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Mensaje por Nobara Ibaragi Jue Ago 29, 2013 5:40 pm


❄Ricordi dormienti.❄

PRIVADO - NICHOLAI

Mañana será un día importante.

Aquellas palabras estaba cargadas de diversos significados, de acepciones que escapaban a su percepción infantil. Sus cristalinos orbes se alzaban hacia el cielo, vigilando la posición de la Luna entre las nubes. ¿Qué le estaba tratando de inculcar su progenitor? Su mano se asía a la paterna con torpeza, así como su cuerpo se relajaba en presencia del ajeno. Solían contemplar el horizonte nocturno cuando las pesadillas acosaban a ambos. En el caso de la criatura, monstruos escuchados en boca de ancianas del vecindario, en el de su padre, fantasmas de la, injustamente arrebatada, difunta esposa. Quizás fueran visiones que diferían de un trazo en común, mas ambos se consolaban mutuamente en silencio. La brisa helada acariciaba las perladas mejillas de la menor, que adoraba la estación que precedía a la primavera. El invierno portaba consigo la esencia de su existencia... Amaba los terrenos cubiertos de porcelana blanquecina, la frialdad al tacto de la nieve, las sonrisas en los labios del resto de infantes.

Alegría. La muchacha de apenas cinco años de edad se alimentaba de aquella emoción, la inducía a mantener la mente despejada y los pensamientos amenos. Estornudó. Estar asomados a la terraza apenas embutida en un camisón de tela no era una opción correcta. Con una pequeña mueca de decepción hacia su descuido, su progenitor posó sobre sus hombros una chaqueta de piel perteneciente a la madre de la menor. Nobara no permitía que sus orbes abandonaran su posición vigilante ni un solo instante. Temía perderse aquel momento. Las palabras sobraban en aquellos tardíos encuentros. El mero hecho de permanecer en compañía era suficiente para calmar la ansiedad de la infante. Quizás fueran los años de soledad los que habían fomentado aquella camaradería, o el fuerte lazo de la pérdida que los unía profundamente, pero era un hecho conocido por el barrio, que la pequeña jamás se separaba de su progenitor sin un buen motivo para hacerlo. Aunque no lo pronunciaría en voz alta, temía poder extraviar al mayor si lo perdía de vista.

Cielo, sería mejor que te metieras en cama. Es muy tarde, y sabes que luego no te encuentras de buen humor... Podrás jugar mañana con la nieve, no hace falta que esperes por la primera caída de los copos de este año.

No.—Susurró vacilante la criatura, dibujando en sus facciones un perfecto puchero, que se convertía en el indicador de que las lágrima se agolpaban en sus orbes.

Papá Noel se enfadará... ¡Quizás no tengas mañana regalos en el árbol!

No importa papá. Quiero ver caer la nieve.

Y en el fondo, él amaba que así fuera. La quietud de la noche, las apacibles sombras de la serenidad, el inconfundible piar de las aves rapaces, los insectos dedicándoles su particular balada nocturna. Nunca renunciaría a la espera de la primera nevada. Aunque él acariciara esas memorias con cariño paternal, la pequeña las recordaría en el futuro como amargas, decepcionantes en ciertas ocasiones e impacientes... A veces rondaba el inquietante pensamiento de si la Luna se reía de ella... De si le agradaba observar a la mocosa ilusionada e inculcar en su corazón la ansiedad de cumplir sus anhelos. ¿Quién podría comprender aquella magia navideña que camelaba a los jóvenes del hogar? Por mucho que se buscara el significado, la esencia del encanto... La única huella que conduciría a resolver el misterio sería el brillo ilusionado en los orbes de los infantes. Un candor idéntico al que iluminaban los ocelos de la pequeña.

Oficialmente, ya estamos en mañana... ¿Zahíra?

¿Sí, papi? —Respondió la mocosa, sin perder de vista las nubes que vedaban al astro reina.

Felicidades.

Mientras los protectores brazos de su progenitor la rodeaban en un dichoso abrazo, un ligero y presto copo de nieve se deslizó sumiso hasta la nariz de la menor. Una carcajada se escapó de sus labios, así como sus brazos se extendieron hacia el cielo con felicidad abrumadora. Su corazón se agitaba con brío en su pecho, cual caballo de voluntad indomable desbocado en busca de la libertad. Nadie sería capaz de estropear aquel efímero instante, que se tornaría eterno en los confines de su memoria. Un año más se cumplía de su existir, un invierno más que añadir a la colección, una sonrisa nueva que acumular en el baúl.

Estaba nevando.

Fragmento de los recuerdos de Nobara.


