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Father knows best {Priv. Nobara}

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Mensaje por Cameron Novak Lun Sep 02, 2013 3:31 pm

Lucifer no fue un demonio.
Nació como arcángel, y por lo tanto, estaba destinado a morir como uno.  
Hasta que la guerra reescribió su naturaleza.

Se convirtió en un ángel caído. El primero de todos, quién torció la mente de una humana, que más tarde se convertiría en el primer demonio. Expulsar a uno sólo de su clase del Cielo, y darse el lujo de no matarlo, conllevo a la creación del que sería un ejército de seres inmensamente poderosos. Un grave error, del cual no aprendieron nada. Declararon la guerra a los hijos de Lucifer, pero no dejaron de expulsar a los rebeldes de sus filas.
Más y más caídos se agruparon en la Tierra... Y ellos jamás se dieron cuenta, cuál era la causa de sus problemas. Todos esos serafines, arcángeles, dominaciones... No lo entienden, ¿no?

Son ellos de los que tendrían que tener miedo. Los ángeles de alas azabache.

Aprender a ver las virtudes de cada uno de sus soldados. Esa fue la primera lección que le fue enseñada por Jophiel. Abrazar ese don, de ser capaz de sacar a relucir la fortaleza interna de cada uno. Convertirlos en guerreros valientes y leales.
Dejar tal conocimiento allí, en esa Academia que parecía ser un imán para los caídos, quizá fue uno de sus errores más importantes, de aquellos que lo traicionaron. Quien diría que un general de alto mando alguna vez se encontraría allí, caminando por la acera de cemento en medio de ese perfecto, verde, césped. El día estaba soleado, ni muy cálido, ni muy frío, pero el serafín vestía su usual atuendo de ángel. Traje negro, gabardina beige, su corbata floja como simple decoración.
Vestirse así, como lo hacía antes de caer, era una suerte de terapia. Lo ayudaba a mantenerse enfocado, a recordar quién era. Tampoco significa que se dejaría ver así por los estudiantes comunes, sería extraño avistar al haragán y problemático Cameron Novak, con ropas tan formales.
Debía mantener su identidad en secreto para quienes no eran más que simples espectadores. Cada vez que unas risas femeninas, un bostezo, o la más tenue señal de transeúntes llegaba a sus oídos; simplemente se desvanecía en el aire.
El aleteo de sus alas podría confundirlos al principio, pero todos terminaban pensando como "debió haber sido una paloma", y seguían con su rutina. Lejos de su mirada, el ángel volvía a aparecer, caminando a ese mismo paso armonioso y lento. La persona a la que buscaba, dudaba que fuese a alguna parte.
De nuevo... ¿cómo se llamaba? — “Nobara” — Jamás lo había escuchado antes. Tenía grabado en su mente el nombre de todos y cada uno de los ángeles que había servido a su lado. De cualquier forma... Había un rumor que lo impulsaba a conocerla.

Esas alas invisibles volvieron a revolotear con fuerza, justo al momento que unos estudiantes de primer año aparecían corriendo desde detrás de unos árboles. Fuese lo que fuese que estuviesen jugando, estaban demasiado abstraídos para notar que las nubes habían tendido una cortina frente al sol. Y que, en un súbito cambio, sus mejillas sentían el contacto frío del agua, advirtiéndoles de la inminente lluvia.

No muy lejos de allí, el serafín había tomado un nuevo sendero para evitar encuentros. También sintió las caricias frías de la llovizna, pero no se vio sorprendido por ella. Simplemente paseó con su mirada los alrededores, hasta dar con una pareja, tan pérdida entre besos y cariños, que habían dejado olvidado el paraguas a su lado.

El ladrón alado sonrió.
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Mensaje por Nobara Ibaragi Miér Sep 04, 2013 12:15 pm


❄Father knows best.❄

PRIVADO - CAMERON

Estás llorando.

En la oscuridad de la estancia, la voz masculina penetró carente de vida en los oídos de la infante de apenas siete años de edad. Estaba asustada. Las sombras de sus aposentos y las viejas historias de fantasmas habían conseguido espantarla... ¿A dónde podría haber huido la criatura más que al cuarto del mayor que había sostenido su mano en aquellos momentos de desesperación? En sus mejillas brillaban las lágrimas producidas por el miedo y la certeza de que su progenitor jamás volvería a arroparla en las noches de tormentas o temores. Sorbió por la nariz, limpiando las cristalinas gotas con el dorso de la mano. Su corazón se agitaba veloz en el pecho. La soledad de la misión encomendada empezaba a asentar raíces en su alma, incorporando a su esencia la amarga y asfixiante sensación de poseer el deber de enfrentarse a las dificultades del camino con sus propias manos. Cuando la angustia medraba hasta tales extremos, buscaba entrelazar sus dedos con los del pelinegro, pegar su rostro contra el pecho ajeno y cerrar los párpados para dejarse llevar por el calor del superior.

