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Mensaje por Nobara Ibaragi Mar Ago 13, 2013 7:39 am


"Madness is my Virtue"


Datos Básicos
  • Zahíra Benamor {Pasado} // Nobara Ibaragi {Actual}
  • Koori-hime {Ice Princess}
  • 16 años aparentes // 200 reales
  • Ángel Caído/Asesina
  • Haradrim/1ºAño
  • Heterosexual

Datos Físicos

Descripción Física

¿Quién podría poner en su boca palabras para referirse a la apariencia de esta angelical muchacha? Se trata de una mentalidad pesimista encarcelada en la anatomía de una criatura divina. Fisionomía quebradiza, es notoria en ella la falta de musculatura y fortaleza corporal. Estatura por debajo de la media mas sin rozar lo extremo, llegando al metro cincuenta y nueve. De silueta femenina mas sin profundizar en sus curvas o en su busto apenas existente. A pesar de su centenaria edad, su juventud es palpable, siendo la palabra pubertad la que se identificaría mayormente a su apariencia. Así mismo, el adjetivo fragilidad parece estampado en cada uno de sus ademanes, en su pálida tez, en sus rasgos cansados y marchitos por el paso del tiempo y los estragos que la enfermedad produjo en ella. Nobara parece fabricada de una fina porcelana con leves matices de armonía. Melodiosa es la totalidad de la muchacha, que roba corazones allá a donde se dirige con su mera apariencia.

Una chiquilla que carece de fuerza física alguna, de extremidades finas y piernas delgadas. Nadie podría identificar a la joven como atlética, y acierta al no otorgarle esa cualidad. Débil, endeble y quebradiza, sus huesos o su piel tienden a lastimarse con una mínima caída por más sutil que sea. De hermosos cabellos ondulados que caen sin control alguno por encima de sus hombros, de una pálida tonalidad semejante a la del hielo azulado. Suaves, finos, centelleantes, se deslizan ocultando la totalidad de su frente así como parte de sus orbes en ocasiones. Jamás porta un recogido, excepto cuando la situación lo requiere obligatoriamente. De ocelos enormes y vistosos, a pesar de que los años consiguieron que se entrecerraran suavemente, confiriéndole un aspecto armonioso, de belleza intocable e inalcanzable. Los mismos son de un tinte azulado a juego con sus mechones. En muchas ocasiones puede apreciarse la poca vida que se aprecia en ellos, como si el alma de su portadora se hallara lejos, intocable por los mortales que la rodean... En sus orbes se lee el anhelo de desaparecer, de esfumarse, de fallecer.

Posa tu atención en las facciones de la calma, te encontrarás con unos labios finos, pequeños, que rara vez dejan posarse sobre ellos a la mariposa que representa la sonrisa. Nariz pequeña y ligeramente respingona, a juego con la forma de su menudo rostro semejante a un corazón. Sus mejillas carecen de la vitalidad que otorga la buena salud, brindando en su lugar una superficie ondulada y pálida cual estrella lejana. Largas pestañas oscuras remarcadas por un par de cejas de la misma tonalidad, las cuales jamás se contraen en una mueca de enojo. Orejas pequeñas y redondeadas. Se la puede observar en todo momento portando el uniforme de su grupo... Hasta los fines de semana lo lleva consigo por el mero hecho de no querer salir a comprar prendas nuevas. Peso liviano y bien distribuido, no se puede alegar que la delgadez sea extrema a pesar de la enfermedad.

El sello de su grupo lo luce tras la nuca.

{ I }
&
{ II }

Datos Psicológicos


Psicología

Una barrera la aísla de lo que acontece a su alrededor. En términos comunes, podríamos concluir que la muchacha padece un leve trastorno de la personalidad, que causa su estado actual. La primera imagen que te llevarás de la muchacha es la falsedad en persona. Con los orbes siempre ausentes, dentro de su propio mundo donde el pasado envuelve su entorno, te toparás con una ángel de carácter distante, lejano, inalcanzable... Misteriosa por el costado desde que la observes, recibirás palabras carentes de sentido, pensamientos seleccionados al azar de su dolor, citas célebres leídas con avidez de algún grueso volumen de su antigua existencia. En el reino creado por su sufrimiento, es inconsciente de donde se halla, perdiendo el sentido de la orientación. En sus encuentros es fría, serena, inmaculada. Sin embargo, su aura siempre se ve cubierta por el pesimismo y la amarga soledad. Por mucho que grites su nombre ella escuchará tus palabras como un eco lejano. No dudará en matar si alguien se lo ordena. Es como una marioneta, que se limita a respirar y a lamentarse en voz alta de las tragedias que envolvieron su caminar.

Una eterna interrogación adorna su rostro, siendo una joven confundida y solitaria. Es conocida por el campus como la "Princesa del Hielo", siendo condenada por sus compañeros al ostracismo. Tienden a ignorarla o a maltratarla por puro antojo, recibiendo sumisión como respuesta. Vulnerable sentimentalmente, se desequilibra con sencillez perdiendo el hilo de las conversaciones la mayor parte del tiempo. Educada, a pesar de sus vocablos o sus pensamientos seleccionados al azar, jamás faltaría al respeto a nadie que no se lo mereciera. ¿Insultos? Esas barbaridades no encajan con los buenos modales que le fueron inculcados. En su muralla fabricada con recuerdos del ayer, no existe la posibilidad de ser alcanzada por un vago encuentro con un mero saludo y una despedida... No obstante, cuando la luz o la oscuridad de otro ser traspasa su barrera, cuando se da cuenta de la dolorosa verdad donde se haya, su verdadera personalidad sale a luz. Se ve atraída a la fuerza hacia la realidad.

Nobara abandona su encierro voluntario en sus ensoñaciones para transformarse en una joven tímida, confusa y sumamente desorientada. Su forma de hablar es suave aunque debido a la timidez crónica de su ser es propensa al tartamudeo. Conserva su educación y sus modales a la hora de relacionarse, y pierde completamente la indiferencia hacia lo que sucede a su alrededor. Se preocupa por los demás y trata desesperadamente de mantener atrás las dolorosas memorias. Delicada e insegura de sus acciones, suele tornarse dependiente de aquellos con los que tabla algún vínculo. Cuando su yo auténtico sale a relucir, no soporta herir a otras personas aunque puede llegar a hacerlo con tal de agradar a aquel al que entregue su alma y su corazón. El temperamento que se esconde en aquella barrera es considerablemente más amable, cálido y confortable. Su salud es delicada, y a cada jornada que transcurre empeora y se acorta su lapso de vida. Herida mortalmente, sufre breves períodos de ceguera que con el tiempo se van haciendo más usuales, así como desmayos frecuentes -posee un medicamento para esos casos.- y ataques de tos que suelen desencadenar con la pérdida de sangre. Así mismo, si no ingiere las pastillas en un corto lapso de tiempo, su piel comienza a oscurecerse... Si su cuerpo se tornara de esa tonalidad completamente, perecería. La medicina solo ralentiza el avance de la enfermedad, mas en algún momento, dejarán de surtir efecto y la muerte de la muchacha llegará....

Y eso es un consuelo que lleva demasiado tiempo aguardando cual perro fiel espera el reunirse con su extraviado dueño. Se culpa a si misma por las innumerables muertes causadas, llegando a ansiar arrebatarse de una buena vez la vida, algo que el personal docente no está dispuesto a aceptar. No es un hecho demasiado escondido que tiende a autolesionarse por puro placer, para ser capaz de sentir que la existencia se le escapa entre las manos y que su dolor sin final podrá obtener un merecido descanso. Sumisa, obediente... A estas alturas carece del valor para negarse a lo que le manden o para tomar decisiones por si misma. A pesar de todo, no es de lágrima fácil y puede tener breves ataques de confianza en el futuro, cada vez más escasos. Al haber sido maltratada en innumerables ocasiones, tiende a sentir dependencia emocional hacia aquel que le tienda la mano y le dedique cordiales sonrisas acompañadas de palabras amables. ¿Enamoradiza? Llegó a ofrecer su vida por la de su ser amado, una devoción que iba más allá del afecto entre pareja, un flechazo a primera vista... Aunque si se profundiza en lo que sentirá por aquellos que lleguen a su memoria, podría definirse como una especie de "encandilamiento" y "necesidad" por estar con ellos.

Sufre de lapsos se amnesia frecuentes. Debido a la barrera en la que se aísla usualmente, si no sale de su ensoñación durante un encuentro, es posible que lo olvide completamente. Así mismo, no es consciente de cuando se desplaza de un lugar a otro o cuando se autoagrede.


Gustos
✖ La nieve y el invierno.
✖ Persona.
✖ La Navidad y las celebraciones en general.
✖ El pasado.
✖ La calma y la serenidad.

Disgustos
✖ El verano.
✖ Cualquiera que se oponga a su amado.
✖ Asesinar (aún cuando bajo mandato del Director comete homicidios)
✖ El dolor del presente.
✖ La sangre.

Otros Datos
Debilidades
✖ Su enfermedad es su principal defecto. No pelea jamás debido a su fragilidad interna, así como la ceguera que ocasionalmente padece y los dolores que la envuelve. Prácticamente es inútil en batalla.

✖ Usar sus poderes la debilidad muchísimo, pudiendo desmayarse al usar dos veces el mismo.
Habilidades
✖ Ventisca Eterna: Habilidad de hielo que le permite a su usuaria provocar una feroz ventisca que cubre un radio de veinte años siendo ella el centro de la misma. El poder ralentiza al enemigo y dificulta la visión del mismo durante cuatro turnos. Esta tempestad no suele ser usada actualmente en combate, por lo que si la convoca es de forma pasiva, sencillamente para crear un ambiente invernal a su alrededor. Puede ser usada dos veces de tema con un descanso de dos posts de por medio.

