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♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
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Jikan Highschool :: Papelera :: Papelera
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♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Levantó su mirada hacia los innumerables peces que pacíficamente nadaban detrás de aquél cristal, estaba segura que su hermana se habría divertido observando aquellos pequeños seres tan ajenos a los problemas diarios. Estaba segura de que Adler encontraría una historia para contarle acerca de cada raza, o simplemente las enunciaría con su sonrisa tan amable en su faz. Estaba segura que si todos estuvieran juntos, algo realmente divertido y mágico podría ocurrir, un milagro quizás. Su curiosidad y atención pasó en un pequeño pez de color rojo, quien aparentemente nadaba alejado de todos los demás, le siguió con la mirada, entrecerrando sus ojos en un sutil movimiento. Sin querer los recuerdos volvieron a su mente mientras fuera, su rostro quedaba impasible, sonriente como ya era costumbre. De hecho, se podía decir que la mente de la muchacha estaba en otro sitio, mas su sonrisa intentaba mentir a cualquiera que se acercara a ella. Giró sobre sus talones y siguió caminando hacia el frente, escuchando solamente sus pasos en aquél silencio.
Le estaba empezando a agradar aquél azulado lugar, ver como las mantas nadaban encima de su cabeza, o como los tiburones rozaban el cristal con su escamoso cuerpo. Sus pasos cesaron y su mirada viajó hasta arriba, observando ahora el aparecer de un gran tiburón blanco. Sus labios se entreabrieron en sorpresa al verlo, mas siguió adelante al cabo de pocos segundos, con el claro deseo de descubrir más peces, aquél día tenía libre y de cierta forma, anhelaba poder tener cosas que contar a su rey en cuanto volviera a casa... lo haría... sin duda alguna encontraría la forma para hacer que todo volviera como antes. Sus pasos la condujeron pronto a una sala de la cual distintos pasajes se dividían. Se sentó en una de las sillas que habían en medio, en forma redonda y tras acabalar sus piernas observó cada una de esos "pasajes". Según los carteles el primero conducía a los delfines, el de en medio a los pingüinos y finalmente, la última a las focas.
Bien... ¿A cual voy ahora?— Susurró para si, empezando a balancear su pié arriba y abajo en un lento movimiento. No podía dejar a cuestión de la suerte aquella elección, pues como medianamente ángel, pues después de todo había sido tachada por caído, no tenía el por qué de confiar en algo como la suerte, aun así, el mero concepto de un "destino" que lleva a cada ser únicamente a donde este poder mayor desea, consideraba mucho peor. No habían nacido para ser simples juguetes, ellas... ella tenía un deseo y simplemente se negaba a creer que el destino le deparaba solamente desgracia, cambiaría eso, aunque tuviera que dar su vida a cambio en el intento. Una sonrisa se formó en sus labios, cargada de esperanza, algo sin duda peculiar hablando de un ángel caído. Aunque el mismo creador del cielo le había dado las espaldas... ella no deseaba nada de ello, no esperaba su amor, mucho menos su piedad. Nada tenía ya que ver con el deslumbrante cielo.
Le estaba empezando a agradar aquél azulado lugar, ver como las mantas nadaban encima de su cabeza, o como los tiburones rozaban el cristal con su escamoso cuerpo. Sus pasos cesaron y su mirada viajó hasta arriba, observando ahora el aparecer de un gran tiburón blanco. Sus labios se entreabrieron en sorpresa al verlo, mas siguió adelante al cabo de pocos segundos, con el claro deseo de descubrir más peces, aquél día tenía libre y de cierta forma, anhelaba poder tener cosas que contar a su rey en cuanto volviera a casa... lo haría... sin duda alguna encontraría la forma para hacer que todo volviera como antes. Sus pasos la condujeron pronto a una sala de la cual distintos pasajes se dividían. Se sentó en una de las sillas que habían en medio, en forma redonda y tras acabalar sus piernas observó cada una de esos "pasajes". Según los carteles el primero conducía a los delfines, el de en medio a los pingüinos y finalmente, la última a las focas.
Bien... ¿A cual voy ahora?— Susurró para si, empezando a balancear su pié arriba y abajo en un lento movimiento. No podía dejar a cuestión de la suerte aquella elección, pues como medianamente ángel, pues después de todo había sido tachada por caído, no tenía el por qué de confiar en algo como la suerte, aun así, el mero concepto de un "destino" que lleva a cada ser únicamente a donde este poder mayor desea, consideraba mucho peor. No habían nacido para ser simples juguetes, ellas... ella tenía un deseo y simplemente se negaba a creer que el destino le deparaba solamente desgracia, cambiaría eso, aunque tuviera que dar su vida a cambio en el intento. Una sonrisa se formó en sus labios, cargada de esperanza, algo sin duda peculiar hablando de un ángel caído. Aunque el mismo creador del cielo le había dado las espaldas... ella no deseaba nada de ello, no esperaba su amor, mucho menos su piedad. Nada tenía ya que ver con el deslumbrante cielo.
Erika Flowright- Ángel Caído
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
“Y los bendijo con estas palabras: Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo”
Así era como se leía en aquel libro sagrado, el cual muchas veces se adjudicaba a su Padre. Sin embargo, el edificio dentro del cual caminaba había llevado esto a un nuevo nivel, torcido esas palabras y su significado para crear aquella prisión de cristal. Sintió algo de lástima por los seres que nadaban en lo que no podía ser más que la millonésima parte del océano que el Creador había asignado para ellos, atrapados de por vida en ese sitio para el entretenimiento de los visitantes de esos corredores.
¿Acaso a eso había llegado él? ¿Cuántos serías los traidores que se reirían al recordar como había sido arrojado al mismo abismo, simplemente por pensar por sí mismo? Salir de allí ya había sido un logro, pero quizá ya había llegado al final de su camino. Quedarse atrapado en ese trozo de tierra, su propio acuario personal. Tan sólo pensarlo le provocaba nauseas.
No obstante, debía entender cuál era su nueva posición. Ya no tenía una legión a sus espaldas, ni podía hacer arder kilómetros con sólo un suspiro. Desde que se había desconectado del Cielo, sus habilidades habían menguado y algunas hasta desaparecido por completo. Y aún así, él no era el primero de sus hermanos que caía, y estaba seguro de no ser el único culpado injustamente. Había otros. Otros caídos.
No le fue muy difícil encontrar a una, los ángeles hablan más rápido de lo que se esparcen los rumores en aquel lugar. Le hacía estar agradecido de haberse deshecho de sus expedientes, ya que de lo contrario sería igual de sencillo encontrarlo a él. Había tenido cuidado de no ser visto, asegurándose de que no hubiera nadie más en las cercanías, y de que tendría la ventaja de conocer el entorno en caso de que respondiera agresivamente.
