eso nunca pudo ser visto por sus ojos y ahora, bueno...Ahora era el conserje*
Por lo que tenía entendido, los humanos no eran bien vistos, o en sí, eran inferiores a todos. Tuvo que soportar con ello, no sabía de pelea, ni le agradaba usar armas de fuego, ni mucho menos dañar a los demás, por lo contrario, amaba poder ser de útil para quien lo rodeaba, poder sacarles una bella sonrisa a sus rostros, cuidarlos* -Oh! si~ Los lindos patitos necesitan que los cuide- *Decía en tono embobado abrazando una escoba.
Unos días atrás le habían mandado como orden de trabajo el limpiar el teatro, hacerlo relucir, tal parecía que ese mismo día tendrían alguna función especial para los estudiantes, es así como el rubio se encontraba a mano de trapo y escoba. Había llegado desde muy temprano para poder dejar todo a tiempo y no tener que romperse del cansancio. Vestía con una camisa de manga larga de color completamente negro, al igual que su pantalón de corte militar, un par de guantes cafés, mientras que su cabello estaba sujeto en una pequeña coleta. A pesar de su duro trabajo seguía con un aspecto bastante vistoso, no se podía evitar, siempre se cuidaba* -Fuuu~ Casi esta listo por aquí, espero no lleguen los alumnos ahora...- *Se detuvo un momento, mirando los asientos, en verdad era grande el lugar, bien cuidado, cualquiera con altos estándares podría apreciar una obra de teatro, lastima que para él, eso nunca pudo ser visto por sus ojos y ahora, bueno...Ahora era el conserje*
Natsuki D. Willer- Humano
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Mensajes : 33
Puntos : 850
Fecha de inscripción : 19/07/2013
Edad : 30
Localización : Por aquí, por haya~ Tee hee~
País :
Re: The show begins~
Para Shiki, la soledad suponía una grata compañía; la única que precisaba, la única que podía apreciar. El tumulto de las clases había acabado su paciencia horas atrás, y aunque no buscaba huir (él jamás huía; era demasiado testarudo para hacerlo) tampoco tenía el más mínimo deseo de compartir estancia con nadie. Por lo tanto, concurrir la Cafetería durante el almuerzo no estaba en sus planes.
Con el sudor perlando su piel debido a la última jornada en la clase de Educación Física y las mejillas antes lívidas tintadas con arrebol, Shiki andaba por los pasillos con apremiante velocidad, golpeando accidentalmente a quienes se interponían en su camino (con el hombro, con los brazos; a saber). Las expresiones en su rostro rara vez resultaban transitorias; sobre ellas siempre se instalaba un mal talante, gestos rígidos propios de un hombre gélido y lleno por no más que ambiciones futuras y la apremiante necesidad de comenzar a conquistarlas desde ahora. El cabello negro como la obsidiana despejó su frente y los costados de su rostro cuando finalmente alcanzó el exterior; ahí, el trino de las avecillas atronaba en sus oídos, pero aquel ruido no se comparaba con el estrépito de las voces, el eco de los cotilleos ni el constante golpeteo de los pasos inundando los pasillos.
La primera ráfaga de brisa aminoró el colorete de sus mejillas y le enfrió la cara. El cuello de la camiseta sudorosa se adhirió a su clavícula pero Shiki ni se inmutó. No iba a detenerse hasta alcanzar su destino; un punto situado en el ala oeste del instuto que, gracias a su estratégica, casi exclusiva posición, le proporcionaba la estancia idónea para aplicarse con calma absoluta en sus deberes: el Teatro. Había estudiado semanas atrás los horarios de las prácticas y las funciones y comprobado con satisfacción que éstas rara vez pertenecían a la matiné, lo cual le aseguraba la exclusividad deseada.
Conforme se aproximaba, el plan se iba hilvanando en su mente: Continuar con sus estudios de Anatomía y, consecuentemente, volver a clases. Había calculado todo con lujo, sin tener en cuenta un posible margen de error ni obstáculos que pudieran arruinar sus planes. Aquel espacio había sido suyo y nada más por semanas enteras: por eso era que volvía ahí con ciega diligencia. Sin embargo, ni bien surcó la enorme puerta que daba paso a la sala y divisó, ahí, de pie sobre la tarima la forma de un sujeto que en su vida había visto antes. Sus pasos se detuvieron y su rostro antes impávido dibujó la sorpresa primero y, después, la irritación. Frunció los labios y elevó el mentón, chasqueando la boca para después emprender la marcha a pesar de todo y dirigirse hacia aquel sujeto con paso firme y altivo.
