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۞Je suis le gardien۞
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Jikan Highschool :: Papelera :: Papelera
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۞Je suis le gardien۞
Aquellos horribles paisajes eran algo que Ganymede comenzó pronto a odiar con todo su ser, aquellos que alardeaban de tanta belleza no tenían nada más que eso: su mero ideal de seres mortales, aquellos que no habían visto la belleza del cielo no merecían el derecho a hablar de él, de su belleza y los seres que lo habitaban. ¿Dioses resplandecientes y bondadosos? Sin duda alguna cada uno de ellos poseía un brillo propio e incomparable, una belleza inigualable, mas el hecho de ser bondadosos y carismáticos no era más que una gran patraña al fin y al cabo, ninguno de ellos los había conocido en persona para afirmar la verdad o el falso. Nadie podría engañar a alguien que había vivido siglos o quizás más en compañía de aquellos seres celestiales, cuyo único problema era ser demasiado bellos y extremadamente aburridos, tan ajenos a todo aquello que la humanidad hacían para ellos que siquiera necesitaban ser venerados, de hecho, parecían no tener interés en ello, al menos, eso era lo que podía decir del dios Apolo, aquél que durante muchos siglos había sido su compañero de plática y no era como si Ganymede realmente hablara mucho, tan solo agradecía el no tener que estar solo en un jardín sin fin.
Sus ojos se entrecerraron, observando hacia la cima de aquella que era una gran escalera de altos y resbaladizos escalones. Como se notaba que rara vez el ser humano se acercaba a ese lugar sagrado, al igual que se lo hiciera más a menudo tendrían el mismo resultado: una perfecta máquina para matar. La posibilidad de morir no era la cuestión más debatida por el príncipe, pues se había dado cuenta en sus años de cautividad como mero juguete de aquellos conocidos como Dioses. Ganymede simplemente los odiaba, pero a la vez no podía hacer a menos que sentir cierta devoción por ellos, como si todo ser humano estuviera destinado a amar a sus dioses en el hondo de sus almas, otra cosa que el pelirrubio odiaba en su totalidad: El hecho de ser incapaz de elegir por si mismo que hacer y aquello que no. El haber sido todo pre-destinado, elegido por una fuerza y entidad superior a todas las demás, ser meras marionetas en manos de algo tan subjetivo como el destino era sumamente desagradable de pensar y por ese simple motivo se rehusaba a creer en este. ¿Que dios no mentía? Debía de ser solo una broma de mal gusto, solo habían pretendido testar su confianza hacia si mismo... aunque en aquél momento él no encontró final.
Apretó con fuerza sus puños, volviendo a subir con cierta diligencia cada uno de los escalones que conducían al templo de toda la isla. La curiosidad por conocer el dios al cual veneraban, o el motivo de la simple existencia del templo era bastante cautivador para el rubio, quien ese día libre había subido al dichoso santuario con esa simple motivación, creada a su vez por la pura curiosidad de aquél que una vez fue un ser humano. Cuando su pie se postró en el último escalón un pesado suspiro escapó de sus labios, parpadeó unas cuantas veces antes de dar media vuelta y observar todos los alrededores desde allí. Sin duda alguna era un hermoso lugar, donde poder descansar lejos de las curiosas miradas de todos aquellos aburridos y soberbios seres sobre-naturales, quienes no poseían ojos para ver más allá de lo que la realidad les mostraba. —¡Esto también sigue siendo aburrido!— Su mano pasó por su cabello, jugueteando con un mechón con algo de desdén, emprendiendo sus pasos hacia uno de los "sagrados" árboles que tranquilamente descansaban a los alrededores del santuario. Cuando sus rodillas flaquearon, seguramente por el repentino esfuerzo creado por subir todos aquellos escalones, terminó por caer en el césped, cerrando sus ojos con una adolorida mueca ante el golpe recibido, mas al cabo de segundos volvió a suavizar su mirada, abriendo así sus ojos. —Ah... perfecto...— Ironía, pura y simple ironía.