Cuando ella por fin se detuvo, también lo hizo el caído. Le resultaba difícil creer que compartiesen la misma posición. Había descartado que estuviese actuando, ya que él era el único observándola. Aún conservaba las maneras, los gestos y la gracia de sus hermanas. Su sonrisa seguía igual de resplandeciente, no se notaba odio ni disgusto en ella, como sí se veía en Cameron. Pero aún así, había algo extraño en ella... Sintió que ya no podría averiguar nada más de desde las sombras. Se acercó por el mismo camino que había llegado ella, pero no entró a la sala común de esos pasajes. Se detuvo antes de llegar a la esquina, descansando su espalda en la pared, y tomando un respiro. — Hermana. — Habló en voz alta, anunciándose como un ángel. Dudaba que fuera capaz de mentirle a alguien como ella. — No te preocupes, no te haré daño. Sólo quiero hablar. — Culminó con esa voz grave, distante y alta; al mismo tiempo que calmada y armoniosa. Giró hacia un lado para revelarse ante ella, era la primera vez que la veía de cerca. Que esos engañosos ojos azul cielo se posaban en él.
Así era como se leía en aquel libro sagrado, el cual muchas veces se adjudicaba a su Padre. Sin embargo, el edificio dentro del cual caminaba había llevado esto a un nuevo nivel, torcido esas palabras y su significado para crear aquella prisión de cristal. Sintió algo de lástima por los seres que nadaban en lo que no podía ser más que la millonésima parte del océano que el Creador había asignado para ellos, atrapados de por vida en ese sitio para el entretenimiento de los visitantes de esos corredores.
¿Acaso a eso había llegado él? ¿Cuántos serías los traidores que se reirían al recordar como había sido arrojado al mismo abismo, simplemente por pensar por sí mismo? Salir de allí ya había sido un logro, pero quizá ya había llegado al final de su camino. Quedarse atrapado en ese trozo de tierra, su propio acuario personal. Tan sólo pensarlo le provocaba nauseas.
No obstante, debía entender cuál era su nueva posición. Ya no tenía una legión a sus espaldas, ni podía hacer arder kilómetros con sólo un suspiro. Desde que se había desconectado del Cielo, sus habilidades habían menguado y algunas hasta desaparecido por completo. Y aún así, él no era el primero de sus hermanos que caía, y estaba seguro de no ser el único culpado injustamente. Había otros. Otros caídos.
No le fue muy difícil encontrar a una, los ángeles hablan más rápido de lo que se esparcen los rumores en aquel lugar. Le hacía estar agradecido de haberse deshecho de sus expedientes, ya que de lo contrario sería igual de sencillo encontrarlo a él. Había tenido cuidado de no ser visto, asegurándose de que no hubiera nadie más en las cercanías, y de que tendría la ventaja de conocer el entorno en caso de que respondiera agresivamente.
Cuando ella por fin se detuvo, también lo hizo el caído. Le resultaba difícil creer que compartiesen la misma posición. Había descartado que estuviese actuando, ya que él era el único observándola. Aún conservaba las maneras, los gestos y la gracia de sus hermanas. Su sonrisa seguía igual de resplandeciente, no se notaba odio ni disgusto en ella, como sí se veía en Cameron. Pero aún así, había algo extraño en ella... Sintió que ya no podría averiguar nada más de desde las sombras. Se acercó por el mismo camino que había llegado ella, pero no entró a la sala común de esos pasajes. Se detuvo antes de llegar a la esquina, descansando su espalda en la pared, y tomando un respiro. — Hermana. — Habló en voz alta, anunciándose como un ángel. Dudaba que fuera capaz de mentirle a alguien como ella. — No te preocupes, no te haré daño. Sólo quiero hablar. — Culminó con esa voz grave, distante y alta; al mismo tiempo que calmada y armoniosa. Giró hacia un lado para revelarse ante ella, era la primera vez que la veía de cerca. Que esos engañosos ojos azul cielo se posaban en él.
Última edición por Cameron Novak el Sáb Jul 27, 2013 6:04 am, editado 1 vez
Cameron Novak- Ángel Caído
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Aburrido. Su pié seguía balanceándose hacia delante y atrás, mientras se apoyaba en la suave superficie de la banca para mantener su cuerpo recto. Aquella sonrisa tan típica seguía en su faz, una utopía inexistente, un sentimiento que no era suyo, mas llegó a asumir por un bien mayor. Los sentimientos humanos le habían sido ajenos, ella no era más que un sucio ángel solitario hacía ya antaño, mas alguien la había recogido, abrazado y fue la primera vez que conoció el calor de una mano humana a parte de la de su hermana. Quizás aquella persona pensara que no había hecho nada para el ángel, aunque él le había dado mucho más de lo que pudiera imaginar. Sus palabras la habían guiado, la habían hecho sonreír de aquella forma, le había dado la esperanza de seguir adelante, de no temer al destino, a una simple maldición, le había dicho, que el poder de una persona seguramente supera todo tipo de mal... Aun así ¿Por qué aquellas palabras no podían ser verdad para él? ¿Por qué él había tenido que sucumbir?. Un silenciado suspiro escapó de sus labios mientras sus ojos se cerraban durante instantes. Desesperante.
¿Egocentrismo? Sin duda alguna aquella no era un adjetivo que existiera en la lista de aquellos que tenían que ver con su personalidad. Erika sabía demasiado bien que no era nada de eso, ella no era el centro del universo, no era más que una mera creación entre muchas otras, ella tenía tanta importancia, como cualquier otro ser en aquellas tierras. Por otro lado, que las jerarquías crearan diferentes escalas sociales, el hecho que unos tengan más poder que el otro... Nada de todo aquello era la creación principal. Aun así, aunque ella no podía ser nadie importante en aquél mundo, no había motivo por el que no ser la heroína en su propia historia. ¿O si?. Para comenzar, salvaría a aquella persona que tanto apreciaba, pues desde un principio su intención no era ser importante, ni nada por el estilo. Su deseo, su anhelo era mucho más simple, aunque mucho más complicado de hacer realidad. Una voz la sacó de su pensar, por mucho que su sonrisa siguiera sellada en su faz. ¿Hermana? Entonces él... Sin duda alguna, aquél tono de voz harmonioso pero a su vez distante voz no podía significar otra cosa. Se giró, quedando de rodillas sobre el banco y las manos en la cima del respaldo, sonriente al ver el rostro ajeno.