✖ Cristallizzazione: Habilidad de hielo que consiste en congelar aquello que es palpado por su usuaria. Los cuerpos pequeños se congelan en tan solo un turno, y solo pueden ser tres a la vez durante cinco turnos. Es capaz de usar esta técnica en personas, mas tarda dos turnos completos en terminar la labor y el hielo solo persiste durante dos turnos. No usa esta técnica para combatir nunca. Debe haber un lapso de dos turnos entre cada vez que use el poder.

Extras
✖ Nació el 25 de diciembre a la una de la madrugada.
✖ Posee un colgante que Dios les entregó a todos los ángeles que se dirigían a Cristeria.
✖ Nobara era inmune al poder de Persona debido a que no lo temía como el resto de gente a su alrededor. Sencillamente su habilidad se activaba al percibir en los seres de su alrededor desconfianza, temor o sencillamente alguna emoción neutra o negativa. Nobara siempre se sintió atraída hacia él y jamás tuvo pensamientos malos sobre él, por lo que era inmune al poder de Persona.
✖ Nobara significaba flor salvaje y en realidad le fue dado ese nombre por Persona.
✖ En realidad Nobara fue cogida por Dios para la partida en venganza hacia su madre Adeleine, puesto que ella era usada en peligrosas misiones e hizo un trato con Dios de que si cumplía satisfactoriamente un último encargo, obtendría la libertad de casarse con Charles. Él aceptó para cumplir con sus propias leyes, y como ella cumplió lo dicho, siempre sintió rencor hacia Adeleine.
✖ Posee escasos recuerdos sobre su padre, puesto que los bloqueó todos como mecanismo de defensa contra el dolor.
✖ Solo celebró sus cumpleaños hasta el sexto, puesto que desde ese día no ha tenido tranquilidad.
✖ En un futuro, morirá a causa del poder de Persona.
✖ Al aparentar ser menor de edad, Persona no pudo prometerse oficialmente con ella. Sin embargo, la promesa del "volveré" ambos saben que es un voto de compromiso.
✖ Aunque no lo dijeran, Persona y ella son pareja oficial.
Datos Biográficos

Cada existencia encierra una historia, un pasado enterrado por el paso del tiempo. Relatos gentiles, piadosos, cautivadores, amenos, olvidadizos, desadvertidos, sencillos, tortuosos... Mas cada ente con capacidad de expresión, posee sus memorias. La vida de la muchacha que se pronunciará a continuación, quedó estrechamente ligada a la de una sombra, a la de un ser que jamás debió haber nacido. Las desgracias del ajeno fueron las suyas propias.

-La sombra no existe; lo que tu llamas sombra es la luz que no ves.-

Cuentan que en las profundidades de la urbe celestial Nayely se esconde una mazmorra para encerrar a los condenados por Dios. Situada en canales subterráneos, prisioneros de toda índole habitan con la esperanza de que en algún momento el mañana les vuelva a devolver su fortuna. Aquellos azotados por la culpa que confesaron sus pecados reciben un castigo menor, siendo el permanecer un par de décadas en una estancia sin ventanas. No obstante, la mayoría suelen ser traidores que fueron capturados durante su retirada, su escapada... Cuando eso ocurre, el resto de su existencia queda consagrada en un agujero formado en las duras rocas de la prisión, con derecho a consumo de comida y agua potable una vez a la semana. Y luego, estaba él.

Rei Serio jamás había pretendido asesinar. Nunca habría arrebatado una vida con sus propias manos. Sin embargo, había ocurrido. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que haber nacido él con aquellos poderes? Los odiaba. A su habilidad y a sus progenitores, por asegurarle que siempre permanecerían a su lado... Mas sobretodo, se detestaba a sí mismo por haber sido ingenuo. Apenas aparentaba ocho años de edad cuando sus padres lo postraron ante el magnífico gobernador del Cielo. Sin represalias ni lamentos. Su primogénito debía ser asesinado. ¿Acaso era su culpa el haber nacido con aquella aptitud? Su corazón fue atravesado por las palabras de sus procreadores, al contemplar como el pulso de su verborrea era sereno, como no se leía vacilación en su forma de hablar sobre su hijo como un bastardo desechable.

Fue en ese entonces cuando el odio medró con fuerza en su alma, cuando la semilla terminó por germinar. No vale la pena continuar relatando lo sucedido si no se profundiza por el pecado del muchacho. Aquel engendro poseía desde el momento en el que abrió los párpados por primera vez el terrorífico poder de la señal de la muerte o comúnmente llamado, la corrosión. Esta habilidad era incontrolable para el pequeño infante, todo lo que aquello tocado por sus pequeñas manos terminaba por pudrirse y romperse.... Hasta los seres vivos. Algunos osan asegurar que lo que el niño producía era una enfermedad desconocida al no poseer cura alguna. Cuando el muchacho palpaba a otra persona, la misma empezaba a cubrirse de ronchas oscuras que se iban propagando por todo su cuerpo. Cuanto más estaba en contacto con el joven, más rápido era el proceso de corrosión. En menos de 24 horas, podía arrebatar tu vida con tan solo una caricia. Su habilidad era tan incontrolable, que él mismo poseía ronchas oscuras en el rostro y por su cuerpo al no ser capaz de controlar su don. Sus padres nunca habían querido creer que el que todo lo que palpara su hijo se rompiese fuese un poder... No obstante, tras la muerte del médico que fue a hacerle un chequeo, no dudaron en entregarlo, renegando así de su primogénito.

Dios no asesinaría a semejante arma a la que podría dar utilidad si una nueva guerra se desataba. Sencillamente lo encarcelaría por el resto de su existencia. Así fue como el mugriento infante fue aprisionado en el interior del prisidio, sin posibilidad alguna de redimirse... Sin un futuro a la vista. Cuando el muchacho cumplió los once años, aún estaba lejos el mañana en el que la esperanza volvería a brillar, mas había llegado al mundo, el resplandor que le daría una década más tarde la ilusión de continuar.

-Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro.-

—Charles, como médico.... No. Como amigo, lamento comunicarte que tu esposa ha fallecido durante el alumbramiento.

Dolor. La saliva adquirió un sabor amargo que corroyó la sonrisa paternal e ilusionada que momentos atrás había bailado en su rostro. Sus labios terminaron por mutar en una mueca de represalia, desesperación y aflicción. A pesar de continuar con vida, podía sentir como las ansias por existir se desvanecían. Ante sus ojos fueron destrozadas una a una las imágenes de su nueva rutina... Aquella que había imaginado que disfrutaría junto a su esposa y la recién nacida. Lenta y bochornosa fue la lágrima que se deslizó ávida por su mejilla, causando estragos acuosos a su paso. El dorso de una gran mano, marcada por agotadores jornadas trabajando sol a sol por construir el hogar donde residiría su recién adquirida parentela, retiró la secreción con torpeza, poco acostumbrada a realizar aquel trabajo. ¿Y ahora? ¿Quién iba a canturrear alegre por las mañanas? ¿Quién apoyaría su cabellera contra su pecho en busca de arrumacos? ¿Quién le brindaría la oportunidad de ser feliz? Ya nada de aquello sobrevivía en su mente.

—Os... advertimos que era un embarazo de riesgo... Que existía la posibilidad de que la madre pereciera durante el mismo. Debisteis haberos plantearos el no...

—Cállate... ¡Cállate! Ya lo sabíamos, sabíamos todo eso pero aún así quisimos intentarlo. Cientos de ángeles portan en su vientre embriones inestables... Cientos de ellas consiguen sacar adelante hermosos bebés. Dime por qué... ¿Por qué tuvo que ser Adeleine? No es justo... No es para nada justo... E-Ella... Ella deseaba que llegara el día de ver a nuestra hija... No es justo que le tocara morir... N-No es...

Se derrumbó. Su cuerpo fue deslizándose hasta quedar a los pies del médico, con las facciones desencajadas y contraídas en un gesto que representaba el desconsuelo en su esplendor. Adeleine no volvería a ser estrechada entre sus brazos, sus sonrisas no llenarían el vacío de su corazón, no la vería de nuevo... En su mente, aquella idea no podía ser procesada. Sencillamente, era imposible asimilar aquella rotunda pérdida. Habría preferido que desapareciera, que se fugara de su vida con una triste nota de despedida... Puesto que conservaría el aliento del imaginar un posible reencuentro. Nada le brindaría consuelo, nada podría rellenar la soledad instalada en su pecho.

—Charles... La niña está viva.—Ante la incrédula mirada de su paciente y conocido, se apresuró a concretar de forma más precisa el mensaje que deseaba transmitirle.—Está esperando impaciente por conocer a su padre. Tiene los ojos de ella.

Un afligido Charles asomó su pálida cabellera por la puerta de la sala de partos. El cuerpo de su anteriormente esposa había sido retirado con suavidad, siendo precavidos con el estado mental en el que se hallaba el hombre en aquellos instantes. No estaba en sus cabales y la desesperación era su peor adversario. Dos pulcras enfermeras y un fornido agente de vigilancia permanecían a ambos costados de una pequeña mecedora sobre la que un bulto agitaba sus pálidos bracitos en el aire. Un paso. Y luego, otro. Los orbes desvaídos del señor se centraron en el pedazo de porcelana que representaba la infante en aquellos momentos. Sus palabras sonaron lejanas, tenues a causa del sollozo que amenazaba con surgir de su garganta: "Quiero cogerla." Un asentimiento, una concordancia. Cuatro pares de ojos posados sobre un abatido padre víctima de la desgracia. Seguidamente, unos brazos que alzan con la suavidad de quien levanta un frágil tesoro, a una beba envuelta en seda. Dos miradas que quedan conectadas por el entendimiento, el dolor de un viudo junto al de una huérfana, la muerte que unió a ambas criaturas. Y entonces, imprevisiblemente, dos bocas que se abren de par en par dejando escapar un lastimero llanto. Y entre sollozos, un progenitor que susurra: "No te dejaré. Voy a estar contigo para siempre. Jamás te abandonaré, Zahíra."