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Re: ۞Je suis le gardien۞
Not all the stories
F o c u s O n D e e p C h a r a c t e r s
"Érase una vez alguien llamado Rocafú. Era tan minúsculo, que a menudo era confundido con una mera hoja del suelo a causa del verde topacio que cubría su pegajosa piel. Filamentos que partían de la parte inferior de su alargado cuerpo representaban sus pequeñas patitas, solo perceptibles una vez centraras tu mirada con fijeza en ellas. Desde el día de su nacimiento fue condenado al ostracismo y al odio por el resto de las criaturas superiores. ¿Cuál era la razón para que lo observaran con despecho y repugnancia? ¿Qué pecado había cometido para aquel castigo? Temeroso de los gigantes que poblaban gran parte del mundo, se veía obligado a recluirse en el gran jardín de un adosado, que ante él semejaba ser un país entero. Solía asomarse en las tardes calurosas para disfrutar de las horas de Sol, y esconderse entre los agujeros de los árboles cuando la noche o el frío azotaban con violencia.
Adoraba mordisquear las hojas que caían sobre el mullido césped, puesto que agradecía no tener que escalar hasta el follaje por su propio pie. Se deslizaba sumiso en sus múltiples paseos, y escapaba veloz cuando las pulsaciones de su corazón se disparaban. Era detallista, e inmortalizaba las imágenes en sus pensamientos en cuanto tenía ocasión de frenarse a pensar. Rocafú era un filósofo nato. Sus nervios siempre se hallaban a flor de piel, debía permanecer alerta por si algún peligro acechaba. Ser una oruga no era sencillo... Cualquier descuido podría implicar el final de su existencia... Un pisotón, una ave rapaz, el corta césped, los monstruos cuellicortos que gustaban de enjaular a su especie en un bote... Cientos de mitos corrían entre los insectos sobre los vertebrados. A pesar de todo, su modo de vida era pacífico... no se metía con nadie, así como esperaba que a él le dejaran en paz... Si le hubieran preguntado por su actual edad, Rocafú habría fruncido su profundo ceño color albariño, y habría silbado sonoramente... El tiempo transcurría de forma muy diferente para una oruga, cada hora, constituía varios meses para él. Cierto día, un acontecimiento que le marcaría por el resto de sus días sucedió. Sencillamente, llegó sin avisar. Él era tan minúsculo y a pesar de todo ella lo vio... [...]"
Fragmento de los cuentos de Mary.
Los rayos del Sol saludaron a la alegre muchacha que emprendía con afán una marcha plagada de energía. ¿Su meta? Ascender por aquellos escalones hasta la cima del templo. La curiosidad y las ansias de fotografiar parajes singulares la impulsaba hacia su destino. Sus pasos eran cansados, arrastraban extenuación de tiempos anteriores. Quizás, debería dejarse caer sobre el terreno, cerrar los párpados y conciliar el sueño que portaba sobre sus hombros de una buena vez... Sin embargo, la pelicastaña no cedería ante aquel llamado. Aunque sonreiría y zanjaría la cuestión con una alegre respuesta que detonara su optimismo, en el fondo temía que si se derrumbaba, jamás pudiera volver a ponerse en pie. Sencillamente, seguir hacia delante era lo más alentador y provechoso. Sus orbes se posaron en la luz que anunciaba el final de la subida, recreando por un instante, la imagen de dos muchachos de corta edad correteando sin preocupación alguna entre los cerezos. Cerró los párpados, rompiendo la magia de la visión con tan solo un pestañear. No se dejaría engañar por el pasado.
