۞Les desor denìent ma prison۞

Por fin estaba afuera, por fin aquél dichoso jardín estaba lejos de sus ojos, por fin era libre de vagar por la tierra a placer, mas sabía que seguía legado a ese jardín sin fin, a las hermosas flores blancas que cubrían el grisáceo suelo y a la noche sin fin. Pensó que el bajar a la tierra supondría un cambio radical, una diversión innata que haría quebrantar aquél aburrimiento tan pesado que como si de un yugo se tratara había decaído sobre su cuello, aun así, nada de todo aquello había cambiado aunque el ver la noche caer y el sol despertar cada mañana le había inundado de felicidad genuina, su serio mirar se había contraído en una divertida y alegre sonrisa, aun cuando Apolo ya no estaba allí para hablarle... ¡No necesitaba a ese estúpido dios para seguir adelante! Y aun así, el horrible espectáculo le causaba nauseas, el mundo real no tenía nada parecido a aquél infinito jardín de blancas e inmaculadas flores, en las que siquiera un mosquito se dignaba a posarse por su extrema belleza, en el mundo real, aunque con el tiempo lo hubiera olvidado estaba lleno de esas feas criaturas, hormigas inmundas que manchaban el suelo, al igual que las moscas que rondaban por las afueras. Un pesado suspiro escapó de los labios del príncipe antes de seguir avanzando hacia el frente, en dirección al jardín. Aburrido.

Poco interés sentía hacia los extravagantes estudiantes que se dignaban a cruzar con él palabras. Simplemente los ignoraba y caminaba al frente, mucho más orgulloso que muchos y por ello despertaba oscuros deses en los ajenos, sin duda alguna, hacia otro punto de vista Ganymede resultaría sumamente descortés, anti-social. Lo cierto era bien otro, sabiendo pues que todos se le acercaban por pura necesidad, quizás pensaran que un estudiante como él debía de ser hijo de algún rico señor de quien sabe qué país, mas Ganymede no era otra cosa que el juguete de los dioses, una forma humana con la que hacer que su constante aburrimiento desaparezca, tan solo observándolo y riéndose de sus penurias. ¡No lo permitiría! ¡Él era el príncipe de Troya! ¡No se dejaría pisotear por unos embusteros dioses! Y aun cuando estaba tan seguro de eso, no sabía con certeza como hacerles pagar por haber decidido jugar con él como si no fuera más que una simple muñeca, un juguete en sus manos y nada más. Un suspiro escapó de sus sellados labios mientras su mano se dirigía a su dorado cabello, jugueteando así con un mechón de este mientras su mente se vio vagando por otros lugares, mucho más remotos que esa simple isla... ¿Que fin habrá hecho su tierra? ¿Que quedaría ya del castillo de su Padre?.

No tardó en decidir alejarse de las curiosas miradas de los estudiantes, adentrándose así en los jardines de la academia hasta cierto punto en el que no sería encontrado con tanta facilidad por los demás, o al menos, nadie tenía tanto interés en la vegetación como él la podría tener. Al encontrar un gran árbol proyectando la sombra en un pequeño claro alejado de todo ruido mundano no dudó en recostarse en el pasto, juntó ambas manos en su estómago y entrecerró sus ojos con suavidad, observando el mover de las hojas del árbol con claro aburrimiento. No supo cuanto tiempo pasó, ni si en algún momento había caído en manos del sueño, solo que cuando entreabrió de nuevo sus ojos no vio más que el usual árbol, tapando parte del cielo. Una vez más sus azuladas orbes se cerraron, removiéndose inquieto en la hierba, apoyando una mano cerca de su rostro mientras este se ladeaba al mismo costado que su extremidad, entrabriendo una vez más sus orbes.—Ahhh... estoy tan aburrido...— Comentó con cierto desdén en sus palabras. El aburrimiento era la cosa que aparentemente más odiaba en el mundo, incluso más que a la misma muerte, pues la idea de nunca escapar de ese sentimiento tan infinito era de por si demasiado desesperante.