Hermano.— Comentó como una muchacha que acababa de reencontrarse con su hermano mayor. Su sonrisa se amplió, mientras ladeaba con suavidad su cabeza hacia un lado. Ninguna otra persona, por sentido común, la habría llamado "Hermana" a menos que tuviera alguna relación con ella. Ahora que pensaba en ello, nunca antes había conocido un ángel caído, por ello, ser llamada de aquella forma la sorprendió, por mucho que la sonrisa siguiera en su rostro. Aun así, durante instantes sus azuladas orbes quedaron perdidas en aquellos contrarios. —Yo no temo. ¿Por qué debería?.— Su sonrisa se suavizó, volviendo a incorporarse apoyando ambos pies en el suelo. De esa forma, comenzó a caminar hacia el muchacho, parando tan solo a unos pocos pasos de él, pudiendo así observarle con mayor claridad. —Mi nombre es Erika Flowright. Es un gusto conocerte, onii-san— Extendió su mano hacia él, en un acto cortés. Si, era hermosa aquella forma de saludar de los humanos. Aunque la mayoría siquiera entendiera lo que podía significar eso.
¿Egocentrismo? Sin duda alguna aquella no era un adjetivo que existiera en la lista de aquellos que tenían que ver con su personalidad. Erika sabía demasiado bien que no era nada de eso, ella no era el centro del universo, no era más que una mera creación entre muchas otras, ella tenía tanta importancia, como cualquier otro ser en aquellas tierras. Por otro lado, que las jerarquías crearan diferentes escalas sociales, el hecho que unos tengan más poder que el otro... Nada de todo aquello era la creación principal. Aun así, aunque ella no podía ser nadie importante en aquél mundo, no había motivo por el que no ser la heroína en su propia historia. ¿O si?. Para comenzar, salvaría a aquella persona que tanto apreciaba, pues desde un principio su intención no era ser importante, ni nada por el estilo. Su deseo, su anhelo era mucho más simple, aunque mucho más complicado de hacer realidad. Una voz la sacó de su pensar, por mucho que su sonrisa siguiera sellada en su faz. ¿Hermana? Entonces él... Sin duda alguna, aquél tono de voz harmonioso pero a su vez distante voz no podía significar otra cosa. Se giró, quedando de rodillas sobre el banco y las manos en la cima del respaldo, sonriente al ver el rostro ajeno.
Hermano.— Comentó como una muchacha que acababa de reencontrarse con su hermano mayor. Su sonrisa se amplió, mientras ladeaba con suavidad su cabeza hacia un lado. Ninguna otra persona, por sentido común, la habría llamado "Hermana" a menos que tuviera alguna relación con ella. Ahora que pensaba en ello, nunca antes había conocido un ángel caído, por ello, ser llamada de aquella forma la sorprendió, por mucho que la sonrisa siguiera en su rostro. Aun así, durante instantes sus azuladas orbes quedaron perdidas en aquellos contrarios. —Yo no temo. ¿Por qué debería?.— Su sonrisa se suavizó, volviendo a incorporarse apoyando ambos pies en el suelo. De esa forma, comenzó a caminar hacia el muchacho, parando tan solo a unos pocos pasos de él, pudiendo así observarle con mayor claridad. —Mi nombre es Erika Flowright. Es un gusto conocerte, onii-san— Extendió su mano hacia él, en un acto cortés. Si, era hermosa aquella forma de saludar de los humanos. Aunque la mayoría siquiera entendiera lo que podía significar eso.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Haberla llamado de la forma en la que lo había hecho, de la forma en la que se dirigía a todos los ángeles en el pasado... Era la primera vez que era capaz de repetir esa palabra sin sentir que sus puños temblaban de ira. Muchos habían sido los alados que se cruzaron en su camino después de su escape, pero pocos los que recibió con agrado. Ni siquiera en ese lugar era capaz de mostrar aprecio a sus antiguos camaradas, fuese porque no aceptaba su modo de vida, o porque envidiaba las posiciones que les habían sido asignadas. Con ella sentía algo diferente, con tan sólo una mirada, era capaz de entender que no era igual a los demás. Podía ver en ella soledad, anhelo, dejos de amargura, y aún así, era capaz de sonreír. Una fortaleza sin igual, disfrazada de una belleza y armonía innegable.
— El placer es mío.
Por un momento sus labios se entreabrieron ligeramente, observando su mano extendida. No comprendía el significado de aquel gesto, como si solicitase algo, pero... que podría estarle pidiendo ella a él. Tal vez había malinterpretado la situación, esperado algo más que preguntas.
Extendió ambas manos hacia la suya, y la tomó gentilmente entre sus palmas a modo de consuelo.
— Lo siento, no tengo nada que darte... Erika. Sólo preguntas.
Le dijo mirando directamente a sus ojos, intentando discernir si la había visto alguna vez. Los nombres y rostros de cada ángel de su generación, y las pasadas, estaban grabados en su mente... Sin embargo, habían sido casi cuatro milenios los que había estado... Lejos.
— Cameron. Así es como me llaman. — No le inspiraba suficiente confianza para decirle su nombre real. Bastaba que una sola palabra llegase a oídos de un serafín, un arcángel, o incluso un querubin; y de inmediato la ira del Cielo caería sobre él. Debía ser cuidadoso.
Una duda no parecía dejarlo en paz, dando vueltas en su cabeza, como si ya la hubiese visto antes. Dejó ir su mano dejando caer las suyas a sus costados. Creía que en cualquier momento huiría, o intentaría atacarlo, algo. Lo que fuese. Alguna emoción que demostrase que no estaba en sus sano juicio, que era una criminal.
Asesina. Ladrona. Desertora. Algo.
Siempre había odiado a los caídos, quizá incluso asesinado a algunos en el frenesí del combate. No era algo que le agradara recordar... Sin embargo, Erika no era lo que esperaba. Las dudas lo estaban agobiando.
— He pasado mucho tiempo lejos de casa, pero jamás olvido a mis hermanos. Aún así, no recuerdo ni tu nombre, ni tu rostro, debes haber nacido después de... — Hizo una pausa, negándose a nombrar su caída. — ¿En que año fuiste creada? — Interrogó dirigiendo sus ojos instintivamente detrás de ella, dónde deberían alzarse sus alas.
Podría determinarlo fácilmente si estas fuesen visible, como si se tratase de una huella dactilar. Pero eso significaría que él tendría que revelar las suyas. Y eso no estaba en discusión.
— El placer es mío.
Por un momento sus labios se entreabrieron ligeramente, observando su mano extendida. No comprendía el significado de aquel gesto, como si solicitase algo, pero... que podría estarle pidiendo ella a él. Tal vez había malinterpretado la situación, esperado algo más que preguntas.