Su rostro se volvió con los labios curvados hacia su hombro derecho, donde un pequeño fásmido observaba todo a su alrededor sin detonar emoción alguna. Sin embargo, la muchacha exclamó.—¡Jake! ¿No es estupendo? Vamos a poder pasar aquí toda la tarde... No pensé que nos dejarían pasar, pero parece ser que eres muy convincente.—Una cálida y armoniosa carcajada se escapaba de sus labios al tiempo que alzaba la mano y acariciaba la cabeza del insecto con minuciosidad y cuidado exquisito. Antes de ser consciente de ello, ante la joven de largos y sedosos cabellos se hallaba la edificación reina del recinto. Un mediano domicilio se alzaba sobre vetustos cimientos, cubierto por un tinte blanquecino que resplandecía gracias a los rayos del astro rey y enmarcada con detalles en oro. Los orbes de la chica se abrieron de par en par, pigmentándose del brillo honorífico que desprendía la estructura. Izó la cámara fotográfica con suavidad, prendiendo el interruptor correspondiente para inmortalizar las capturas del lugar.
Una vez su propósito fue terminado, dirigió una mirada de complicidad a su acompañante, cabeceando como si ambos pudieran entenderse mutuamente. Con pasos dóciles, repletos de una vitalidad inusual en la joven, se dirigió hacia los pastos que rodeaban el santuario, en busca de un establecimiento cómodo donde dispersar sus bártulos necesarios para comenzar con los esbozos del paisaje. Sin embargo, su proyecto fue cancelado por un impredecible descubrimiento. Fue testigo de la aparatosa caída de una muchacha de largos cabellos dorados. Sus labios se entreabrieron con preocupación, emprendiendo una carrera hacia el lugar donde la "adolescente" había desembocado. Se arrodilló ante ella, apoyando ambas manos en el suelo y acercando su rostro al ajeno con notoria desazón.—¿Se encuentra bien?—Se inclinó ligeramente hacia atrás, desplazando sus orbes por todos los elementos del actual escenario. Aún manteniendo la mueca de desasosiego, se puso en pie, tendiéndole la mano a la desconocida sin vacilación.—¿Necesita ayuda para levantarse?
Mary Gurlukovich- Humano
- Mensajes : 11
Puntos : 250
Fecha de inscripción : 03/08/2013
Re: ۞Je suis le gardien۞
Los rayos del sol cruzaron aquél velo de hojas con suma facilidad, como si no fuera más que una ilusión creada por la madre naturaleza. Ganymede cerró sus ojos con fuerza y ladeó su cabeza a un lado, escondiendo sus ojos de aquellos rayos de sol tan molestos en aquél momento. Un suspiro escapó de sus labios en un acto desesperante. Estaba cansado, y como si fuera poco podría estar seguro que el aburrimiento podría poner fin a su vida como si no fuera la gran cosa. —Ngh... Maldito Apolo— Blasfemó. Estaba seguro que el dios del sol no se molestaría con sus infantiles palabras, al fin y al cabo bien acostumbrado estaba a escuchar sus groserías, seguramente ya ningún otro efecto que una sonora carcajada sería capaz de escapar de los labios del joven pelirrojo. Se había ganado todo el odio del príncipe con sus meros actos, el haber matado a su hermano era un hecho, el haberle encerrado durante milenios era otro y ahora el utilizarlo como una mera ópera de arte había culminado el vaso. Su mano se subió hasta llegar cerca de su mejilla, no parecía más que un joven dormir sobre un campo de hierba. Era por culpa del aburrimiento, no había forma de luchar contra él de forma humana, era demasiado poderoso incluso para los demonios... Aunque supuso que si él se aburría también Apolo lo haría, único motivo por el cual su sonrisa cruzó sus pálidos labios durante a penas segundos.