Jamás subestimes la fuerza que otorga una pérdida, el poder de una vida sesgada en vano y la conexión que se genera entre los afectados. Charles se sentía en deuda con su pequeña retoña. Quizás, de no haber sobrevivido la recién nombrada, habría terminado suicidándose, en busca de reunirse con su añorada familia extraviada. Zahíra le daba un motivo por el cual continuar, una vida a la que alimentar y proteger con la suya propia. Le brindó una razón por la cual existir.

El hogar construido a mano dejó de antojarse voluminoso e imposible de amueblar en cuanto la graciosa rapaza empezó a dar sus primeros pasos. Su padre corría tras ella en busca de retenerla para darle el baño diario, la comida o acostarla. La nena era inquieta y curiosa, un remolino indomable. La casa hizo suyo el olor de la infancia, la risa y la delicia de la paternidad. Contrariamente a lo usual, quien acudía al lecho del otro cuando los recuerdos de Adeleine eran demasiado insoportables, era el bueno de Charles, que apretaba contra su pecho de forma protectora a su primogénita.

—¿Qué haces aquí, papi?—Inquiría curiosa la infante.

—Hay un monstruo en mi mente, y solo se va cuando estoy contigo.—Replicaba él.

Aquella pequeña de revoltosos cabellos fue creciendo con el espeso paso del tiempo, abandonando los carritos y los pañales, pasando por la etapa soñadora, la caprichosa y la sumisa. La niña demostró grandes aptitudes con sus poderes, predominando el dominio del hielo entre sus cualidades. Sus mentores se atrevían a considerarla una prodigio dentro de la escuela. El destino semejaba sonreírle abiertamente a la muchacha. Su sexto cumpleaños había llegado sin avisar, el 25 de diciembre. Como siempre. Las pálidas velas asomaban con timidez en el gran pastel mercado por su padre en la lujosa pastelería de la esquina. Mas antes de soplarlas, la desgracia hizo su aparición vestida de gala.

Las puertas fueron abiertas de par en par, fríos pasos resonaron por la vieja casa espectadora de todos los años que habían habitado padre e hija en ella. Miedo, terror, pavor, incomprensión... Su progenitor trató de tomarla en brazos para escapar por la ventana abierta, mas unas fuertes manos tiraron de él hacia atrás, tirándolo de bruces contra la pared del fondo... Ella se sintió caer sobre el suelo. Una punzada de dolor se expandió por el muslo, mas apenas lo notaba. Luego, unos dedos que se aferraban en su brazo y la obligaban a ponerse en pie.

—¡No! ¡¿A qué han venido?! ¡Dijeron que nos dejarían en paz! Nos prometieron a Adeleine y a mi que estaríamos juntos... ¡Déjenla!—Berreaba con desesperación su padre, en un inútil intento por conseguir que sus captores la soltaran.

—Ella no iba en el paquete.—Replicó serenamente el arcángel que aferraba con mano de hierro a la pequeña criatura, que no hacía más que mantener sus orbes bien abiertos ante lo que sucedía.—Sabías a la perfección que algún día vendríamos. Solo era cuestión de esperar. Cuando una nueva partida se requiere, muchos son los sacrificios requeridos.—Dos ángeles de menor calibre que hacían de guardia del superior le propinaron codazos, puñetazos y patadas al buen hombre, padre de la menor, mientras alaridos cargados de sufrimiento brotaban de sus paternales labios. Tales fueron las heridas ocasionas y las vértebras colisionadas, que la vida se esfumó de sus orbes de forma lenta y penumbrosa.

—Zahíla...—Fue lo último que susurró el que una vez fue Charles, ante la incrédula mirada de su retoña.

De aquella manera, arcángel, guardianes y cría, abandonaron para siempre el hogar que la vio crecer. Y así, Zahíra quedó sola otra vez. Había perdido a su padre y a su madre antes siquiera de poder apreciarlos como debía. Como único testigo, se alzaba el que una vez había sido el domicilio de los Benamor.

La pequeña fue transportada sin delicadeza alguna hasta un recinto circular, donde varios muchachos mayores que ella parecían igual de desorientados. Todos portaban sobre su pecho una insignia que rezaba: "Especiales." Un hombre de gesto afable colocó uno de los sellos en la parte superior de su camisa verde. Curiosamente, era su favorita. Ninguno de aquellos seres se acercó a la recién llegada. Algunos sollozaban de forma apenas audible, otros mantenían la mirada perdida en la nada. La voz de Dios se escuchó sin previo aviso, profunda, redundante, plena.

—Ángeles. Escuchad las palabras que vuestro creador os dedica. Algunos de vosotros fuisteis seleccionados por vuestro poder procedente de vuestros progenitores, otros lo obtuvisteis con entrenamiento, mientras que en los casos más extravagantes fuisteis bendecidos con ellos. Sentíos orgullosos de haber sido seleccionados para cubrir la región de Cristeria, asolada desde hace centenarios por demonios de alta cumbre. Es mi deber adjuntar su protección a vosotros, aquellos con el poder suficiente para detenerlos. Matadlos. Sin dudar. Deben ser liquidados. Partid. Os esperan aquellos que os guiarán.

Zahíra no sabía como actuar. Un haz luminoso inundó el recinto cubierto, deslumbrando a los jóvenes ángeles, que jamás habían abandonado el cielo. Se miraron entre ellos y cruzaron el portal con la vacilación bailando en sus orbes. Les habían educado para obedecer sin rechistar a aquel hombre, aún a pesar de que muchos hubieran sido despojados de los brazos de sus progenitores. En el lugar no quedaron más que la vacilante infante de cabellos ondulados y un adolescente en plena edad púber que cubría con un antifaz sus facciones. La niña no dejaba de mantener la vista hacia atrás, sin asimilar lo acontecido.

—¿Qué haces?

La fría voz del joven hombre retumbó en sus oídos. Siempre las recordaría con esmero y amor platónico, al haber sido su primer encuentro con aquel muchacho que marcaría su vida. Zahíra posó sus orbes con tristeza en los ajenos tapados, como si estuviera buscando a quien aferrarse. Su corazón palpitaba con fuerza, al tiempo que el haz luminoso se reflejaba en sus ocelos de la tonalidad del hielo. Sus finos labios se entreabrieron con suavidad, dejando escapar un breve suspiro repleto de nostalgia y anhelo en él. Lentamente, pronunció:

—Espero a mi papá. Tiene un monstruo en su mente y parece que le atacó antes. Él tiene que venir conmigo, mi papá siempre está conmigo... siempre...

¿Qué demonios replicar ante palabras semejantes? Quizás una caricia, una sonrisa, unos hermosos vocablos pronunciados con cariño fueran el consuelo necesario, mas el desconocido solo pudo cabecear hacia ambos lados, en negativa a lo dicho. "Está muerto."  Dijo con frialdad, sin dejarse cegar por la compasión que cualquier otro habría experimentado con la infante. Aunque aquellas palabras resultaban desconocidas para la pequeña, comprendió que jamás volvería a ver a Charles. No lloró. La frialdad cubrió sus pupilas, al tiempo que extendía su mano en busca de apretar la ajena.

—¡No lo hagas! ¡Te mataré!—Dijo el extravagante adolescente tratando de rehuir el contacto de la menor... Sin embargo, la ajena no se dio por vencida. Con esmero, entrelazó sus pequeños dedos en los del mayor, sonriendo suavemente. Nada. Ni una sola marca que evidenciara que se estaba corroyendo apareció en su curtida y pálida piel de porcelana. Cogidos de la mano, ambos personajes se dirigieron hacia el portal, conscientes de que ya no volverían a soltarse nunca. Siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta y deja entrar al futuro. Y entonces, llegarían a los oídos de Rei Serio las primeras palabras que él recordaría de parte de Zahíra.

—Tu mano está cálida.

• • •

«Nobara Ibaragi...»

Aquel había sido su pequeño regalo hacia si misma, un mísero capricho que permitirse para concederse el lujo de olvidar el pasado. Un nombre. Una denominación diferente a la anterior, un apelativo que contenía cientos de nuevas esperanzas puestas en él. Cuando informó a los demás de aquel cambio, todos quisieron unirse a su moción. Algunos le pidieron consejo, otros sencillamente optaron por escoger el que más desearon.  ¿Cuánto tiempo llevaban habitando en Cristeria? La nación de las flores. Jardines brotaban por doquier, edificios de sinuosas estructuras, frondosos y centenarios árboles... Aquel país iba retrasado en tecnología, mas la gran diversidad de razas y espacios de vegetación que habitaban en él, conseguían que se pudiera haber convertido en una gran potencia turística... Si no fuera, claro estaba, porque enormes murallas se alzaban rodeando las fronteras. Desde la llegada de los demonios a la región, miles de muertes se habían producido sin cesar, entre ellos niños y enfermos.

Bajo el mandato de Dios, la misión de aniquilar a aquellas criaturas infernales se había convertido en la rutina diaria... No obstante, no importaba lo mucho que sufrieran, las veces que aliados cayeran sin vida a sus pies, las bestias no dejaban de aparecer. La mano de una muchacha que aparentaba once años de edad se posó sobre el cristal de la ventana, estremeciéndose ante los copos de nieve que descendían con elegancia sobre la ciudad. Sus orbes del color del hielo perseguían la caída de los mismos con apacibilidad, a la espera de que él regresara de la misión. Su corazón palpitaba inquieto, dejándose llevar por el temor de que algo malo pudiera haberle sucedido. Aquellas tareas que sus superiores les asignaban eran cargantes, sumamente peligrosas. Usualmente todos aquellos que acudían no solían volver. De cientos de ángeles provenientes del comienzo de la partida, solo sobrevivían siete de ellos, aquellos cuyas habilidades estaban a la altura de la situación.

—¿Qué haces aquí?

No había escuchado el crujido de la puerta de la estancia del mayor. La menuda figura de la joven se volvió hacia el recién llegado de cabellos oscuros, dejando escapar un suspiro de alivio. Estaba a salvo... O al menos eso pensó hasta que descubrió los profundos cortes que enmarcaban sus mejillas, y la sangre que goteaba de su abdomen.