Extendió ambas manos hacia la suya, y la tomó gentilmente entre sus palmas a modo de consuelo.
— Lo siento, no tengo nada que darte... Erika. Sólo preguntas.
Le dijo mirando directamente a sus ojos, intentando discernir si la había visto alguna vez. Los nombres y rostros de cada ángel de su generación, y las pasadas, estaban grabados en su mente... Sin embargo, habían sido casi cuatro milenios los que había estado... Lejos.
— Cameron. Así es como me llaman. — No le inspiraba suficiente confianza para decirle su nombre real. Bastaba que una sola palabra llegase a oídos de un serafín, un arcángel, o incluso un querubin; y de inmediato la ira del Cielo caería sobre él. Debía ser cuidadoso.
Una duda no parecía dejarlo en paz, dando vueltas en su cabeza, como si ya la hubiese visto antes. Dejó ir su mano dejando caer las suyas a sus costados. Creía que en cualquier momento huiría, o intentaría atacarlo, algo. Lo que fuese. Alguna emoción que demostrase que no estaba en sus sano juicio, que era una criminal.
Asesina. Ladrona. Desertora. Algo.
Siempre había odiado a los caídos, quizá incluso asesinado a algunos en el frenesí del combate. No era algo que le agradara recordar... Sin embargo, Erika no era lo que esperaba. Las dudas lo estaban agobiando.
— He pasado mucho tiempo lejos de casa, pero jamás olvido a mis hermanos. Aún así, no recuerdo ni tu nombre, ni tu rostro, debes haber nacido después de... — Hizo una pausa, negándose a nombrar su caída. — ¿En que año fuiste creada? — Interrogó dirigiendo sus ojos instintivamente detrás de ella, dónde deberían alzarse sus alas.
Podría determinarlo fácilmente si estas fuesen visible, como si se tratase de una huella dactilar. Pero eso significaría que él tendría que revelar las suyas. Y eso no estaba en discusión.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Desconocía aquello que los demás ángeles caídos tuvieron que sufrir, por cuantas injusticias pasaron por culpa de ese hermoso cielo que anhelaba seguir perfecto, castigando a sus hijos por el más mínimo error, por nacer malditos, por ser distintos o simplemente por no desear escuchar la orden mayor. Ella solo se podía centrar en su propia vida, aquello que sabía y que recordaba, aquello que deseaba olvidar con todo su ser, mas no deseaba ser alguien egoísta por ello. Solo sabía que aun ella, un ser que había sido maldecido desde su nacimiento podía sonreír con sinceridad ante las demás personas. Se daba cuenta, que aquella línea que ella misma había creado para alejarse de los demás no estaba teniendo efecto y aunque quizás no tenía el derecho de desear acercarse a alguien, las cosas pasaba sin su permiso. Aunque era un ser indigno, se alegraba cuando las personas la trataban con amabilidad, aunque sea solo una sonrisa falsa, priva de reales sentimientos. Aunque jamás podrían abrir su corazón por completo ante ella, el mero hecho de mirarla, de darle a entender que la podían ver, que realmente estaba allí, que no era una ilusión... solo eso bastaba.
Parpadeó ante sus acciones, aquél muchacho, no parecía ser tan malvado, quizás al fin, los ángeles desechados del cielo no fueran más que creaciones del creador no entendidos. ¿Ingenuo? No, estaba segura que aquél muchacho poseía ingenio, sin duda alguna, quizás inocencia, al menos, posiblemente el pasó mucho más tiempo en el cielo que ella, pues, al fin y al cabo ella no hizo más que estar encerrada, aunque no literalmente. Su sonrisa se suavizó, al igual que sus ojos se entrecerraron con suavidad. —Oh, es una forma de saludar humana. Lo siento. Deberías... extender tu mano y estrechar la mía.— Como no estaba acostumbrada al cielo, la forma de saludar de los demás ángeles le era desconocida hasta cierto punto, siquiera era como si, el conocimiento y la bondad pura de un ángel llegara a despertar por completo en ella, alguien que nunca había visto aquella conocida bondad del cielo. Eso mismo causó que aun siendo un ángel caído, nunca cayó en una depravación tan hosca, pues jamás entendió como era su contra-parte. Simplemente, se movía por instinto. —No deseo nada. Hablar me es suficiente.— Era ajena simplemente a cualquier cosa que concertara el cielo y sus ángeles, conocía cada raza en las distintas jerarquías, aun recordaba el rostro de sus padres, pero más allá, nunca había llegado, nunca le habían enseñado y tampoco se interesó.
Curiosidad. Sin duda, era la primera vez que sentía ese sentimiento tan palpitante en su interior hacia su propia raza. Nunca había tenido posibilidad de demostrarlo, pues los ángeles caídos jamás pisaron aquellas gélidas tierras que ya consideraba casa. En cambio, los ángeles más jóvenes encontraban escusas, escapaban cuando conocían el nombre de la pelirrubia. Erika, ella habría tenido que morir junto a todo aquél pueblo en el resplandeciente cielo. Ambas manos se juntaron detrás de su espalda, dando un pequeño paso hacia atrás. Era la primera vez que tenía el placer de conocer otro ser como ella, a su vez, un temor la inundó, temía poder lastimar sus sentimientos, temía decir algo inapropiado, que el no fuera un amable chico como sus ojos percibían, temía ser traicionada en cuanto menos se lo esperaba. Incertidumbre. No podría seguir eternamente con ella, así que con rapidez la desechó y volvió a fijar toda su atención en el castaño. —Realmente... el apellido Flowright se me fue confiado después de bajar del cielo. Cuando aún vivía allí, carecía de uno propio.— Solamente había sido cuestión de días antes de que aquella "maldición" comenzara a funcionar. Nunca había llegado a recordar si poseía o no un apellido, mas estaba segura de recordar los nombres de aquellos arcángeles que en un principio decidieron ser sus padres. —¿Yo?... calculo que hace cinco siglos... Me imagino que eres de una generación mucho más antigua.— Su mirada se entrecerró con suavidad, en caso contrario. Tampoco iría a culparlo por ello, al fin y al cabo, era mejor de aquella manera.