Una voz le despertó de su pensar, cuando entreabrió una vez más sus ojos lo primero que vio fue la cara de una muchacha frente a él. Afiló así su mirar, quizás suponiendo que aquella muchacha frente a él no fuera más que una ilusión, un sueño, nada más que una mentira creada por su mente... —¿Ah?...— Susurró extendiendo su mano hacia arriba, rozando a penas con la yema de sus dedos la mejilla de la chica, con suavidad, casi asegurándose que no era más que un sueño. Su mirada se suavizó al notar la calidez de estas y sin pensarlo dos veces dejó su mano caer... ¡La había tocado! —Como que no es un sueño...— Su susurro era más para si mismo que la contraria. Odiaba los humanos, al igual que todas las demás razas tan vulgares que merodeaban por la academia, aquellos que alardeaban de su belleza cuando realmente no la conocían, aquellos que se sentían grandes señores cuando no eran más que simples vasallos, aquellos que pensaban utilizar cuando eran utilizados. Los seres humanos que tanto anhelaban la eternidad no conocían el aburrimiento que esta causaba, tan grande y aplastante que incluso era complicado de soportarla. Y aun así todos ellos pensaban que su realidad era la correcta, quizás como el propio Ganymede al fin y al cabo. Aun así aquella muchacha se había preocupado por él sin algún motivo aparente y esas cosas, raramente pasaban.
Cuando sus ojos volvieron a entreabrirse la misma muchacha estaba frente a él, extendiendo su mano con aquella pregunta tan trivial. ¿Por qué no debería de estar bien? Quizás era cierto y no lo estaba, pero seguramente el motivo de su malestar era el persistente aburrimiento que le había perseguido desde el mismo Olimpo. —¡Estoy perfectamente! Tan solo me cansé subiendo los escalones y sigo aburrido... horriblemente aburrido...— Sus palabras sonaron completamente desesperadas, aunque quizás no era más que puro drama, mas un suspiro escapó de sus labios. Al fin y al cabo estaba exagerando un poco. Cerró sus ojos una vez más, girando su faz hacia el otro lado, buscando así de cierta forma escaparse de los rayos de sol que seguían molestando su vista. Tan solo anhelaba encontrar alguna forma de pasar el tiempo, por muy banal que pueda ser.
Una voz le despertó de su pensar, cuando entreabrió una vez más sus ojos lo primero que vio fue la cara de una muchacha frente a él. Afiló así su mirar, quizás suponiendo que aquella muchacha frente a él no fuera más que una ilusión, un sueño, nada más que una mentira creada por su mente... —¿Ah?...— Susurró extendiendo su mano hacia arriba, rozando a penas con la yema de sus dedos la mejilla de la chica, con suavidad, casi asegurándose que no era más que un sueño. Su mirada se suavizó al notar la calidez de estas y sin pensarlo dos veces dejó su mano caer... ¡La había tocado! —Como que no es un sueño...— Su susurro era más para si mismo que la contraria. Odiaba los humanos, al igual que todas las demás razas tan vulgares que merodeaban por la academia, aquellos que alardeaban de su belleza cuando realmente no la conocían, aquellos que se sentían grandes señores cuando no eran más que simples vasallos, aquellos que pensaban utilizar cuando eran utilizados. Los seres humanos que tanto anhelaban la eternidad no conocían el aburrimiento que esta causaba, tan grande y aplastante que incluso era complicado de soportarla. Y aun así todos ellos pensaban que su realidad era la correcta, quizás como el propio Ganymede al fin y al cabo. Aun así aquella muchacha se había preocupado por él sin algún motivo aparente y esas cosas, raramente pasaban.
Cuando sus ojos volvieron a entreabrirse la misma muchacha estaba frente a él, extendiendo su mano con aquella pregunta tan trivial. ¿Por qué no debería de estar bien? Quizás era cierto y no lo estaba, pero seguramente el motivo de su malestar era el persistente aburrimiento que le había perseguido desde el mismo Olimpo. —¡Estoy perfectamente! Tan solo me cansé subiendo los escalones y sigo aburrido... horriblemente aburrido...— Sus palabras sonaron completamente desesperadas, aunque quizás no era más que puro drama, mas un suspiro escapó de sus labios. Al fin y al cabo estaba exagerando un poco. Cerró sus ojos una vez más, girando su faz hacia el otro lado, buscando así de cierta forma escaparse de los rayos de sol que seguían molestando su vista. Tan solo anhelaba encontrar alguna forma de pasar el tiempo, por muy banal que pueda ser.
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