—¡Estás herido! ¡Deja que te ayu...!

—¡Cállate! ¡Apártate!

La fuerza del empujón consiguió que la rapaza se diera de bruces contra el suelo. Su mejilla ardía ante la veloz bofetada propinada. Ni una sola lágrima se escapó de sus orbes. Su mano se posó sobre el área dolorida, mientras se ponía en pie de forma latosa, sintiendo sus extremidades agarrotadas. Aquello era usual. Él solía soportar mucha presión, demasiada carga para su juventud... El mayor precisaba abandonar aquella furia con ella, la única inmune a su poder. No importaba. Por mucho que la golpeara, siempre volvería a ponerse sobre sus extremidades para apoyarle. El adolescente se precipitó sobre la silla que estaba situada en el fondo de la estancia, dejándose caer con rabia en la misma. El color puro del asiento terminó por teñirse del rojo de la sangre carmesí.

—¿Por qué? ¿Por qué sigues acercándote a mi siempre? ¡Te mataré!

«Por favor, cállate.
Lo sabes.
Sé que lo sabes...»


—Persona.—Susurró la muchacha aproximándose suavemente a su posición, arrodillándose ante el joven y apoyando su rostro en el regazo ajeno. Aquel nombre se lo había regalado ella misma, con todo su afecto. La mano del mayor se posó en su cabellera con vacilación, siempre temiendo ante la posibilidad de lastimarla como a tantos otros. La niña se estremeció ante su contacto, sintiendo como la calidez del mismo la embriagaba, la abrumaba, la encandilaba, la unía profundamente con aquel ser de las sombras. Sus labios se entreabrieron, dejando escapar un leve gemido.

—¿Harías cualquier cosa que te pidiese llegado el momento, Nobara?

—Lo que mandases, yo lo cumpliría fuera donde fuera, a cualquier momento.

—¿Por qué?

Ella misma al principio de todo aquello se había preguntado aquella sencilla cuestión. Desde el momento en el que lo cogió de la mano, en el que sintió su calidez y su hermosura, se había sentido ligada profundamente a su ser, en algo que iba más allá de la dependencia.

—No importa lo que suceda, Persona... Yo siempre... estaré a tu lado. Hasta el final.

«Sí, definitivamente...
estaré junto a él, porque yo...
lo amo más que a mi vida.»




• • •

Su corazón se agitaba inquieto en su pecho. La tormenta azotaba la región de Cristeria con violencia, causando estragos a su paso. Tras el cristal de la ventana, en la oscura estancia, una muchacha de apariencia cercana a la pubertad permanecía inmóvil, temblando ante la inmensidad del miedo que la consumía por dentro. Hacía jornadas que el joven debería de haber regresado, magullado como de costumbre. Silenciosas lágrimas resbalaban por las perladas mejillas de la chiquilla, que las dejaba circular a su ritmo entre inquietantes cavilaciones. Él había estado aquella temporada más extraño que anteriormente. Sus palabras la rehuían, su mano se separaba la suya con demasiado apremio... Nobara se estremecía de dolor solo al imaginar que Persona no quisiera tenerla a su lado nunca más. Cubrió su rostro con ambas manos, escuchando repentinamente el crujir de la puerta al abrirse.

—¡Per...!

—¿Nobara? ¿Qué haces tú en la habitación de Persona? ¿Acaso vosotros dos soléis...?—El eco de la voz de uno de sus siete compañeros rebotó sin vida en sus oídos. La muchacha trastabilló hasta terminar acurrucada en el suelo, controlando su pulso desbocado.

—¿Qué le ha pasado? ¿Está bien? ¡¡¿Dónde está?!!—Por primera vez en toda su existencia, el tono de Nobara ascendió hasta convertirse en un estridente chillido. Ante sus pensamientos se posaba la insoportable imagen del cadáver de su ser amado. Imposible. Él tenía que estar bien... seguramente habría regresado ya y la estaría aguardando en el portal del edificio donde los ángeles encargados de exterminar se reunían usualmente.

—Tranquilízate Nobara... Sé que ambos estáis muy unidos... D-Deberías ir a la sala de reuniones... Dos arcángeles han venido para hablar de un tema. Se trata de Persona.

Las siguientes horas las recordaría de forma difusa a causa del profundo dolor que se instaló en sus sienes. Con pasos cortos, acompañada por un chico de cabellos rubios (Hayate) que la sostenía por los hombros a causa de la inestabilidad y el temblor que se había adueñado de la peli-azul, se dirigió a la sala de reuniones. En el fondo, ella no deseaba ir allí. Aunque la consumía por dentro el desconcierto y el desasosiego de no saber el paradero del mayor, su consciencia le gritaba que saliera corriendo, que se alejara cuanto pudiese del mundo y se sumiera en una barrera plagada de recuerdos. Todo con tal de escapar de las nefastas primicias que se avecinaban. Sus orbes brillaban luchando por contener las lágrimas, sus labios temblaban. Nobara peleaba por mantenerlos sellados. Demostrar debilidad ante los superiores podría suponer un riesgo que no merecía la pena correr. Además, su alma parecía estar desprendiéndose de su cuerpo lentamente, inquieta por la necesidad de apretar su mano contra la del desaparecido.

—Supongo que todos sabéis la razón por la que hemos bajado desde el Cielo a Cristeria.

La voz provenía de un hombre de entrada edad, de barba abundante, orbes ligeramente rasgados y complexión atlética, que portaba una elegante túnica que rozaba el suelo al deslizarse por el mismo. En torno a la mesa que presidía el cuarto, ya estaban todos sentados, dispuestos a escuchar las nuevas de parte de los expertos en el ámbito de su misión. En total, 12 criaturas reunidas, siete de ellos sus compañeros de riesgos, tres supervisores generales de Dios para adiestrarlos y los dos enviados. Ciento cincuenta años llevaban allí... Viviendo unos con otros en armonía... Nobara siempre estaba ausente, al lado del misterioso hombre de cabellos oscuros. Muchos habían sido los rumores sobre su relación. Quizás, por eso las miradas de todos se posaron sobre la recién llegada cuando continúo el discurso del delegado.

—Rei Serio, alias Persona, ha traicionado al Cielo y a Cristeria. Se ha convertido en un Caído, un aliado de los demonios contra los que os enfrentáis. Es un desterrado, una vergüenza para nuestra especie.—Los orbes de Nobara se abrieron de par en par, perdiendo la poca vida que quedaba en ellos. Los rostros de los presentes se difuminaron a su alrededor. Dejó de ser y estar. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Por qué él había estropeado aquella rutina? ¿Por qué? ¿Por qué? Persona no la dejaría sin más... ¿No? ¿Por qué demonios no la llevó consigo? Le perseguiría hasta el fin del mundo, así lo había jurado en su momento. Ciento cincuenta años en mutua compañía... recopilados en centelleantes recuerdos que se agolpaban en su aturdida mente.—Con su fuerza sumada a la de los demonios, es imposible que en pequeñas misiones como hasta ahora consigamos librar Cristeria de sus sucias garras. Recordad que con solo tocaros, ese bastardo puede mataros a todos. Os retiraréis al cielo, donde se formará un ejército para librar una última batalla para conquistar Cristeria. Aquellos que no tenéis tutores os alojaréis con uno de los querubines que se han ofrecido a ello. Hayate Matsudaira , permanecerás hasta el momento de la guerra junto a Kyle... Mientras que Nobara Ibaragi irá con Hajime. Tienes suerte, habita en Nayely, tu ciudad natal...

—No.—La voz de la joven carecía de voluntad, se trataba de un mero susurro que se perdía en la inmensidad del vacío.—No lo creo. Persona nunca... nunca me dejaría.

—La verdad de ese joven es que no es más que un criminal y un asesino. Un desecho de la peor calaña... Lo único que puede hacer es asesinar.

—¡No hables así de él! ¡No tienes ni idea de como se siente al tener un poder que ni siquiera quería!

—Tú, mocosa bastarda, deja de seguir el camino de esa bazofia, no te conviene. Encerradla en su habitación hasta que sea la hora de partir. Quizá la oscuridad le enseñe a estarse callada.

Las gráciles manos de uno de los supervisores tiraron de ella hasta ponerla en pie. Para sorpresa de los presentes, la muchacha no opuso resistencia. Se dejó conducir en silencio hasta sus aposentos, donde fue metida sin una sola palabra de disculpa. A sus oídos llegó el sonido de unas llaves asegurando la cerradura, como si temieran que la chica pudiera fugarse. Nobara permaneció de pie, no poseía las fuerza necesarias como para dejarse caer desolada en el suelo. Cerró sus párpados, sin hallar lágrimas en su corazón que derramar. Una lenta pero apacible ventisca se desató en el interior de la estancia, producto de las habilidades de la joven.

Sus anhelos y esperanzas habían sido despedazadas en tan solo un pestañear. Quiso gritar, mas su voz la había abandonado al igual que sus emociones. En un acto reflejo su mirada se posó en la ventana, casi aguardando a la silueta familiar del mayor del que estaba prendada. Por primera vez, era consciente de que sin él no era nada. Una marioneta, una autómata, un muñeco con el que juguetear hasta que no quedase nada de utilidad en ella. Persona le brindaba un motivo por el cual sonreír, por el cual sentir. Ahora ya nada le quedaba. Ni sus padres, ni su hogar, ni la calidez de Rei. Estaba vacía. Sus rodillas se dieron de bruces contra el suelo, atravesando una fina capa de nieve. Ambas manos se posaron el suelo, dejando que los cabellos le cayeran por delante del rostro con una sumisa apacibilidad.

«Ese hombre se equivoca.
La oscuridad jamás podrá mantenerme callada...
porque mi vida sigue ligada a la sombra.
Lo prometí, Persona. Nunca te dejaré...
Te encontraré. No permitiré que la soledad...
vuelva a rodearte.»


El momento de partir hacia Nayely había llegado con demasiada velocidad. No estaba preparada pero aún así...