—¿Qué se supone que haces tú aquí? —ni bien llegó y escupió las palabras, prepotente a pesar de su edad. Su naturaleza le proporcionaba el lujo de la arrogancia. No necesitó una respuesta del interlocutor y sin más preámbulos añadió:
—Márchate.
No se molestó en estudiar la apariencia del hombre; no le importaba. Pero, y aunque a su visión aquel hombre pasó desapercibido, a su olfato no. Un singular cosquilleo le hizo fruncir la nariz y morderse la lengua. Con el olor del sudor, tenue y salino, se elevaba la dulzura de la esencia humana, excitando sus apetitos.
Aquel hombre era un humano, y justo ahora, durante el almuerzo, su presencia no podía ser más impertinente.
Pero para Shiki, oportuna.
Con el sudor perlando su piel debido a la última jornada en la clase de Educación Física y las mejillas antes lívidas tintadas con arrebol, Shiki andaba por los pasillos con apremiante velocidad, golpeando accidentalmente a quienes se interponían en su camino (con el hombro, con los brazos; a saber). Las expresiones en su rostro rara vez resultaban transitorias; sobre ellas siempre se instalaba un mal talante, gestos rígidos propios de un hombre gélido y lleno por no más que ambiciones futuras y la apremiante necesidad de comenzar a conquistarlas desde ahora. El cabello negro como la obsidiana despejó su frente y los costados de su rostro cuando finalmente alcanzó el exterior; ahí, el trino de las avecillas atronaba en sus oídos, pero aquel ruido no se comparaba con el estrépito de las voces, el eco de los cotilleos ni el constante golpeteo de los pasos inundando los pasillos.
La primera ráfaga de brisa aminoró el colorete de sus mejillas y le enfrió la cara. El cuello de la camiseta sudorosa se adhirió a su clavícula pero Shiki ni se inmutó. No iba a detenerse hasta alcanzar su destino; un punto situado en el ala oeste del instuto que, gracias a su estratégica, casi exclusiva posición, le proporcionaba la estancia idónea para aplicarse con calma absoluta en sus deberes: el Teatro. Había estudiado semanas atrás los horarios de las prácticas y las funciones y comprobado con satisfacción que éstas rara vez pertenecían a la matiné, lo cual le aseguraba la exclusividad deseada.
Conforme se aproximaba, el plan se iba hilvanando en su mente: Continuar con sus estudios de Anatomía y, consecuentemente, volver a clases. Había calculado todo con lujo, sin tener en cuenta un posible margen de error ni obstáculos que pudieran arruinar sus planes. Aquel espacio había sido suyo y nada más por semanas enteras: por eso era que volvía ahí con ciega diligencia. Sin embargo, ni bien surcó la enorme puerta que daba paso a la sala y divisó, ahí, de pie sobre la tarima la forma de un sujeto que en su vida había visto antes. Sus pasos se detuvieron y su rostro antes impávido dibujó la sorpresa primero y, después, la irritación. Frunció los labios y elevó el mentón, chasqueando la boca para después emprender la marcha a pesar de todo y dirigirse hacia aquel sujeto con paso firme y altivo.
—¿Qué se supone que haces tú aquí? —ni bien llegó y escupió las palabras, prepotente a pesar de su edad. Su naturaleza le proporcionaba el lujo de la arrogancia. No necesitó una respuesta del interlocutor y sin más preámbulos añadió:
—Márchate.
No se molestó en estudiar la apariencia del hombre; no le importaba. Pero, y aunque a su visión aquel hombre pasó desapercibido, a su olfato no. Un singular cosquilleo le hizo fruncir la nariz y morderse la lengua. Con el olor del sudor, tenue y salino, se elevaba la dulzura de la esencia humana, excitando sus apetitos.
Aquel hombre era un humano, y justo ahora, durante el almuerzo, su presencia no podía ser más impertinente.
Pero para Shiki, oportuna.
Shiki- Vampiro
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