Parpadeó ante sus acciones, aquél muchacho, no parecía ser tan malvado, quizás al fin, los ángeles desechados del cielo no fueran más que creaciones del creador no entendidos. ¿Ingenuo? No, estaba segura que aquél muchacho poseía ingenio, sin duda alguna, quizás inocencia, al menos, posiblemente el pasó mucho más tiempo en el cielo que ella, pues, al fin y al cabo ella no hizo más que estar encerrada, aunque no literalmente. Su sonrisa se suavizó, al igual que sus ojos se entrecerraron con suavidad. —Oh, es una forma de saludar humana. Lo siento. Deberías... extender tu mano y estrechar la mía.— Como no estaba acostumbrada al cielo, la forma de saludar de los demás ángeles le era desconocida hasta cierto punto, siquiera era como si, el conocimiento y la bondad pura de un ángel llegara a despertar por completo en ella, alguien que nunca había visto aquella conocida bondad del cielo. Eso mismo causó que aun siendo un ángel caído, nunca cayó en una depravación tan hosca, pues jamás entendió como era su contra-parte. Simplemente, se movía por instinto. —No deseo nada. Hablar me es suficiente.— Era ajena simplemente a cualquier cosa que concertara el cielo y sus ángeles, conocía cada raza en las distintas jerarquías, aun recordaba el rostro de sus padres, pero más allá, nunca había llegado, nunca le habían enseñado y tampoco se interesó.
Curiosidad. Sin duda, era la primera vez que sentía ese sentimiento tan palpitante en su interior hacia su propia raza. Nunca había tenido posibilidad de demostrarlo, pues los ángeles caídos jamás pisaron aquellas gélidas tierras que ya consideraba casa. En cambio, los ángeles más jóvenes encontraban escusas, escapaban cuando conocían el nombre de la pelirrubia. Erika, ella habría tenido que morir junto a todo aquél pueblo en el resplandeciente cielo. Ambas manos se juntaron detrás de su espalda, dando un pequeño paso hacia atrás. Era la primera vez que tenía el placer de conocer otro ser como ella, a su vez, un temor la inundó, temía poder lastimar sus sentimientos, temía decir algo inapropiado, que el no fuera un amable chico como sus ojos percibían, temía ser traicionada en cuanto menos se lo esperaba. Incertidumbre. No podría seguir eternamente con ella, así que con rapidez la desechó y volvió a fijar toda su atención en el castaño. —Realmente... el apellido Flowright se me fue confiado después de bajar del cielo. Cuando aún vivía allí, carecía de uno propio.— Solamente había sido cuestión de días antes de que aquella "maldición" comenzara a funcionar. Nunca había llegado a recordar si poseía o no un apellido, mas estaba segura de recordar los nombres de aquellos arcángeles que en un principio decidieron ser sus padres. —¿Yo?... calculo que hace cinco siglos... Me imagino que eres de una generación mucho más antigua.— Su mirada se entrecerró con suavidad, en caso contrario. Tampoco iría a culparlo por ello, al fin y al cabo, era mejor de aquella manera.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Cómo era posible que ella fuese alguien igual a él. Destacaba con sus palabras armoniosas, sinceras, ni siquiera veía que tuviese la guardia en alto. En especial siendo que los de su clase, sus iguales, debían ser su peor enemigo. ¿Acaso estaba equivocada la impresión que tenía de los caídos? Bueno... No sería la primera vez que fallaba en comprender al Cielo. Antes de que todo ocurriese, creía en la voluntad divina, en el libre albedrío y en el perdón de los pecados. Eso fue antes de que fuese atravesado por lenguas de fuego, envuelto en cadenas, arrojado al abismo como si se tratase de un montón de basura.
De cualquier forma... él apenas había logrado mantenerse cuerdo tras tantos años allá abajo, ¿y esta chica mantenía la compostura sin problemas? Apretó su puño inconscientemente, su mirada tornándose vacía. Si se atrevía a mostrar alguna emoción sincera, todo caería a pedazos.
Alzó ligeramente sus comisuras, formando una extraña discordancia entre su mirada y su sonrisa, como si no perteneciesen a la misma persona. Esto sumado al ya desequilibrio entre sus irises volvía complejo determinar que pensaba. La tristeza podía ser confundida con ira, y vice-versa.
— Algo así. La última vez que estuve aquí abajo los taparrabos eran el último grito de la moda. — Parecía ser una exageración, pero estaba seguro de que en algún punto de Egipto estos eran la tendencia popular. — Por suerte jamás fui de ir con la corriente... aunque veo que no soy el único. — Agregó dando un paso a costado, dibujando un lento círculo alrededor de la muchacha.
La pesadez en sus palabras era innegable, no era una simple conversación normal. No era una reunión familiar para conocer a la nueva generación. Había un motivo por el que había ido específicamente a su encuentro, de entre todos los caídos que había en ese lugar.
Ella le resultaba conocida. A pesar de ser mucho más joven, veía en ella las maneras de sus contemporáneos. Las de un ángel de verdad. Miró por encima de su hombro a la rubia, haciendo un gesto de que la siguiese, tomando uno de los caminos en el acuario.
A sus lados, e incluso por encima de él, se extendía un túnel de vidrio dentro del cual se encontraban nadando peces de exóticos colores y formas. La luz que iluminaba el pasaje era como la del sol mismo, dando la impresión de encontrarse bajo el mar. Bastante particular, aunque no fuese una obra tan asombrosa como las de su Padre, había que reconocer el mérito al arquitecto. — Hay algo que tenemos en común, y no es el Cielo, ni las alas. Es por eso que estoy aquí, Erika. — Continuó Cameron ignorando sus alrededores, con un pez ángel pasando apenas un metro por encima suyo. Extrañamente, a medida que avanzaba los prisioneros con agallas del lugar parecían querer evitarlo, alejándose rápidamente, o cambiando su rumbo. Como si tuviesen miedo, o percibiesen la naturaleza destructiva del serafín.
— Caí hace aproximadamente cinco milenios... Pensé en dar pelea,... porque creía en lo que defendía. Pero también creí que mis propios hombres... hermanos. No serían capaces de herirme, que no serían tan despiadados... — Un dejó de nostalgia, amargura y tristeza atintaba su voz mientras hablaba. Casi podía sentir las quemaduras en su espalda como en aquel día, sus alas chamuscadas, quebradizas... — Me equivoqué. No tuvieron reparos en atravesarme con tantas armas como pudiese soportar, quemar mis alas y dejarme caer a 30.000 km/h hasta este lugar que los humanos llaman hogar...
Sonrió ligeramente, volteándose hacia el ángel a sus espaldas. Sus manos se dirigieron hacia el interior de los bolsillos de su abrigo. Casi parecía una estatua, parte de la decoración, ya que no se notaba movimiento alguno en él. Ni siquiera su propia respiración. — Considera esa pequeña historia un pago, a cambio de la tuya. Quiero saber por qué caíste, Erika, porque alguien como tú sería lanzada desde el Cielo a tan corta edad. — Hizo énfasis en su nombre, tratándola como si se tratase de una hermana menor, de una niña. Era inevitable para él sentir algo de lástima, a pesar de todo, porque al fin y al cabo compartía su mismo destino.