Era lo único que podía hacer.

• • •

El condado de Cumberland se hallaba al norte de donde se erigía su antiguo hogar. Más de un centenario de años había transcurrido desde su última visita... Sin embargo, su instinto le indicaba la posición exacta del mismo. ¿Continuarían las verjas pulidas, los parajes regados y los muebles ordenados con pulcritud? No. Aunque el deseo la impulsaba hacia las puertas de la vivienda que la observó medrar, lo rechazaría con las escasas fuerzas que perduraban en su ser. Mantendría en su memoria la imagen intacta de su morada tal y como la había abandonado, así como una impresión amable de su padre, no la última que a sus ojos fue mostrada: La de un hombre desesperado por aferrarse a lo poco que le quedaba.

Era doloroso... Cada paso en aquella mansión la consumía lentamente. Sus piernas querían escapar del palacio, mas sus pensamientos eran cansados... La vida se le escapaba, se le escurría cual agua cristalina entre los dedos. Había perdido su impulso por sobrevivir. Sin él, no merecía la pena continuar respirando. Vagaba cual espíritu entre las paredes del lar, con la mirada desvanecida entre los recuerdos y su mente envuelta por las dulces memorias. De cuando en vez alguna lágrima se resbalaba despacio por su mejilla, más por vocación que por pasión. Nobara se estaba apartando de su propio dolor. El sufrimiento de la separación provocó una herida que iba desangrando de emociones su esencia... Hasta que finalmente, ya nada quedaría en el recipiente vacío que sería su cuerpo.

Hajime no hizo acto de presencia hasta que transcurrieron dos años de la llegada de la pálida y enfermiza muchacha, que había sido sustentada por los criados del hogar. Su regreso fue anunciado por él mismo durante la cena. Estaba ebrio. Aquella fue la primera impresión que recibió la joven, que fue recibida por el nauseabundo olor del alcohol en exceso. Se trataba de un hombre de constitución fofa, con una tupida barba grisácea y escasos cabellos a juego, que contribuían a tornar repugnante la totalidad del individuo. Sin embargo, el instinto de peligro de la peli-azul había ido desvaneciéndose con la ausencia de su compañero, por lo que clavó sus grandes orbes en los porcinos ajenos. Percibió la chispa de la lujuria y la venganza en su mirar. Sonrisa obscena se adueñó de los labios del mayor.

—Tú... zorra barata.—La voz pastosa del macho era torpe, atormentada por el alcohol. Aferró de un brazo a la fémina que estaba sentada ante la gran mesa del comedor con fuerza, clavando sus uñas con brío en la carne ajena. Una carcajada que estuvo a punto de romperle el tímpano atravesó sus oídos, aferrándose a su subconsciente con afán.—No tienes idea de lo mucho que he estado esperando a poder regresar a verte, perra. La puta de tu madre era una ramera asquerosa, que arruinó mi matrimonio al acostarse conmigo. Furcia rastrera... Mi venganza acaba de llegar.

A base de empujones y tirones, el sujeto la puso en pie y la condujo hacia sus aposentos. Con violencia, fue lanzada contra la cama sin remordimiento alguno. Ahora ella estaba asustada. Su corazón palpitaba con tanta intensidad que la joven podía escuchar su rebote contra las paredes de la estancia. Un grito salió de su garganta de forma automática, que fue acallado con una profunda bofetada que le cruzó el rostro. Un filo hilo de sangre resbaló por la mejilla de la muchacha, que se palpó la zona afectada con una mueca de dolor desencajada. El hombre amordazó a la peli-azul con un pañuelo que portaba en sus hábitos. Nobara escuchó el inconfundible ruido de una hebilla metálica al ser desprendida. Entonces, fue consciente de lo que se le avecinaba. Miedo. Sus orbes se entornaron tratando de escapar de la realidad.

Huir rápido hacia... ¿Hacia donde? La sebosa mano del desconocido la empotró contra el colchón con rudeza. La muchacha pataleó, se contorsionó, mas nada de aquello lograba alejar al individuo de su cuerpo. Lágrimas de ira se deslizaban por sus pómulos. Y entonces, llegó el dolor. Supo que acababa de perder algo de su propio ser. Cerró los párpados con fuerza, sintiendo odio por primera vez en su vida. Y como si alguien hubiera atendido sus súplicas, aquel cuerpo que había abusado de ella cayó inerte sobre el suyo propio. Nobara empujó con violencia aquel bulto, alejándose a trompicones del lecho donde había sido violada. Bajo la perlada luz de la Luna, reconoció en el rostro del hombre ronchas oscuras... Y en el alféizar de la ventana, la inconfundible silueta de Él.

—P-Persona...—Susurró incapaz de creerse aquello.

—De alguna manera, pude escuchar tu grito... Perdona que no haya llegado antes... Perdona... Perdóname...—El de cabellos oscuros cubría sus orbes con una fina máscara, lo que volvía una misión imposible comprender que era lo que sentía.

—Estás aquí... Conmigo... Volviste...—Un paso, otro y luego...

—No te acerques. Va en serio, Nobara. Ya no debes venir más junto a mi, somos enemigos.

—¡Mientes! Si lo fuésemos, no lo habrías matado...

—¿Por qué no? A fin de cuentas, era un querubín, su muerte beneficia a mi superior.—Nostalgia. Aquello creyó percibir la joven en la voz del ajeno.

—¿Por qué? ¿Por qué me abandonaste?

—Nobara.—El mayor se aproximó hasta su posición, tomando el rostro de la menor entre sus manos, acercando sus labios hasta los oídos contrarios suavemente.—La razón es tan sencilla como la libertad. Si ganan los demonios, me dejarán marchar... Si sigo sus órdenes como hasta ahora hacía en el Cielo, podré obtener la independencia, abandonaré la celda en la he sido recluido por siempre...

—P-Pero no debes creerles... ¡Te están engañando! Además, mi sitio es estar junto a ti, siempre ha sido así...—Contuvo un sollozo, sintiendo sus mejillas arder por la cercanía del superior.—¡Vayámonos juntos! ¡No tienes porque obedecer a na...!

Cálido. Aquella presión sobre sus labios eran indudablemente provocada por los de él. Un beso. Fue embriagada por el contacto del ajeno, fue sometida por su repentina acción. Sus manos se perdieron en la espalda del joven, sus orbes se mantenían bien abiertos observando al contrario. Su rostro estaba cubierto de un imborrable rubor. Sin embargo, sintió que Persona vertía una substancia en su cavidad bucal que fue tragada en un acto reflejo. Separación. Su visión fue nublándose a medida que sus pensamientos se tornaban incoherentes, sin sentido alguno. Su cuerpo cedió, derrumbándose hacia un costado para ser recogida por el fuerte brazo del muchacho. Luchaba por mantener sus orbes en las facciones de su rescatador... Mas cuando fue posada en el lecho, no pudo soportar más tiempo el esfuerzo de estar despierta. El sopor terminó por hacer efecto.

—Persona...—Susurró cohibida y adormecida.

Y entonces, la inconsciencia... La fría inconsciencia.

-La sombra de la guerra se cierne-
Los tambores del cielo rugían con violencia. Podía respirarse la quietud que precedía a la batalla. Los corazones de los ángeles dispuestos a participar en la misma latían con brío. Muchos de ellos no regresarían de nuevo a sus hogares. Nobara permanecía en pie ante la puerta que se abriría para conectar con Cristeria. Suspiró de forma imperceptible. Su delicada mano se posó sobre su pecho, cerrando los párpados para concentrarse en aquella sensación. Estaba viva. Hacía tiempo que su mirada ya no reflejaba las ansias por luchar y sobrevivir, sus labios permanecían sellados la mayor parte del tiempo. Su alma había abandonado aquel cuerpo vacío. Estaba cansada de respirar, de caminar como un ser sin sombra por las penurias... Sin él, su razón para pelear había desaparecido. Estaba aterrada. Lejos de ser por la posibilidad de fallecer en el lid, temía encontrarse cara a cara con Persona. Había una razón específica para ello. La misión que Dios le encargó fue la de eliminar al mayor.

—Nobara... Etto... ¿Cómo estás? Ya sabes, por tener que asesinar a Persona.—La cálida y despreocupada voz de Hayate fue recibida con una leve inclinación del rostro de la de cabellos claros.

—No estaba escuchando.—Fueron las únicas palabras que dejó que se escucharan por su parte de la aludida. Por supuesto que sabía lo que había pronunciado el rubio, mas no deseaba responder a aquello. Sus puños se apretaron imperceptiblemente.

—Nada... Nos vemos luego, ¿de acuerdo?

Un liviano asentimiento. Todos sabían que Nobara había perdido su ilusión por la vida hacía demasiados años, tantos que rememorarlos sería una osadía. Llegado el momento... ¿Encontraría su pulso el valor necesario para arrebatarle la existencia a su amado? Eran las órdenes de la deidad que los gobernaba, romperlas implicaría la muerte. Una suave sonrisa se posó en sus labios. Afortunadamente, aquello no sería una condena para ella, sino una recompensa. Un silbido. Ángeles que adoptan la posición ensayada de combate y se sitúan en cinco tropas simétricas. La puerta que los conducirá hacia su muerte o su salvación se abre. Siluetas que se pierden en la inmensidad del resplandor de la susodicha.

Era el momento de luchar.

• • •

Los cuerpos de los caídos continuaban donde la muerte los había visitado. Ángeles, demonios... Ambas especies eran la misma en aquellas condiciones. Sangre. Aquella viscosa substancia se esparcía por los terrenos secos tras duraderas jornadas de batalla. Nadie descansaba de su faena... En los orbes de las dos razas resplandecía la determinación de no ceder, la devoción por su líder. La muchacha era incapaz de comprender el porqué seguir ciegamente a dos entes que solo ansiaban destruirse mutuamente. Sin embargo, ella también estaba empleando sus habilidades para matar. La ventisca la envolvía continuamente, los cuerpos se amontonaban a su paso por el campo de batalla... Mantenía los párpados cerrados en la mayoría de las ocasiones, queriendo escapar de la realidad. Por momentos deseaba que acabaran con su respiración de una mortífera estocada. Por instantes ansiaba abrir las pestañas y encontrarse frente al ser que la condujo a la desesperación. Y tocarlo. Y no soltarlo nunca más.