Tanto era lo que había llegado a poseer, ilimitados los sentimientos que la embriagaron, brillantes los pensamientos que surcaran su mente en los instantes de soledad. ¿Qué había perdurado de aquella efímera época? Ahora el pesimismo se habría paso con brusquedad entre fragmentos de memorias pasadas sin destino alguno. Los orbes de aquella vivaracha muchacha habían extraviado su luminosidad, la vida que solía acompañarla en su avanzar. Ahora solo deseaba detenerse, que el mundo cesara su movimiento y le permitiera sumirse en un descanso eterno. La joven levantó el rostro hacia el astro rey, entrecerrando los párpados en un intento por sostenerle la mirada al Sol. Las jornadas se sucedían una tras otra, sin dejar alguna clase de huella en el interior de la muchacha. Su mente se consumía lentamente en la agonía de los recuerdos, se dejaba engañar por el pasado y la felicidad sentida al lado de su ser amado. Quizás, en otros tiempos se atormentaría con las diversas posibilidades de la ubicación del mismo...

Pero en aquellos momentos, era mejor permitir que su mente se sumergiera en la falsedad del ayer. Postrada en el banco de piedra, la suave brisa primaveral parecía rodear a la muchacha, evitando el contacto con la piel de la misma... Cualquier roce podría obligarla a despertar de su fantasía, del sueño eterno en el que se había visto sumida en el abandono. Sus dedos acariciaban con delicadeza los pétalos de una rosa carmesí arrancada del arbusto que a su derecha florecía. Sus ocelos no perdían de vista las elegantes formas del ser... Quizás la finura de su forma conseguía amortiguar el resentimiento de su corazón. Ahora estaría junto a él, paseando y protegiéndolo hasta el final de sus días. Un amargo suspiro se escapó de sus labios. Estaban en invierno, su estación preferida... Aquello era lo que berraban sus cavilaciones, rompiendo la verdadera lógica del entorno hostil que la rodeaba. Sus labios dejaron entrever una sonrisa ambigua, incolora.—La nieve, está danzando entre nosotros... —Y junto a aquellas palabra, un escalofrío recorrió su espina dorsal con paciencia.

Acto seguido, la superficie de la flor se tiñó de escarcha, terminando completamente envuelta en pálido hielo, tras el cual se observaba un rojo vibrante. La joven acercó lo sostenido a su nariz, impregnándose de la fragancia invisible de la susodicha. En su mente, imágenes de tiempos pasados camuflaron sus angustias con sonrisas, juegos y palabras inocentes. Solo ansiaba sumirse en la alegre desesperación del ayer... Olvidarse del mal y la soledad que hoy la acompañaba en su camino. Con él, aunque fuera solo junto a la sombra de su existencia, nada parecía antojarse temible. Quiso que el presente no fuera más que un nefasto sueño, que desembocara en despertarse en el lecho junto a su querido, respirando su esencia y su vida. Quiso volar a su encuentro, por muy lejano que se hallara... ¿Era demasiado pedir que aquella tarde cesara su respiración para abandonar esa pena continua?

El dolor nublaba su razón.



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Mensaje por Nicholai Bathory Vie Ago 30, 2013 2:34 pm

"-Como miras a lo lejos a través de las tinieblas, te equivocas en lo que te imaginas. Ya verás, cuando hayas llegado allí, cuánto engaña la vista a la distancia."
-Virgilio, La Divina Comedia, Infierno Canto XXXI




El pasar de los días era como el tic tac de un reloj de pared que se acercaba lentamente a una hora esperada, cuanto más esperada fuese esa hora, más lento pasaban las horas, minutos, segundos y décimas que se acercaban al final. Por otra parte, no conocer el momento concreto en que ese final llegaría también ayudaba a que la desesperación tomase forma en los pensamientos de cualquiera, pues se esperaba la llegada de un momento que no estaba determinado. Muchos habían sufrido el dolor de la desesperación en sus corazones, muchos habían llegado a comprender el dolor del tiempo y la locura que podía llegar a traer consigo ese interminable tic tac. Por extraño que pueda parecer, un joven de aspecto noble y adinerado conocía perfectamente esas palabras, comprendía su significado a la perfección pues las sufría constantemente. Muchos dirían "¿Tan joven y con ese aspecto adinerado? Eso es imposible", pero eso sólo lo dirían aquellos ignorantes que no supieran cuan difícil podía llegar a ser la vida de cualquiera. El joven observaba desde la oscuridad de su habitación el horizonte, el sol nunca entraba en aquellas cuatro paredes que ahora le cubrían casi por completo, sólo sus brillantes ojos rojizos como la sangre podían verse desde el exterior de la sala. No le hacía falta tener un reloj de verdad para que su mente recordase continuamente el tic tac, ese sonido que parecía burlarse de él con cada vez que se repetía.

