☽The Power of Words☾

Entreabrió sus ojos en cuanto una voz acudió a sus oídos. Su cabeza se levantó lo suficiente como para ver a un joven hombre frente a él, la sonrisa se mostró en los labios del pelirrubio ante la amabilidad ajena. Si aquél chico fuera un estudiante, sin duda alguna la sangre de un ser sobre-natural corría por sus venas. ¿Qué sería? ¿Un ángel, un demonio? O... quizás uno de aquellos seres que aun no había llegado a establecer confidencia. Ladeó a un costado su faz, en un gesto inocente, casi infantil. —Te lo agradecería— La sonrisa se hizo aun más presente en su rostro, una mucho más calma y amistosa que la anterior, fundada en un extraño sentimiento de misterio que el mago solía otorgar a las personas. ¿Era realmente necesaria su ayuda? Quizás no fuera así, sin duda podría escapar de los libros si solo pondría un poco de fuerza en sus acciones, pero... en ese preciso instante no tenía motivo alguno para hacerlo. Extendió su mano hacia el contrario y con una sutil sonrisa esperó poder ser libre de aquello que le estaba impidiendo el moverse libremente.

El saber tenía un peculiar sabor, tanto como el amor podría ser interpretado con el dulce y la tristeza con el amargo. Para el pelirrubio no era más que una forma de pasar el tiempo, para romper sus días interminables encerrado en una olvidada habitación, entre mares de libros. Aquél sabor a veces dulce y otras amargo, salado, picante... todo eso podía sentirlo con el solo leer las páginas de aquellos libros que se encontraran entre sus manos. Era una manera mucho más divertida que cualquier otra, después de todo, tampoco era como si Salomón conociera otra forma para pasar el tiempo a parte de leer, al fin y al cabo, siempre y únicamente había estado encerrado entre cuatro paredes sin forma de salir. Que irónico, él, el hijo del rey encadenado en su propio palacio, al menos, ahora se encontraba libre, capaz de experimentar todo aquello deseado y aun así, su curiosidad le conducía sin reparo una y otra vez a la demora de los libros, en su compañía era cuando realmente podía afirmar que su tiempo trascurría... o quizás solo estaba exagerando él mismo.

Mi nombre es... Christopher Keegan...— Sus ojos se entrecerraron, era peligroso decir su nombre a un desconocido y aunque se pudiera afirmar que ninguno de su palacio tuviera el ingenio suficiente como para llevar hasta su paradero: una lejana isla en quien sabe donde, una isla en medio del mar y por sorpresa de todos un tiempo distinto al suyo... Cuanto más pensara en ello más extraño le resultaba el tener que ocultarse ante todos. —Pero hace mucho me llamaban Salomón...— Sus palabras volvieron a resonar con suavidad en el silencio de la sala mientras sus labios se curvaban en una complicada sonrisa. —... ¿Tú eres?...— Un demonios, un ángel... No, no era nada de todo eso, al menos, era aquello que un banal humano bendecido por el cielo y por voluntad propia abandonado podía decir... o al menos... eso era lo que anhelaba aparentar.

Agradeció la ayuda contraria, puesto que, para empezar se había sentido en problemas debido a aquella gran cantidad de libros encima suyo. Eran interesantes y aquello no lo negaría, pero también tenían la capacidad de matar a alguien con su gran saber. Al ponerse de pié sonrió al hombre ante él. Gilles François de Rais, por un momento aquél nombre se le hizo conocido, aunque quizás no fuera más que pura imaginación suya. —Gilles... ¿Eh?— Su sonrisa se ensanchó sutilmente y fijó su mirada en el contrario. —Imagino que como todos los estudiantes también eres un ser sobrenatural. Aun así, gracias por tu ayuda— Poco le importaba a Salomón aquello que fueran los estudiantes, tanto demonios como ángeles poco iba a cambiar su forma de ver las cosas. Pocos momentos después que el otro comenzara a apilar los libros y entonces, él también dio inicio a la recolección. Tomó con cuidado los libros del suelo y los depositó en su respectivo estante, sin nunca borrar aquella radiante sonrisa de sus labios, ni aquél velo de misterio que solía irradiar. Salomón no era un hombre misterioso mal grado, aunque quizás no era lo mismo para los demás. Tan solo era un hombre demasiado curioso, incapaz de quedarse quieto y esperar que su vida desapareciera entre las manos del tiempo, pues al fin y al cabo era humano, su vida corría en cuestión de un simple parpadeo. No podía darse el lujo de esperar siglos para saber aquello que ansiaba, aunque la curiosidad matara al gato, él no tendría problema alguno con ello.

—Quizás varias horas...— Susurró a penas ante la pregunta contraria. Ciertamente ¿Cuanto tiempo solía pasar antes de que volviera a la realidad? —Durante mi infancia estuve todo mi tiempo encerrado en una habitación repleta de libros. Las novedades de este mundo me fascinaron— No había mentira alguna en ello. Las historias que los libros contaban de los ángeles, de los demonios, sus hazañas y luchas. Al haber dejado el último libro a su debido estante se apoyó en una de las muchas estanterías, con cuidado de no provocar un nuevo diluvio de libros por su acto, mas nada pasó, aquella estantería siguió incorporada, sin mostrar signos de querer ceder. —¿A ti también te agradan los libros?— Su mirada se entrecerró y pasó por los títulos de aquellos libros cercanos, ninguno que llamara su atención. Se incorporó, caminando hacia el frente hasta quedar al lado del chico. —Vayamos a ver más estanterías... Quizás se encuentre algo interesante— Parpadeó, ocultando un inesperado bostezo con la palma de su mano y volver a sonreír como ya costumbre era en él. Quizás fuera irresponsable acercarse a un ser sobrenatural cuando este tenía la capacidad de terminar con su vida en un abrir y cerrar de ojos, pero poco le importaba acerca de ello, la curiosidad para él, valía incluso más que su propia vida y aun así, había formulado una promesa, antaño, con alguien.