Fue a la segunda semana de duración de la contienda cuando se le fue asignada una importante misión debido a su frialdad. Al norte de Cristeria estaba ocurriendo una masacre por parte de una patrulla especial de demonios... Debía ponerles fin fuera como fuese, o las tropas del Cielo diezmarían en cuestión de días. Sumisamente se dejó doblegar con las órdenes, quizás creyendo que con una pizca de buena fortuna, finalmente su existencia dejaría de perdurar. Fue arduo el camino en solitario, mas el tiempo había dejado de poseer sentido alguno para la joven de cortos cabellos. La noche la envolvía cuando el encuentro ocurrió. Jamás creyó que la tarea desembocaría en semejante obsequio. A su alrededor cadáveres empezaban el proceso de putrefacción, pero aquello carecía de importancia. Lo que llamó su atención fue la silueta que se formaba bajo la luz de la Luna.

Lo vio. Por unos instantes, dudó si creérselo. ¿No sería su imaginación jugándole nuevamente una jugarreta desagradable? Frotó sus párpados con brío, y cuando los volvió a abrir, él seguía frente a ella, oculto bajo su habitual máscara. Nobara extendió la mano, anhelante por sentir la cálida piel del ajeno junto a la suya, pero detuvo su extremidad a medio camino. Persona no había prestado atención a la muchacha, sino a lo que había tras ella. Lentamente, ella describió un giro para observar a su espalda... Hayate la había perseguido temeroso de que algo le ocurriera a la chica que amaba en secreto, pero que jamás diría en voz alta. Un silencio incómodo provocó un escalofrío a los tres peculiares personajes reunidos.

—No deberías estar aquí, esto no es asunto tuyo.—Replicó con suavidad Nobara, volviendo la vista hacia la izquierda rehuyendo la mirada del pelirrubio.

—¡Pensé que ibas a luchar sola contra un escuadrón entero! ¡Era un suicidio!—La voz de él estaba llena de brusquedad, brío e ímpetu. No se perdía ni uno solo de los movimientos del pelinegro, alerta por si decidía emprender un ataque desesperado.—Cuando los superiores sepan que solo se trata de Persona... ¡Si mandan un buen número de gente y atacan desde la distancia podrán acabar con él! ¡Nobara! ¡Volva...!

La palabra murió en sus labios. Las vestimentas del joven se tiñeron de escarlata en un pestañear. Los orbes de la muchacha de cabellos claros volaron de la herida de su compañero a las manos de Persona. El revólver aún ardía entre sus dedos. Nobara retrocedió un paso intimidada, sin llegar a creerse lo que estaba presenciando. El siguiente disparo la devolvió a la realidad. Impactó en el hombro derecho de su camarada. ¿Por qué? Jamás podría haber imaginado que el mayor asesinaría a alguien con el que había trabajado codo con codo. Los ojos del pelirrubio estaban desorbitados por el dolor, al tiempo que sus manos trataban de detener la hemorragia sin éxito alguno. De nuevo, un tercer estallido en la pierna izquierda. Y otro. El pelinegro avanzaba despacio hacia su presa, con las facciones neutras. El arma cayó de sus extremidades hasta retumbar en el suelo bañado en carmesí. La piel desnuda de la palma del superior iba directa a palpar el rostro del pelirrubio. Un último toque para sentenciar la muerte.

—Ya fue suficiente...—Susurró en un quedo eco de voz la protagonista, apretando sus puños con impotencia. Actuar. Eso era lo que precisaba hacer... Sin embargo su cuerpo temblaba, incapaz de liberarse del miedo y salvar una vida. Lágrimas brillaban en sus mejillas. No reconocía a la persona que la había rescatado y ayudado a vivir.

—Voy a morir...—Los vocablos del pelirrubio estaban repletos de miedo, resentimiento, sufrimiento... y de una sumisión aborrecible.

Y justo antes de que la mano del mayor alcanzara su cometido, Nobara emprendió una frenética carrera, logrando empujar a su camarada y quedando ella en medio. La tez del pelinegro dio de lleno en la frente de la pequeña, quien se abalanzó hacia él con violencia, aferrando los ropajes del mismo con rabia.—¡Dije que ya fue suficiente!—Dejó su voz en aquel grito. Persona pestañeó, como si acabara de salir de algún extravagante trance en el que no había percibido en ningún momento la presencia de la menor. Nobara sacudió las prendas del mozo con disgusto, derrumbándose finalmente a los pies del susodicho, perdiendo la confianza en si misma. Sollozó contra el pantalón del ajeno, dejándose llevar por las emociones que la embriagaban. Desde su posición, no vio como la mirada del superior brillaba con pánico.

—N-No... No puede ser...—Murmuró meditabundo el macho, retrocediendo para zafarse del agarre de Nobara.

Un acceso de tos embriagó a la menor, haciendo que se doblara sobre si misma y gotas de sangre se juntaran con las del pelirrubio. Con horror, la peli-azul alzó su mano y la observó en la oscuridad de la noche. En su tez una inconfundible roncha del color de la sombra cobraba forma y medraba por momentos. Estaba infectada con el signo del fallecimiento. Desorientada fijó sus ojos en el pelinegro, sin comprender lo que sucedía. Sentía que esta vez la vida se le escapaba con fiereza, que su respiración se apagaba. Poco después, de su pálida dermis ya nada quedaba. Se estaba muriendo, lo presentía. Su mirada se nubló, siendo lo último que alcanzó a ver como su amado desaparecía en la espesura de la noche, cual perro retrocediendo con el rabo entre las piernas. ¿Por qué se iba? Era injusto.

«Quédate...
No temas por haberme lastimado,
sé que no querías herirme a mi...
Quédate...
No puedo perdonar que no estés conmigo...
hasta el final...»

• • •



Origen de tu Personaje
✖Gakuen Alice

Nombre Original
✖Nobara Ibaragi




¡Jikan!


Última edición por Nobara Ibaragi el Vie Ago 16, 2013 1:27 pm, editado 4 veces
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Angels pride {Nobara Ids - Finished} Empty Re: Angels pride {Nobara Ids - Finished}

Mensaje por Nobara Ibaragi Jue Ago 22, 2013 4:53 pm

Dado que la ficha entera no puede ser posteada en conjunto por exceder el máximo de caracteres, continuaré la historia en este tema.

Rogaría que cuando vaya a ser corregida, se borrara el mensaje de "postea a continuación" para que la ficha quede junta. Gracias. Aclaro que la ficha sigue en construcción ._."  

why did you change?



Le dolía todo el cuerpo. Aquel fue el primer pensamiento que surcó la mente de la muchacha. El segundo fue que aquella no era la estancia a la que estaba acostumbrada a compartir en las pocas noches que se les permitía descansar de la guerra. Sus orbes se posaron en las paredes de vetusta piedra, en la pequeña cocina que se adivinaba en la parte posterior del hogar y en la diminuta chimenea donde quedas llamas chispeaban con timidez, tal vez intimidadas por la presencia de la extraña.

—Parece que al fin te has despertado mocosa.—Aquellas palabras masculinas hicieron que se percatara en la figura que llevaba sentada sobre el lecho donde se hallaba. Nobara pestañeó, alzando la mano para restregarse los ojos y espabilarse... Y entonces, se asombró al ser testigo de como la tez de su mano relucía nuevamente de un blanco inmaculado.—Parece que ya te has dado cuenta... Menos mal, empezaba a pensar que eras  retrasadita o algo semejante.

Una llamativa carcajada la rodeó con violencia. Se trataba de un hombre anciano, de ocelos vivarachos y larga barba platina, con cortos cabellos a juego y una constitución atlética a pesar de su edad. Portaba una túnica que rozaba los suelos cuando el señor realizaba algún movimiento. La sonrisa del desconocido agradó a la muchacha a pesar de sus palabras. Quiso formular cientos de preguntas, pero un agudo pinchazo le recorrió las sienes solo de rememorar el día anterior... Porque... Solo llevaba una jornada descansando, o eso creía..

—Seguramente tu atolondrada cabecita de adolescente insufrible debe estar desorientada... Deja que el viejo doctor Collin ilustre tu ignorancia.

—Por favor viejo Collin...—Susurró vacilante la de cabellos cortos, desorientada ante la situación actual. ¿Por qué continuaba con vida a pesar de haber sido infectada con la marca de la muerte?