Distinguía la silueta de Persona sentado en el lecho de blanquecinas sábanas sin deshacer. Él jamás conciliaba el sueño... En las repetidas visitas nocturnas, la menor jamás lo había avistado reposando o descansando. Con pequeños e infantiles pasos avanzó hasta permanecer a escasos centímetros del contrario. Durante un instante, las miradas de ambos conectaron en la oscuridad. Nobara abrió los párpados con sorpresa, creyendo haber intuido entre las sombras una sonrisa en los labios del mayor, que consiguió que desatara en ella una pequeña carcajada. No había nada de lo que asustarse... Aunque algún monstruo habitara en su armario, siempre podría sostener la mano del pelinegro y repudiar al miedo. Desde el primer instante en el que se conocieron, su corazón vibró al ritmo del ajeno con abrumadora calidez. ¿Cómo describir aquella magia que revoloteaba entre ambos? Cabeceó unos instantes, negando la afirmación pronunciada anteriormente con aquel ademán.

No...—Susurró meditabunda, sintiendo las lágrimas secas en sus perladas mejillas de porcelana.—Ya no tengo miedo.... N-No ahora que estoy contigo.

No lo entiendo. Únicamente deberías dedicarte a cumplir las misiones que te encomienden. Nada más.—La voz del mayor semejaba reprocharle a la pequeña que le estuviera dirigiendo la palabra.

¡No quiero!—La infante se abalanzó contra el pelinegro, rodeando con sus pequeños brazos el torso del muchacho con la escasa fortaleza que poseía. No lo liberaría, no hasta que él le permitiera quedarse.

¿Por qué? ¿Por qué demonios siempre eres capaz de leer a través de mi?  

Aquella cuestión era sumamente sencilla de contestar, y aún así la infante se mantuvo en aquella posición sin mediar vocablo alguno. En ocasiones se preguntaba si él todavía no había llegado a comprender que lo idolatraba, que esa adoración sobrepasaba la racionalidad o la coherencia. Brindaría su existencia sin titubear ni un solo instante a pesar de su corta edad... No vacilaría en entregar su respiración a cambio de la del joven. Estaban entrelazados... sus vidas semejaban haber sido conectadas por metódicas manos expertas. La peliblanca había extraviado el recuerdo de como era su personalidad antes de conocer a Persona. Si lo perdiera, jamás recobraría su esencia, aquel rasgo que la convertía en ella misma. En su presencia abandonaba el sufrimiento de la soledad, su cuerpo se estremecía y reaccionaba ante el contacto ajeno, una sonrisa se dibujaba en sus labios instintivamente... No. No soportaría un abandono o un olvido semejante. Prefería la defunción a la desesperación del vivir sin su mayor componente.

Solo responderé si me prometes que puedo dormir contigo esta noche... No quiero que los monstruos de debajo de la cama me devoren.

Está bien.—Bufó el muchacho oculto tras su característico antifaz, cediendo ante la infante como usualmente.

La razón por la que te entiendo es porque a diferencia de los demás...
Mantuvo los párpados sellados, sincronizando su respiración al ritmo de la contraria, aferrando entre sus menudas manos los ropajes del mayor, disfrutando del ser y estar junto a él... Amaba cada pequeño gesto o atención que le dedicaba el pelinegro, la forma de respetarla y protegerla de forma indirecta. Era joven, mas era consciente de que, el fuerte sentimiento que hacía que se estremeciera de dolor cuando meditaba en los riesgos que corría, era denominado amor. Maravillosa y dulce sensación la del primer enamoramiento, aún cuando en ocasiones la inquietud se tornaba descorazonadora. ¿Estaba bien que ella experimentara semejante afecto por el prójimo? Un quedo suspiro se escapó de sus tiernos labios, que se transformaron en una mueca de apacibilidad. El sueño la mecía en los brazos del superior, la invitaba a un descanso placentero y hermosas fantasías del mañana. Su agarre se fue suavizando a medida que la consciencia se desvanecía... No obstante, alcanzó a susurrar en un hilo de voz:

Yo puedo escucharte...

Fragmento de los recuerdos de Nobara.


Vagar. Deambulaba cual viajero errante entre la maleza, sin ningún rumbo, destino o predilección. Sus piernas la conducían a donde quiera que el viento la impulsara con su violento céfiro. Sus orbes permanecían abiertos, aún cuando ante ellos ni una sola silueta de la realidad se reflejaba. En sus cavilaciones el verano acababa de arribar, el sol brillaba con fuerza y las carcajadas escapaban de sus labios sin obligación alguna. Aquellas temporadas habían complacido a la ansiedad de la muchacha de cabellos cristalinos, serenado a la melancolía que le carcomía las entrañas en cuanto en sus pensamientos se posaba la pérdida de aquel ser que tan profundo la señalizó. Pareciese que en el instante en el que se separaron, el joven hubiera rubricado en su alma, marcándola como suya. En el desamparo de la soledad, terminó desembocado en un apartado terreno cubierto de un suave manto de hierba empapada por la lluvia que la joven no sentía sobre su tez.  