De cualquier forma... él apenas había logrado mantenerse cuerdo tras tantos años allá abajo, ¿y esta chica mantenía la compostura sin problemas? Apretó su puño inconscientemente, su mirada tornándose vacía. Si se atrevía a mostrar alguna emoción sincera, todo caería a pedazos.
Alzó ligeramente sus comisuras, formando una extraña discordancia entre su mirada y su sonrisa, como si no perteneciesen a la misma persona. Esto sumado al ya desequilibrio entre sus irises volvía complejo determinar que pensaba. La tristeza podía ser confundida con ira, y vice-versa.
— Algo así. La última vez que estuve aquí abajo los taparrabos eran el último grito de la moda. — Parecía ser una exageración, pero estaba seguro de que en algún punto de Egipto estos eran la tendencia popular. — Por suerte jamás fui de ir con la corriente... aunque veo que no soy el único. — Agregó dando un paso a costado, dibujando un lento círculo alrededor de la muchacha.
La pesadez en sus palabras era innegable, no era una simple conversación normal. No era una reunión familiar para conocer a la nueva generación. Había un motivo por el que había ido específicamente a su encuentro, de entre todos los caídos que había en ese lugar.
Ella le resultaba conocida. A pesar de ser mucho más joven, veía en ella las maneras de sus contemporáneos. Las de un ángel de verdad. Miró por encima de su hombro a la rubia, haciendo un gesto de que la siguiese, tomando uno de los caminos en el acuario.
A sus lados, e incluso por encima de él, se extendía un túnel de vidrio dentro del cual se encontraban nadando peces de exóticos colores y formas. La luz que iluminaba el pasaje era como la del sol mismo, dando la impresión de encontrarse bajo el mar. Bastante particular, aunque no fuese una obra tan asombrosa como las de su Padre, había que reconocer el mérito al arquitecto. — Hay algo que tenemos en común, y no es el Cielo, ni las alas. Es por eso que estoy aquí, Erika. — Continuó Cameron ignorando sus alrededores, con un pez ángel pasando apenas un metro por encima suyo. Extrañamente, a medida que avanzaba los prisioneros con agallas del lugar parecían querer evitarlo, alejándose rápidamente, o cambiando su rumbo. Como si tuviesen miedo, o percibiesen la naturaleza destructiva del serafín.
— Caí hace aproximadamente cinco milenios... Pensé en dar pelea,... porque creía en lo que defendía. Pero también creí que mis propios hombres... hermanos. No serían capaces de herirme, que no serían tan despiadados... — Un dejó de nostalgia, amargura y tristeza atintaba su voz mientras hablaba. Casi podía sentir las quemaduras en su espalda como en aquel día, sus alas chamuscadas, quebradizas... — Me equivoqué. No tuvieron reparos en atravesarme con tantas armas como pudiese soportar, quemar mis alas y dejarme caer a 30.000 km/h hasta este lugar que los humanos llaman hogar...
Sonrió ligeramente, volteándose hacia el ángel a sus espaldas. Sus manos se dirigieron hacia el interior de los bolsillos de su abrigo. Casi parecía una estatua, parte de la decoración, ya que no se notaba movimiento alguno en él. Ni siquiera su propia respiración. — Considera esa pequeña historia un pago, a cambio de la tuya. Quiero saber por qué caíste, Erika, porque alguien como tú sería lanzada desde el Cielo a tan corta edad. — Hizo énfasis en su nombre, tratándola como si se tratase de una hermana menor, de una niña. Era inevitable para él sentir algo de lástima, a pesar de todo, porque al fin y al cabo compartía su mismo destino.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Quizás era porque ella misma mentía, quizás había empezado a entender los sentimientos de los demás seres o simplemente aquella mirada del contrario era demasiado fácil de entender, quizás incluso sus ideas no eran más que suposiciones... Pensó que él se encontraba triste, que necesitaba consuelo, o al menos, esa era su intención, su anhelo. Aun así, pensaba que no era más que una suposición y como ya bien acostumbrada estaba, ninguno de esos infantiles e inocentes deseos se mostraron en su rostro sonriente, simplemente permaneció ante él, juntando ambas manos detrás de su espalda con una paciente y calmada sonrisa. Ella no era distinta, ella también sentía tristeza en el hondo de su corazón, aquél corazón lloraba sin consuelo, pero había aprendido a ignorarle, a aguantar ese dolor y cubrirlo con una sonrisa tan genuina que parecía real aunque no lo fuera. —¿A si? ¿Los taparrabos estaban de moda en ese entonces? Tuvo que ser muy peculiar verlo sin duda.— tapó con un grácil movimiento sus labios en cuanto una sutil y divertida risa escapó de ellos. Jamás habría podido imaginar como debía de ser el mundo antes de su existencia, como los humanos habían avanzado... Sin duda, a ella una mera mentira habría podido causar efecto, sorpresa y emoción, a alguien como Cameron debía de ser distinto, pues él sabía con exactitud aquello que había pasado, la verdad tras la mentira. —No... yo voy más a mi propio ritmo...— Su sonrisa se suavizó, entrecerrando así sus ojos en el acto.
No se inmutó ante las acciones contrarias, más bien siguió cada paso del contrario con su deslumbrante y amable sonrisa. Después de todo, era el primer ángel caído que conocía en sus quinientos años de vida, la primera persona que aparentemente no la odiaba. ¿Pero qué diría si supiera que era una muchacha maldita? ¿Que diría si supiera que una ciudad entera en el resplandeciente cielo había desaparecido por ella? Por un momento la incertidumbre azotó su corazón, temía el ser rechazada, que se alejaran de ella, que la dejaran sola... Aunque por algún peculiar motivo no pensó que aquél ángel fuera de ese tipo, las apariencias engañaban y ella era el ejemplo en persona de ello, aunque en el fondo, su alma careciera de oscuras intenciones, ella no anhelaba más que ser aceptada, que aquella maldición desapareciera de su ser. Su atención volvió al mundo real en cuanto un movimiento ajeno causó que sus pasos le siguieran, aunque realmente no se dio cuenta en que momento eso pasó, simplemente... se podría decir que había sido un movimiento inconsciente, causado por su más escondido anhelo: el de descubrir más acerca de aquél joven. Su atención no pudo hacer más que fijarse en los peces que tan despreocupada-mente nadaban en aquella agua cristalina. Estaban encerrados, era triste, pero no debían matar para comer, no debían sufrir para sobrevivir... Quizás, ellos preferían más aquella vida a la de los confines del mar. Un chapoteo llegó a sus oídos, causando que una vez más que sus azuladas orbes se desviaran a Cameron, a su cuento, a sus memorias. Su corazón, comenzó a quebrantarse, a destruirse de tristeza, él, había vivido algo... "parecido" a ella y aun así, no lo demostró.