—Señor viejo Collin para ti, niña.—Refunfuñó el senil, desenfundando del bolsillo superior de su túnica una larga pipa de roble. Encendió la susodicha con un leve soplido, haciendo alarde de unas grandes habilidades. Tras la primera calada, comenzó a atusarse la barba con suavidad, tratando de encontrar la forma correcta de comentar lo descubierto.—Verás niña, puedes decidir si has tenido mucha suerte o si el mismo diablo quiere que sufras. Lo cierto es que el joven no quería hacerte daño, por lo que apenas llegó a infectarte...—Al observar que la adolescente iba a abrir los labios para preguntar nuevos datos, el hombre alzó un dedo y la acalló con severidad.—Te he dicho que te iba a decir todo lo que sé, no que estuviera dispuesto a escuchar tu voz. Calla, asiente y escucha.—Un suspiro malhumorado se escapó de sus labios. Sin duda, aquel médico no parecía precisamente amistoso.—Me importa una mierda si estáis liados, si te ha dejado embarazada, si es una pelea de pareja, si es tu hermano bastardo perdido, si es tu padre, tu tío o tu santo tatarabuelo, pero por alguna razón su subconsciente impidió que te hiciera el mismo efecto que a los demás.—El anciano se masajeó la sien, soltando de sus labios una nueva oleada de humo.—Un ángel os trajo a ti y a un chico rubio a la reserva de heridos. El chico murió antes de que siquiera pudiera extraerle las balas de su cuerpo. En cuanto a ti, niña...—La señaló con el dedo índice como si hubiera cometido un pecado.—Fuiste colocada bajo una lámina de cristal, aislada de los demás por si resultabas contagiosa... Me sorprendió que tras el primer día no estuvieras muerta, así que empecé a interesarme y a hacer pruebas... No me mires así mocosa, te he salvado la vida. Llevo ejerciendo la medicina desde el comienzo del mundo, he visto muchas enfermedades, pero ninguna como la que provoca ese joven...—Su voz se tornó distante un momento, como si estuviera perdido entre sus cavilaciones.—Tras tres días en los que a punto estuviste de fallecer, encontré la manera de hacer "Retroceder" a la corrosión... Con una inyección diaria y una pastilla cada ocho horas, las manchas de tu cuerpo se iban. Te trasladé a mi cabaña tras una discusión con el viejo capataz del ejército, tuve que decir que eras contagiosa para que me lo permitieran.—Una fugaz carcajada retumbó en los oídos de Nobara, el anciano estaba orgulloso de su logro.—Puede que parezcas estar bien, pero esa corrosión sigue en tu cuerpo, pudriendo tus órganos lentamente. Los medicamentos frenan el avance y limpian tu piel, pero eso no quita que tu sangre se vaya volviendo inmune a las medicinas... Seré sincero niña, no creo que pases con vida más de veinte años más, ha. Aunque quizás por ese entonces, haya descubierto un remedio absoluto para el virus, quien sabe.

—¿Qué hay de la guerra? No puedo permanecer descansando eternamente...—Murmuró cohibida, sin mostrar aparente miedo por ir a fallecer.

—Estás de baja hasta termine... A decir verdad, me han dado tu custodia, si no era imposible llevarte aquí. Más de seis millones de años y ahora padre, que asco de vida.—El robusto hombre se puso en pie, dirigiéndose con pesadas zancadas hasta la minúscula cocina, buscando con la mirada un puchero donde calentar la cena.—Solo debes descansar el tiempo que te queda. A Dios no le ha quedado más remedio que tras tu sacrificio concederte eso. No hay nadie como el viejo Collin para regatear y...

Nobara dejó de escuchar las anécdotas del anciano... Lo cierto es que sentía que su corazón palpitaba por inercia, por no saber hacer otra cosa. Él la había herido. Tantos años palpando su cuerpo para que al final, fuera afectada como una cualquiera por su roce. Sus puños se cerraron con fuerza en torno a las pulcras sábanas, reprimiendo la rabia que la consumía por dentro.

—Sobre ese muchacho, no te preocupes más. El descarado te debe de apreciar mucho, porque seguramente tuvo que sufrir lo suyo para contener el poder y no matarte instantáneamente. Si fuera un hombre llevado por la codicia de la libertad como dicen tus pensamientos, te habría ahorrado años de dolor y dado una muerte rápida. Algo más debe esconderse en sus intenciones.

Los labios de la muchacha se curvaron, alentada por las palabras del mayor. Una oleada de gratitud se expandía por su pecho, queriendo poner en vocablos lo mucho que sentía molestar al señor. Sin embargo, se hallaba demasiado cansada como para articular o siquiera pestañear. Se recostó en el lecho, cerrando los párpados por el agotamiento de respirar.

—¿C-Cuanto llevo durmiendo?

—Tres semanas.

• • •

Encontrarlo. Aferrar su mano, entrelazar con fuerza sus dedos con los ajenos, romper las distancias que el tiempo había aumentado. Sonreír con aquella alegría que hacía años que había sido teñida de impotencia. No importaba cuantos parajes tuviera que atravesar, cuantos copos cayeran sobre su rostro durante el invierno o las heridas que le dejaran los seres a su alrededor. Su único objetivo era verle, tocarle, convencerle de que abandonara aquella insensata lucha. Se escaparían juntos, de la mano como tantas veces había soñado hacia un lugar donde el tiempo o los prejuicios no importaran. En medio de la ventisca que precedía al final de aquella estación, sus orbes buscaban con desesperación algo a lo que aferrarse, una premisa, una nueva que hablara de su amado... Hacía tres jornadas que había abandonado la cabaña a hurtadillas, con el corazón en un puño de poder ser descubierta. Sencillamente, no podía permanecer a buen recaudo mientras Persona se extraviaba lenta pero inexorablemente a si mismo. Lo conocía. Si el muchacho no contemplaba con sus propios orbes la forma de Nobara, si no escuchaba su corazón palpitar y sus pulmones contraerse, se torturaría con la idea de que hubiera fallecido por su culpa.

Era curiosa aquella irracional capacidad de traicionarse a si misma. Por mucho que su muerte fuera inminente, algo predestinado en el futuro, aunque ella misma se hubiera obligado a anhelar tal presagio, sus pensamientos no girarían en torno al mañana... Se emperraban a encadenarse al presente y no meditar a largo plazo. Su cavilar había sido restringido voluntariamente al aquí y ahora. Sus orbes surcaban los campos impregnados de carmesí, deseando que el destino la bendijese, que la buena fortuna le brindara una sonrisa por una vez en su existencia. Una lenta gota de sudor recorrió su frente hasta la comisura de los labios... Como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, pudo ver la silueta de la sombra que estaba persiguiendo avanzar entre cadáveres de ángeles y demonios. Suaves copos de nieve palpaban con suavidad sus ropajes, dando la impresión de querer evitar el contacto con su cuerpo.

—Persona...

Él se volvió hacia donde provenía aquella familiar voz. No permitió que la esperanza del alivio se propagase por su cuerpo... Era imposible que ella estuviera viva. Aquello no era más que su imaginación jugando con sus torturas. Mas semejaba ser tan real... Sus cabellos se curvaban en las puntas, sus orbes brillaban de emoción al verle. ¿Sería un pecado disfrutar con aquel espejismo? Suavemente, oculto tras su máscara, sus pasos vacilantes se aproximaban a la joven. Solo un par de centímetros los separaban. Nobara tembló ante la fuerza de la presencia del amado. Ambas miradas conectaron en un eterno instante, en el que los copos dejaron de caer sobre ella... Su piel no sentía nada en absoluto, más que un cosquilleo cálido. El mundo se detuvo ante el encuentro de dos extremos que eran separados con brutalidad nada más entrelazarse. Mas ningún ente parecía curvar sus labios ante la pareja, puesto que la magia se vio destrozada en tan solo un pestañear. De repente, sin previo aviso, Persona se lanzó hacia ella. La menor abrió los labios con sorpresa, temiendo ser asesinada por el mayor. Cerró los párpados, negando el contemplar su propia defunción... Sin embargo, la muerte jamás vino a visitarla. Él pasó de largo, deteniéndose volteado tras ella sin rozarla. ¿Por qué había realizado aque...?

—Sangre.—Susurró estupefacta al ver que el terreno a sus pies se tornaba carmesí.

Se apresuró a ver cual era el causante de eso... Sintió que el corazón se le detenía. Una decena de cuchillas procedentes de cinco demonios habían sido dirigidas hacia su posición... Y clavadas en el vientre del de cabellos oscuros, que había interceptado el ataque en su lugar. La muchacha posó ambas manos en sus labios, conteniendo un grito ahogado. Dejó de pensar en lo que hacía. Su instinto la obligaba a proteger al que juró fidelidad por el resto de su existencia. Con desesperación, provocó una ventisca que nubló la vista a los atacantes, y produjo dos decenas de estacas, que se incrustaron con violencia en los órganos vitales de los agresores, quienes perdieron su vida en el acto. Nobara se acuclilló junto a Persona, acercando sus manos para presionar la herida... Mas él rodó sobre un costado para evitar el contacto.

—Te... dañaré...—Roncas palabras de alguien que roza la muerte. Ella negó con el rostro, posando sin temor alguno la palma de su extremidad en el rostro del muchacho, quitándole con suavidad la máscara que había mantenido ocultas sus facciones. Una lágrima rodó sumisa por la mejilla de la menor, aterrizando en la ajena. Una tierna caricia plagada de añoranza.

—No lo harás. Todo va a estar bien ahora.—Sus pómulos sonrosados y su llanto desenfrenado respaldaban sus vocablos, sus intenciones.

—Vete... Ellos vendrán... Será mejor que vuelvas y finjas que nada ha sucedido... Si no me matas tendrás problemas...—Jadeos. Carmesí. La vida escapándose. Imperdonable.

—No me iré sin ti. No voy a dejar que mueras... Maldita sea, no te abandonaré nunca más...—Una renovada promesa, un voto de eterno amor, unas palabras juradas con determinación.

—¡Es el traidor! ¡Nobara! ¡Mátalo ahora que está malherido! ¡Deprisa!—Las voces de un grupo de ángeles llegaron a los oídos de ambos personajes. ¿Cómo iba a escapar junto a Persona?

—H-Hazlo...—Un último esfuerzo por convencerla... Que resultó en vano por parte del pelinegro.

Lágrimas que se enjuagan con decisión, unos torpes brazos que colocan el cuerpo del mayor sobre sus hombros para llevarlo sobre sí misma con dificultad... Pasos vacilantes ante el peso que llevaba sobre sus hombros. Y sin embargo, no se rendiría. Cargaría con él cuanto fuera necesario para salvarlo... No importaba que sus ropajes se tiñeran con su sangre, solo buscaba rescatarlo de las delicadas manos de la muerte y de la oscuridad. Y sin dudar, la ángel traiciona a los suyos y asesina de forma letal a los miembros del ejército del cielo que se entrometen en su avanzar. El aliento que dibuja círculos en el aire, el jadeo que implica que las fuerzas se agotan... Pero la fe la mantiene en pie. En aquellos momentos, no fue consciente que al matar a su gente, acababa de ser dada la orden de busca y captura de la muchacha... Que había sido desterrada del cuidado de Dios y tachada de traidora.