Aunque ante ella se hallara una tierna pareja sumida en arrumacos y cantinelas amorosas, sus ocelos no detectaban aquellas figuras. Se detuvo, incapaz de continuar con su avanzar sin fin. Sus labios se curvaron en una pálida sonrisa, bañada en nostalgia. Sus orbes se llenaron de ayer, al tiempo que alzaba un brazo hacia el cielo, justo a la altura de la queda luz del astro rey, que en aquellos instantes se hallaba deslumbrado por hermosas y terroríficas nubes de tormenta.—Como quema el Sol... Deberíamos habernos puesto crema solar, ¿no? —Quienes pudieran escuchar la delicada y ausente voz de la muchacha, podrían haber distinguido en sus palabras suavidad, preocupación y un deje de timidez. Nobara no era consciente del panorama que la rodeaba, ni de lo empapados que se hallaban sus ropajes a causa del medio ambiente. No importaba si enfermaba, a fin de cuentas, residir en los recuerdos era un consuelo que tranquilizaba al pánico y domaba a la incertidumbre.

Cuando el espejismo alcanzaba la cumbre de la dicha, su visión se nubló en un acceso de repentina tos. El cuerpo de la menuda muchacha se dobló, logrando que las piernas se tambalearan y terminara de rodillas en la tierra húmeda. Llevó su palma izquierda a los labios, sufriendo continuos espasmos por aquel conocido ataque. Instantes más tarde, su mano se pigmentaba de un líquido carmesí. Sangre. Su figura se contorsionó, consiguiendo que más de aquella substancia cayera en el terreno. Con torpeza y cansancio, trató de rebuscar en el bolsillo del uniforme sus cápsulas específicas... Mas al agarrar el recipiente con inestabilidad, terminó por escapar de su dominio y estrellarse contra el piso. El contenido del bote se desparramó, dejando a la luz los comprimidos. La debilidad le impidió moverse de aquella lamentable posición, de forma que solo pudo alzar el brazo torpemente, tratando de asir desesperada el medicamento. Desgraciadamente, estaban demasiado en la lejanía. La tez de sus extremidades empezó a cubrirse de oscuras ronchas que indicaban que la muerte se expandía. Cerró los párpados y se dejó caer completamente en la superficie, jadeando a causa de la creciente fiebre. En el fondo, agradecía no ser capaz de recuperar las grageas. Fallecer sería la perfecta huida de su sufrimiento.

Un adiós cobarde. No obstante, eficaz.



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Mensaje por Cameron Novak Miér Sep 11, 2013 5:19 pm

Cuatro ángeles. Cuatro son los ángeles que pueden jactarse de haber visto el rostro de Dios. No sólo una ilusión, no sólo una falsa proyección de un fragmento de su perfecto ser. Tan sólo cuatro.
Y Cameron no era uno de ellos.

Especuló durante al menos la primera mitad de su existencia acerca de cuál podría ser la causa de que Él, padre suyo y de todos sus hermanos, los mantuviese alejados de su presencia. Mirando hacia atrás, todos esos pretextos a los que recurría para explicárselo a sí mismo lucían fanáticos y absurdos. El serafín simplemente no era suficientemente importante como para merecer una cita con el Señor.
Sólo esos cuatro ángeles. Sólo ellos podían cenar en la mesa del creador, ser voceros de su palabra y de sus deseos. Esta exclusión por parte de la élite del Cielo para con sus hermanos menores se mantuvo durante eones, desde el final de la Primera Gran Guerra. Qué motivo tendría para súbitamente cambiar las reglas del juego apenas un siglo atrás. Pasar de trabajar tras bambalinas, a incitar a sus tropas con su propia voz, su propia imagen, a dar las órdenes por su cuenta. Era absurdo.
Debía comprobarlo por sí mismo, quienes eran los supuestos elegidos, que poder resguardaban en su interior para ser merecedores de tal privilegio. En aquel páramo olvidado, las respuesta tenían el hábito de llegar hasta él sin que tuviese que indagar mucho. — Un impostor. — Murmuró para sus oídos, alzándose en medio de la torrencial lluvia, bajo aquel firmamento gris. El paraguas negro sobre sí lo mantenía seco, con sólo su cabello y parte de su gabardina goteando a causa de la ola inicial. — Dios jamás perdería su tiempo con personas así. — Diría eso aunque frente a él yaciesen esos dedos moribundos, tratando de alcanzar con desesperación las píldoras desparramadas por el húmedo suelo.
Se mantuvo observándola sin hacer nada por al menos un minuto. Ningún rastro de compasión, ni siquiera una pizca. Nada. No advertía intención de salvarla, tampoco de extenderle su medicamento. Al no haber beneficio alguno en hacerlo, resultaba ilógico brindarle su ayuda. Tampoco tenía potencial para convertirse en una guerrera o en una carta que fuese a usar para lograr su meta. Y para rematar, probablemente muriese aunque decidiera socorrerla.
Intervenir únicamente cuando hay un objetivo a alcanzar, una enseñanza que había ignorado en el pasado. Algo que todos los demás ángeles parecían entender, pero no él.


