Buscando el remanso de paz. [Priv. Satellizer L. Bridgette ]

Era un día en el que odiaba estar entre cuatro estrechísimas paredes, sin nada más que hacer que esperar, ver cómo la tarde pasaba sin realizar ninguna tarea productiva. Podría decirse que los estudios me iban bien,  nunca tuve problemas en organizarme. Así que, por lo menos, cada día contaba con unas horitas para mí mismo. O para los demás, si era necesario. Todavía, lo admito, me costaba intimar con la gente. Y mi “persona-paraíso”,  aquella que estaba dispuesta a abrazarme cuando más lo necesitaba, todavía no había llegado. Vendría, tarde o temprano, de eso estaba seguro. Solo tenía que buscar. Allá, entre los alumnos de Jikan debería de haber alguien que encajase conmigo. No digo a la perfección, pero casi.  Y, realmente, ¿qué debería hacer sino? Refugiarme en la escritura. En el don  y la magia de las palabras. ¡Avanzar con la novela!

Así que, decidido, y casi directo, fui al acuario. ¡Mi primera visita a uno! Derrochaba ilusión. Quizás algo infantil, pero divertida. Con el pequeño diario entre las manos, y preparado para asimilar la información que allí podría obtener, fui a una hora ya un poco tarde, aprovechando que, justamente, había pocas personas. Unas cuantas viendo, embobados, como estaría yo en unos segundos, a través de los cristales. Rápidamente, me acerqué a uno, apunté el nombre del pez en cuestión que era, y lo observé. Quería añadir un poco más de ambientación al texto que llevaba entre manos, y esa me parecía una buena idea. Así, Chula también hacía lo mismo que yo. Se apartaba, se sentaba delante de una de las cámaras con agua, miraba con parsimonia el interior, y volvía a mi lugar. Una sala, en especial, llamó mi atención. Había cristaleras rodeando tanto por enfrente, como por derecha e izquierda unos sillones. Me senté, relajando la espalda y esperé. Una raya, preciosa, libre, bonita, paseaba alegremente por el agua.

El silencio, interrumpido escasamente por algunas risas y palabras, otorgaba un ambiente perfecto para escribir, aunque fuera solo unas páginas. Decidido, y con Chula sobre mis piernecitas, comencé a hacerlo. Ensimismado, de manera grácil, y sumergiéndome ,como otras tantas veces, en lo que estaba transmitiendo mediante el bolígrafo. El tiempo, cuando sucedía esto, pasaba volando. No era consciente de mi alrededor, y muchas veces acababa con un dolor de cuello y/o espalda brutal. Cuando alcé la mirada, para otear a las personas que por allí estaban, me estiré. La espalda crujió, reí un poco, y descansé. Coloqué las manos en el sillón (sin respaldo) que había a mi espalda, y seguí, abstraído, pensando. En ese instante, deseaba sentir unas manos femeninas abrazándome por la espalda y rodeando mi cuello. Y no sería la última vez que querría eso.