En cuanto se paró, ella continuó y aunque consciente de que no lo había hecho más que para descubrir su secreto, rebuscar en sus heridas... Él se había abierto, ella pudo notar aquél deje de melancolía, algo que siquiera ella sería capaz de esconder. Solo sus pasos se escucharon en aquél azulado pasillo. Erika se acercó al otro, quizás demasiado pero aun así sus brazos se extendieron y en un suave y cariñoso movimiento abrazaron al otro, como una hermana haría ante los llantos de su hermano menor, aunque claramente, en una relación fraternal ella sería la infante y aun así, él parecía triste y eso no le agradó. —Está bien, no es necesario que recuerdes cosas dolorosas por querer saber mi pasado... Con que lo preguntes está bien...— Susurró sus palabras, hablando con ternura, con calma. No deseaba hacer que se sintiera nervioso, no era su intención el molestarle, quizás tan solo anhelaba ver la sonrisa en aquellos qué, como ella, habían sufrido demasiado, pues, era injusto que lo siguieran haciendo, que sus recuerdos continuaran torturándoles por la eternidad. —Perdóname si te molesté... Tan solo, no deseo que sufras más de lo que has hecho... aunque las mías sean simples suposiciones— Añadió, abriendo un poco más sus ojos. Al igual que había llegado a abrazarle, sus manos se alejaron al igual que sus pies, como si estuviera danzando al compás de una inexistente melodía, Erika se alejó, volvió a dibujar su sonrisa y juntó ambas manos detrás de su espalda. Él la trataba de hermana, ella haría lo mismo. —¿Por qué fui echada? Cameron... tú... ¿Me odiarías si te dijera que soy un ángel maldito?— Sus ojos se entrecerraron, un deje de preocupación minúsculo escapó en medio de su tono. Ella sin lugar a duda estaba preocupada.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Cuán bajo había caído el Cielo para quemar las alas de esa joven, tan inofensiva y amable como resultaba ser. No se inmutó ante el abrazo de ella, quizá porque no lo esperaba, o porque procuraba mantener su guardia en alto. Muchos ángeles habían sido expulsados bajo causas injustas, pero muchos otros habían hecho tanto daño, que ni el mismo infierno podía significar castigo suficiente. Debía saber si esa muchacha en verdad era una víctima, o si sólo estaba esperando el momento para apuñalarlo por la espalda.
Desconfiado, sí, ¿y qué? Las personas que se dejan llevar por una sonrisa amable o un cálido rose por lo general son las mismas que terminan seis pies bajo tierra. Alzó su rostro hacia los peces nadando por encima de él. Resplandecientes y brillantes, moviéndose como si volasen sobre sus cabezas. — Habría hecho lo mismo de estar en su lugar, no duele recordar algo que pasó hace milenios. — Soltó con una voz vacía, aunque confiada en sus palabras. El dolor de la traición, así como la tristeza, había desaparecido para dejar lugar a esa ferviente necesidad de venganza y redención.
Sin embargo, al estar tan cerca de ella, ¿que... era eso que lo invadía...? Le costaba distinguir si lo provocaba el aura apaciguador del ángel, su dulce aroma, o su enternecedor abrazo. La pregunta daba vueltas por su cabeza, mas no quería detenerse a analizarlo. Ya tenía suficientes interrogantes como para sumarle otros hechos... triviales. — No te preocupes por eso. — Contestó una vez que se hubiese alejado, restandole importancia. Ese calor del contacto desaparecía gradualmente, al igual que esa sensación de hace un momento.
Ángeles malditos... Ese era un concepto nuevo para él, lo cual despertaba su curiosidad. Reconocía que algunos nacían con predisposición a la rebeldía, el rechazo, e incluso el mal. Pero que desde un principio estuviesen marcados... ¿era por eso que siendo tan joven se encontraba en esa posición? ¿era su destino? Alzó ligeramente el rostro hacia ella, dudando por unos segundos, aunque finalmente acortó la distancia entre ambos hasta que se vio en una posición que lo obligaba a bajar la mirada para encontrarse con esas cristalinas irises.
Todos sus sentidos parecían forzados a mantener cierto grado de alerta, a estar listo para empuñar un arma si notaba algo extraño.— Mi trabajo no es juzgarte, y no me atrevería a hacerlo si pudiera... Porque no veo odio en ti. — Pero inconscientemente, dirigió la palma de su mano a la mejilla de la muchacha. Su piel era suave y agradable. Cada estaba más seguro de que la de los cabellos dorados era tan sólo una niña que había tenido la desgracia de nacer bajo un mal designio. La compasión y cariño que despertaba en él era devuelto bajo esa simple acción. — Dime... ¿qué hiciste para terminar aquí? — Reiteró trazando un camino hasta su mentón hacia él antes de soltarla, preguntándose si hablaba con una víctima o una criminal, anhelando que fuese la primera. Casi parecía obligarla a que lo mirase a los ojos al momento de contestar, para así identificar la verdadera respuesta.
Desconfiado, sí, ¿y qué? Las personas que se dejan llevar por una sonrisa amable o un cálido rose por lo general son las mismas que terminan seis pies bajo tierra. Alzó su rostro hacia los peces nadando por encima de él. Resplandecientes y brillantes, moviéndose como si volasen sobre sus cabezas. — Habría hecho lo mismo de estar en su lugar, no duele recordar algo que pasó hace milenios. — Soltó con una voz vacía, aunque confiada en sus palabras. El dolor de la traición, así como la tristeza, había desaparecido para dejar lugar a esa ferviente necesidad de venganza y redención.
Sin embargo, al estar tan cerca de ella, ¿que... era eso que lo invadía...? Le costaba distinguir si lo provocaba el aura apaciguador del ángel, su dulce aroma, o su enternecedor abrazo. La pregunta daba vueltas por su cabeza, mas no quería detenerse a analizarlo. Ya tenía suficientes interrogantes como para sumarle otros hechos... triviales. — No te preocupes por eso. — Contestó una vez que se hubiese alejado, restandole importancia. Ese calor del contacto desaparecía gradualmente, al igual que esa sensación de hace un momento.