Zacariah, nos hemos empezado a preocupar por tus simpatías. Te has vuelto demasiado cercano a los humanos a tu cargo. Empiezas a expresar emociones en el campo de batalla. El umbral hacia la duda. Esto menoscaba tu juicio, por lo que tus decisiones ya no pueden ser tomadas como precisas


Las palabras de esa soberbia y prepotente serafín resonaba en el interior de su calavera cada vez que atisbaba siquiera un rastro de compasión. Preocuparse demasiado por los demás, intentar ser justo. Eso era lo que lo había traído allí en primer lugar. — Lamento que haya terminado así, hermana. — Y aún así, porque expresaba sus condolencias. No la conocía, jamás la había visto en su vida, y por sobre todo, no era asunto suyo.
...
La lluvia ya no caía sobre la muchacha. Estaba protegida, de cierto modo. El serafín se arrodillo a su lado, recogiendo una de esas pastillas que estaba siendo arrastrada por la lluvia, tomó el mentón de la joven. Al presionar las comisuras de sus labios, fue capaz de percibir como su rostro ardía, su respiración agónica anticipando una inminente muerte. No había sentido en socorrerla, ya estaba condenada.
Todo estará bien.
Lamentablemente, ni siquiera un siglo en el foso había logrado mitigar los rasgos humanos en su persona. Era innegable que por mucho que se  insensibilizase de la situación, el de las seis alas era incapaz de dejar que una hermana muriese así; sola, mojada y ahogándose en su propia sangre. No era digno.
Presionó entre sus labios el medicamento, inclinando su cuello para que el mismo pasase por su garganta. — Recuerda, no es a Dios a quién debes agradecerle seguir con vida. — Expresó liberando la presión de sus mejillas, tan desconcertado como curioso. Los ángeles no deberían enfermarse, ni sufrir ninguna deficiencia humana. En su ejército de diez mil ángeles, jamás había visto algo como eso. Los demonios no eran capaces de generar algo tan mortal... ¿entonces quién?  
Escapaba a su conocimiento. Debía ser algo que emergió durante el tiempo que él se encontraba fuera. Por desgracia, la nueva generación de celestiales parecía o ser demasiado ingenua, o no interesarse mucho en el pasado. Ángeles y demonios conviviendo juntos, por favor... Requería a alguien que, por mucho que detestase, supiese lo que hacía. — Necesitamos un especialista. — La pregunta para él era, ¿sobreviviría al viaje...? — ... — Una muerte sin dolor. Como menos, aseguraría eso, posando su índice y mayor sobre la frente, enviándola lentamente a un profundo, reparador sueño.
Todo estará bien
En silencio, como un eco distante acompañado por el batir de sus alas, repetía los vocablos de aquella problemática frase.
Como si fuese a creerlo.


Hospedaje de humanos. Cualquiera con dos dedos de frente correría (o en este caso, aparecería)  en el hospital más cercano. Mas no tratándose de un ángel en peligro de muerte. Ciertamente, no había mejor lugar para estar que allí.  Libros, libros y más libros. Quién sabe cuántos en total, y cada volumen resultaba más extenso que el anterior. Se necesitaría una eternidad para dedicarle tanto tiempo a la lectura. O no tener nada mejor que hacer. Piénsalo como quieras. Cameron no podía comprender como un simple humano podría invertir sus días con tanta devoción a manuscritos más viejos que él mismo. Y no encontrarse cuando el serafín lo necesitaba.
Minutos, horas, no llevaba noción del tiempo que la había dejado descansar en la cama de ese usurpado dormitorio. No se había molestado en limpiar la sangre de sus labios, se había limitado a hacerla reposar mientras tomaba uno de los gruesos manuales, y lo leía de pie junto a la ventana. La tormenta en el exterior parecía no cesar, las gotas golpeando incansablemente el cristal. Recordaba esos escritos, se los habían presentado una vez en el pasado, aunque no le había dado mucha importancia.
¿La llave de Salomon...? — Musitó el serafín pasando la página, reconociendo nombres de demonios cada vez más familiares. Algunos habían muerto bajo su espada, otros escapado, y otros se encontraban más cerca de lo que pensaba.
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