Podía decir que tuvo suerte, no todo cuanto había en aquel lugar le recordaba la desesperación, la presencia de alguien, o algo, había conseguido calmar su agonía desde el preciso instante de su llegada a donde fuera que se encontraba. Un pequeño ave recién nacido que ya conocía también el significado de la desgracia desde tan temprana edad, lisiado en una de sus alas y en su manera de respirar. El destino podía llegar a ser irónicamente cruel, el ave no era otro que una fénix, supuestamente era un ser que siempre se regeneraba o moría para resurgir de sus cenizas majestuosamente pero ella era totalmente incapaz de ello. El joven Nicholai la cuidaba como si se tratase de una hija, la tuvo en sus brazos al nacer y vio cómo apenas era capaz de respirar luego de aquel doloroso accidente, tenerla a su lado era un consuelo que no podía encontrar en ningún otro lado. Aquella ave necesitaba muchos cuidados, su ala y el sistema respiratorio artificial requerían de un mantenimiento continuo, entre ellos, tratar de llevar una vida "corriente" como una mascota más. Nicholai insistía en pasearla y darle espacio a que volase libremente entrenando su ala nueva, sin embargo también necesitaba de la luz del sol y él sólo paseaba durante la noche, al menos la mayoría de las veces.

El joven se vistió con uno de sus múltiples trajes, de color negro con algunos adornos en blanco, camisa blanca por debajo de la chaqueta negra y una corbata de color rojo perfectamente colocada en en cuello de ésta. Se cubría además las manos con unos guantes de cuero negro, apenas quedaba a la vista parte de su cuello y la cabeza, no podía salir teniendo el rostro al descubierto pues su cabeza pasaría a ser algo más parecido a una vela encendida. Para ello siempre llevaba un parasol que además usaba para cubrirse de la lluvia en caso de que ésta le sorprendiese. Una vez hubo tomado éste y la armónica que siempre llevaba para Songbird, tocó unas suaves notas para comunicarse con ella y que se apoyase en su hombro como solía hacer, ya podían salir de aquel pozo de oscuridad y tristeza. ¿A qué lugar se dirigían ambos? A ninguno en concreto, sólo quería dar un paseo junto a su querida mascota para que le ayudase en su "vida corriente", donde le guiasen sus pies estaría bien fuese cual fuese el destino.

Un largo paseo por el campus derivó en las Áreas Verdes, cómo había llegado allí era lo de menos, ni tan siquiera se había fijado en que estaba en el lugar nombrado, simplemente avanzaba silencioso por la zona con Songbird en su hombro, emitiendo suaves sonidos gracias a la caja situado en el interior de su respiradero artificial. Una suave música que Nicholai había aprendido a identificar y que además podía responder utilizando la armónica que llevaba. Ambos en conjunto estaban recitando una agradable melodía que a oídos de cualquiera podía ser simple música pero que ellos entendían como un idioma propio. Sin percatarse siquiera de la presencia de alguien más, Nicholai terminó por sentarse en un banco de piedra que estaba a escasos metros de su posición, continuando con su melodía conjunta aunque el pequeño ave si que se percató de la presencia de una joven chica y advirtió al conde de ella. Los ojos del Damphir se fijaban entonces en la chica allí sentada mientras que los de Songbird se tornaban amarillos, aunque continuaban con la melodía, comunicándose entre ellos.
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Mensaje por Nobara Ibaragi Dom Sep 29, 2013 3:19 pm


❄Ricordi dormienti.❄

PRIVADO - NICHOLAI

Estaba agotada de aguardar. Desde el primer instante de su existencia, había permanecido alerta, a la espera de que la fortuna le devolviera la sonrisa tras décadas de insistencia. ¿En cuántas ocasiones sus labios habían pronunciado palabras alentadoras como único pretexto de mantenerse engañada a si misma? ¿Cuántas veces sus orbes habían recreado pasajes de su pasado para mantener la coherencia estable? La mera posibilidad de abandonar el fuerte en el cual se había aislado de la sociedad, provocaba una creciente ansiedad en el pecho de la muchacha. Si cerraba los párpados con fuerza y mentía descaradamente a la realidad, estaría bien... Quizás no en aquel instante, mas en el futuro funcionaría. Al menos, eso deseaba con creciente desasosiego. Bienvenidos fuesen los embustes si apaciguaban la ansiedad y sedaban el sufrimiento que corroía sus entrañas sin pausa alguna. Sus ocelos permanecerían cubiertos por el velo del ayer, las memorias se tornarían su consuelo y mejor tratamiento contra la enfermedad. Un lenitivo insuperable en aquellas condiciones. ¿Qué sucedería cuando se viera obligada a retornar a la verdad? ¿Cuando la muerte fuera a visitarla en el lecho sería la joven de perlados cabellos consciente de ello? ¿O esbozaría una tímida sonrisa, desfigurando el rostro de la defunción hasta semejarse al del ser amado? Había asimilado que no existía cura alguna para su aflicción... Mas aunque pensara en la vida escapando de sus orbes, era incapaz de imaginarlo.