Ahora era una caída y una fugitiva. Y sin embargo, aquello no le importaba lo más mínimo.

• • •

La melancolía daba la vuelta en el antiguo reloj de la diminuta cabaña. Collin daba ligeras caladas a su pipa de roble entre refunfuños y maldiciones hacia su protegida. El tiempo parecía haberse serenado en el exterior, mas en el interior, todavía persistía el helado viento del temor. Si descubrían que mantenía a aquellos dos jóvenes fugitivos en su hogar, seguramente sería castigado con la muerte. Llevaba demasiados años burlándose del sistema, protestando y engatusando para que se le permitiera mantenerse al margen de los asuntos del cielo. A fin de cuentas, él era uno de los primeros ángeles concebidos. Sus orbes habían visitado innumerables momentos históricos, sus brazos participado en batallas peligrosas y desgarradoras, sus labios besaron la carne de varias mujeres que fallecieron antes que él, y aunque le costara admitirlo, estaba agotado de vivir. Si hubiera sido una celebridad, habría decidido retirarse por aquel entonces... Si ahora la muerte se lo llevaba, sentiría que había triunfado... Era el mejor médico reconocido, fue feliz en su juventud, amó y perdió... Ya ninguna experiencia o anhelo quedaba por ser cumplido. Un suspiro se escapó de sus labios, preguntándose cuanto tiempo más pensaba seguir la estúpida mocosa sosteniendo la mano del joven.

"Por favor, tienes que salvarlo... ¡Te lo suplico, no dejes que muera! ¡Ayúdale!"

Aquello había dicho la menor cuando apareció con el enorme cuerpo del mayor sobre el suyo, jadeando a bordes de una hipotermia. No pudo negarse. No solo por su labor de doctor que lo impulsaba a socorrer a cualquier desamparado, sino porque veía algo en aquella cría que desprendía una melancolía absoluta. Él se pondría bien, al menos sus heridas externas... Solo era cuestión de horas que despertara, siendo aferrado por la menuda mano de Nobara. Collin sonrió con suficiencia al no haber sufrido los efectos de la corrosión... Al parecer, el no poseer miedo o algún sentimiento negativo hacia el muchacho era suficiente para que no se activara involuntariamente. Eso dos jóvenes eran ahora caídos... Y los superiores no tardarían en aparecer en su cabaña para llevarlos a la ejecución.  

Necesitaba un plan, y para su suerte, tenía uno concebido desde hacía varias jornadas.

Una idea que no relataría hasta llegado el momento.

-La despedida.-

Silencio. La estancia estaba repleta de esa sensación de absoluta serenidad precedente a la batalla. Hacía tan solo una hora había sido anunciada la victoria de los ángeles sobre los demonios. Oficialmente, Cristeria estaba bajo el dominio del cielo... Aquello era la sentencia de muerte de los desterrados como ambos jóvenes. En el diminuto salón de la habitación, sentados en el sofá y entrelazados de las manos, observaban expectantes al anciano que los había reunido con avidez para comunicarles una primicia sumamente importante. La ausencia de sonido alguno, siempre era presagio de que se avecinaba un vendaval. Orbes que cruzan su mirada, un asentimiento general, un carraspeo y finalmente las palabras que brotan de los labios de un anciano cansado de existir.

—Mocosos, supongo que escucharíais en las noticias que Dios ha enviado a tres arcángeles a eliminar los "restos" de los enemigos. Pequeños grupos de demonios consiguieron refugiarse en el norte, mas su vida está por finalizar en cuanto sean encontrados... Sin embargo, vosotros sois la máxima prioridad. Dios no perdona a los traidores, y críos como vosotros no deberíais haber ido contra sus leyes tan a la ligera... Parejas de tórtolos, rayos, es imposible mantener sus huecas cabezas en el suelo.—Una carcajada forzada resonó por la estancia.—No podéis seguir aquí, ya viene una patrulla a registrar toda mi maldita casa y a estropearme los años de desorden...

—Lo entiendo, sé que abusé de nuestra confianza...—La voz de Nobara era apenas un susurro. Su mirada no dejaba de moverse incesantemente hacia el rostro de su pareja, temiendo que fuera a desaparecer en cualquier instante si dejaba de aferrarse a él.

—No debí haber permitido que Nobara cargara conmigo. Si hubiera terminado con mi vida, ella estaría a salvo.—Persona permanecía con los ojos entrecerrados y una mueca de rabia. Las cicatrices habían desaparecido en cuestión de jornadas, su cuerpo volvía a permanecer en buenas condiciones. Collin era el mejor doctor habido y por haber en el planeta.

—¡No digáis tonterías insensatos! Si dejarais hablar a vuestros mayores sin interrumpir, panda de mocosos.—El anciano farfulló en voz baja algunas maldiciones hacia la actual juventud antes de proseguir.—He meditado mucho sobre el asunto, y os he encontrado una alternativa a la muerte a cada uno, ha. Soy un genio, ya me recompensaréis. Joven.—Pronunció secamente posando su inquisitiva mirada en la del de cabellos oscuros.—Hacia el sur, vive un viejo amigo mío dueño del poder de manipular recuerdos, cada vez que tocaba a alguien, les producía amnesia sin quererlo. Aprendió a dominar su habilidad y decidió retirarse a pasar sus días trabajando para un hospital de las afueras eliminando los malos recuerdos o la sensación de dolor de los que así lo desean o a punto de perecer están. He hablado con él y estaría encantado de ayudarte a dominar tus poderes y a solo usarlos a tu voluntad. No digáis nada hasta que termine.—Suspiró con demacrado esfuerzo, dirigiéndose ahora a la menor.—Tú, cría astuta. Un conocido mío es el mago más poderoso del mundo, de hecho más que arcángeles. Es perseguido por todas las razas que existen, y adora a los renegados como él. Posee una escuela que pocos conocen en una ínsula perdida, allí no te encontrarán mocosa. He arreglado los asuntos y tienes una plaza para ingresar en la academia de inmediato. A cambio, lo único que pide es que realices una serie de trabajillos para él, no me ha especificado lo que. Ambos debéis partir cuanto antes.

—¡No! ¡Yo iré con Persona! ¡No quiero separarme de él! Ahora que por fin lo puedo ver... No quiero decirle adiós.—La muchacha se estremeció, aumentando el agarre sobre la mano del ajeno para demostrar lo decidida que estaba. El mayor posó su mirada sobre la menor, dibujando en sus labios una queda sonrisa que indicaba el afecto que poseía hacia ella. La amaba. Ahora al fin había podido identificar lo que sentía por ella.

—Tiene razón. Ella vendrá conmigo. No hay más que hablar.

Por supuesto, estaba mintiendo.

• • •

—Así que te vas sin ella, lo suponía.

—No puedo hacer otra cosa que concederle una vida. Venir conmigo es peligroso, muchos estarán a nuestra caza en mi travesía. Ya le he causado demasiados problemas, es momento de que tome mis propias decisiones.

—Eres un mocoso tan extraño que me causas escalofríos... Pero como tutor de esa cría, debo decir que no pudo encontrar mejor ligue, ha. Solo... me gustaría que contestaras a una pregunta: ¿Por qué te uniste a los demonios? La demacraste.

—Me dijeron que si les obedecía, cuando ganasen me liberarían y a ella también... Pensé que era la única manera de tener un futuro juntos...

La voz de Persona terminó siendo apenas un suave susurro que sentenció en silencio.

—Le dolerá.

—Lo superará.

—Se perderá.

—Pero algún día acudiré a la academia para que se encuentre.Y entonces, nos escaparemos juntos a donde sea que podamos ser una familia.

—¿Se lo prometes?

—Sí.

—Entonces solo puedo desearte buen viaje, mocoso.

La silueta de Persona se introdujo en la estancia donde la menor dormía apaciblemente. Durante unos eternos minutos, él la contempló en su lecho con una sonrisa. ¿Cómo era posible amar tanto a un solo ser? Jamás traicionaría a la muchacha, se mantendría fiel a su juramento y volvería a su lado para empezar una nueva vida juntos, por siempre. Se inclinó sobre el rostro de la hermosa joven, depositando un largo y pasional beso en los labios ajenos. Una última despedida. Al alba, su equipaje estaba terminado. Bajo la caricia del primer rayo de la primavera partió con el firme convencimiento de que era un hasta luego.

Las flores lloraban su marcha. Las ramas se sacudían con melancolía. Los perspicaces orbes de Collin lo observaban desde la ventana.

• • •

Sus labios temblaban. Estaban cálidos. Su saliva desprendía un suave sabor a despedida. Antes siquiera de preguntarlo, supo que él se había ido dejándola atrás. Como siempre. Estaba agotado de permanecer a sus espaldas durante la eternidad. Sus párpados se cerraron, renunciando al dolor que la envolvía, negándose a asumir la realidad. Ya nada importaba. En cuanto las palabras del "volveré a por ti" le fueron transmitidas, dejó de sentirse en el mundo. Abandonó su razón y se sumió en los recuerdos. Renunciaba a ser ella misma hasta volver a notar los dedos del mayor entrelazados en los suyos. La muerte estaba cerca, y deseaba fervientemente poder pasar un par de años en compañía de su amado antes de que los brazos de la dama de blanco la acicalasen. Ingresó en la Academia como había sido el plan original, en el grupo destinado a Haradrim, renunciando a la mascota ganándose el desprecio de todos. Cuando traspasó el portal hacia su inocuo y vacío futuro, solo era capaz de repetirse:

"Desde hoy renuncio a mi coherencia,
para soportar el sufrimiento de su pérdida.
Desde hoy, continuaré como una sombra
hasta que se produzca su vuelta.
Desde hoy, me despido de Nobara Ibaragi
para convertirme en una silueta de lo que fui.
Te espero, Persona. por siempre."


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Mensaje por Nobara Ibaragi Sáb Ago 24, 2013 9:39 am

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Mensaje por Asuka Sáb Ago 24, 2013 2:18 pm

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