Habría dado lo que fuera por regresar al pasado, a los cálidos instantes que se visualizaban uno tras otro en su mente. Hubiera deseado no aprender la dolorosa enseñanza que ahora se insertaba en su corazón como una daga imposible de arrancar sin causar mayores asperezas que las ya poseídas. ¿Cómo era posible extraviar tanto en un mero segundo? En un leve pestañear, la esencia de su existencia se esfumó entre fantasías y anhelos. Quizás, la culpa fuera suya por haber dejado volar su imaginación hacia un futuro lejano en el cual la felicidad fuera posible. Los latidos que le quedaban por realizar se agotaban al mismo ritmo que su respiración se elevaba y descendía. No importaba lo que sucediera con su conciencia, a fin de cuentas, hacía tiempo que se había perdido a si misma en medio de la confusión de la desesperación. No obstante, la hora de despertar se hallaba demasiado lejano como para meditar en ella. Sus párpados se cerraron con suavidad, visualizando en su mente el inmaculado escenario de la pradera adornada por los sumisos copos de nieve que descendían desde las nubes, realizando una fulminante danza digna de las deidades. La torpe silueta de una infante que lucía un recién estrenado abrigo de terciopelo saltaba de montículo en montículo, riendo a mandíbula abierta sin cesar de girar sobre su propio eje. Era curioso la cantidad de detalles que uno podía percibir si realizaba una vuelta al pasado, a sus memorias más profundas y extraviadas entre el sufrimiento. Una frase retumbó con fiereza en su pensar: “Canta de nuevo la melodía, la única que consigue que sienta.”

El desconcierto medró en su interior. ¿Cuál era aquella canción? ¿Cómo sonaban las notas que debía interpretar? Una laguna memorial creció repleta de brío en su corazón, aumentando la inquietud que la envolvía. ¿Era posible haber olvidado algo que él tanto amase? Sus párpados se contrajeron con fuerza, quizás buscando castigar mediante el dolor ilusorio a la menor. Su cuerpo se estremeció suavemente, realizando todos los esfuerzos posibles por traer a sus cavilaciones los acordes extraviados. Las invisible barrera que la distanciaba de la realidad se tambaleó estruendosamente a oídos de la muchacha, quien alzó sus perladas manos para ocultarlos suavemente. Deseó que los fuertes brazos del pelinegro la sostuvieran contra su pecho, que sus pálidos labios susurraran deliciosas palabras tranquilizadoras, que el tiempo se detuviese por siempre a su alrededor... No obstante, como respuesta a sus súplicas solo obtendría burlas y carcajadas de su subconsciente, que risueño se mofaba de la pérdida del conocimiento de aquella melodía pedida. Un mero detalle como una sencilla cantinela, era capaz de provocar una cicatriz estremecedora en la joven de cabellos azulados. Porque lo amaba. Y no someterse a sus demandas, significaba un destino más nefasto que la defunción para ella.

Y fue entonces, cuando una quebradiza romanza pareció instalarse, producto de un amable hechizo, en su discurrir. En realidad, la joven no se percató de que la tonadilla no era la misma que la de sus recuerdos, mas en los momentos carentes de lucidez, era un perfecto reemplazo para aprisionar el sufrimiento nuevamente. Así fue, como en su visión vio a aquella infante de abrigo recién estrenado entonando la canción que estaba escuchando. Sin pretenderlo, sus cuerdas vocales se unieron de cuando en vez a los acordes entonados en forma de un meditabundo silbido apenas audible. Tras unos instantes realizando la acción, se detuvo, abriendo finalmente los párpados y contemplando sus pálidas manos que ahora yacían sobre su regazo apaciblemente.—Que hermosa...—Susurró para sus adentros, encerrada en el bucle atemporal que el dolor la había obligado a forjar. Suspiró sosegada por los sonidos que llegaban a sus cavilaciones sin dificultad alguna. Por un instante, le pareció que el espejismo se desvanecía, depositándola en un lugar desconocido para ella, la realidad. Durante un momento, deseó no estar sola... Poder abandonar aquel áspero sentimiento que la doblegaba. Confundida al hallarse sentada en aquel banco, musitó extrañada.—¿Qué es este sitio...?



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