Ángeles malditos... Ese era un concepto nuevo para él, lo cual despertaba su curiosidad. Reconocía que algunos nacían con predisposición a la rebeldía, el rechazo, e incluso el mal. Pero que desde un principio estuviesen marcados... ¿era por eso que siendo tan joven se encontraba en esa posición? ¿era su destino? Alzó ligeramente el rostro hacia ella, dudando por unos segundos, aunque finalmente acortó la distancia entre ambos hasta que se vio en una posición que lo obligaba a bajar la mirada para encontrarse con esas cristalinas irises.
Todos sus sentidos parecían forzados a mantener cierto grado de alerta, a estar listo para empuñar un arma si notaba algo extraño.— Mi trabajo no es juzgarte, y no me atrevería a hacerlo si pudiera... Porque no veo odio en ti. — Pero inconscientemente, dirigió la palma de su mano a la mejilla de la muchacha. Su piel era suave y agradable. Cada estaba más seguro de que la de los cabellos dorados era tan sólo una niña que había tenido la desgracia de nacer bajo un mal designio. La compasión y cariño que despertaba en él era devuelto bajo esa simple acción. — Dime... ¿qué hiciste para terminar aquí? — Reiteró trazando un camino hasta su mentón hacia él antes de soltarla, preguntándose si hablaba con una víctima o una criminal, anhelando que fuese la primera. Casi parecía obligarla a que lo mirase a los ojos al momento de contestar, para así identificar la verdadera respuesta.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
"Pero aun así son ángeles, su poder junto desde recién nacidas sobrepasaba el de muchos. Dos arcángeles fueron inducidos a la muerte. Lo sabíamos, ellas atraen el mal augurio, son un mal presagio, atraen la calamidad. Sin embargo, si las matamos la desgracia sería peor."
Desconcertante. Reconfortante y muchos otros sentimientos que al momento fue incapaz de entender. Aquella mano sobre su mejilla resultaba cálida, incluso amable y por ello, el miedo no acudió a ella, no la sobresaltó en ningún sentido y simplemente, un cálido sentimiento se apoderó de ella... como que su corazón se estaba ablandando, cosa por si imposible y siquiera deseado por ella. Erika era no más que un ser maldito, el relacionarse con otros, el establecer conversaciones con ellos, el dejarles acercarse a su corazón... no significaba más que desgracia para ellos, o al menos, eso era lo que la pelirrubia pensaba. Aun así, nada cambiaba el hecho que quizás, si hubiera conocido a ese muchacho años atrás, cuando no era más que una infante... quizás su soledad se vería disminuida, aunque las acusaciones hechas seguían con su pesado yugo. Inocente el haber pensado que todo se iba a arreglar, que antes o después, todo saldría bien... El creador no había perdonado, ni olvidado. Y aun así, era solo una horrible contradicción en ese vasto mundo. Tanto el perdonar, como el castigar... no cambiaría nada si las personas realmente no deseaban cambiar.
Sus ojos se encontraron con los contrarios. No podría escapar ahora ¿Cierto? Y aun así, no le iría a contar todo aquello que ella había vivido, el nombre de Irie había muerto hacía mucho, mucho, mucho tiempo. —...Existir...— Fue su respuesta, mezclada con un deje de tristeza mientras sus ojos se entrecerraban con suavidad. Jamás lo habría pensado, que el simple hecho de abrir sus ojos, de respirar el aire e intentar hacerlo suyo, inundando así sus pulmones pudiera significar la muerte de muchos. Era triste, pero para alguien que había vivido pensando ser el asesino de muchos no cambiarían, aunque intentaran confortarlo. Erika estaba en una situación parecida, que la verdad sea esa o una completamente distinta no importaba, pues su perspectiva era clara y oscura a la vez. —Fui creada en una ciudad conocida antaño como: Valeria. Desde el momento en que abrí los ojos por primera vez grandes catástrofes comenzaron a ser visibles en esa tierra... Dos arcángeles fueron inducidos a la muerte, las tierras fueron pudriéndose y el agua secándose...— Intentó en vano dibujar una sonrisa en su faz, suavizando lo que estaba contando, aunque no tuvo efecto alguno. —Era la causante de la desgracia y por ello mi infelicidad supondría la felicidad de Valeria. Fui encerrada en un valle donde los poderes y el mismísimo tiempo dejaba de fluir... un lugar donde solo los más crueles herejes eran empujados, un lugar sin paz...— Era verdad, aunque solo parte de toda la verdad.
Aun así el poder de las gemelas juntas era demasiado grande, su mera existencia supuso el fin y la destrucción de aquella hermosa y próspera ciudad. Una vez más, en cuestión de días había sido arrebatado todo un milenio de trabajo. El cielo era injusto, realmente la hermosura que se contaba no era más que una ilusión. ¡Oh! Pensándolo bien cualquier serafín podría bajar y darle caza, después de todo, aunque a mitad seguía siendo maldita. —Realmente... creo que no me agrada el cielo...— Aunque no era culpa del mundo celestial lo pasado, aquella amabilidad falsa del creador, aquellas ilusorias palabras de "Todo era perdonado y olvidado" no eran más que eso: Simples palabras en medio del viento, aunque tenían poder y los Dioses nunca mienten siempre habían excepciones. Ambas manos se juntaron a su espalda, dibujando una sutil sonrisa aunque un deje de nostalgia seguía presente. —Valeria no cambió, pronto la ciudad entera fue empujada en aquella valle...— Continuó, aunque intentó no recordar con exactitud todos los detalles. —Entonces... de una u otra forma un rey de una lejana país me extendió la mano y me acogió aun mi maldición.— Adler había sido la primera persona que le sonrió, que por su mente no cruzó palabras despectivas hacia ella. Aun podía recordar aquella dulce mano, aquella sonrisa sin igual junto a aquellas palabras tranquilizadoras que sin duda, podría incluso adormir su maldición. Si, lo quería como un hermano mayor, como un padre... mucho más a lo que había amado al creador, y por ello, no deseaba que su vida terminara de aquella forma.
Sus ojos se encontraron con los contrarios. No podría escapar ahora ¿Cierto? Y aun así, no le iría a contar todo aquello que ella había vivido, el nombre de Irie había muerto hacía mucho, mucho, mucho tiempo. —...Existir...— Fue su respuesta, mezclada con un deje de tristeza mientras sus ojos se entrecerraban con suavidad. Jamás lo habría pensado, que el simple hecho de abrir sus ojos, de respirar el aire e intentar hacerlo suyo, inundando así sus pulmones pudiera significar la muerte de muchos. Era triste, pero para alguien que había vivido pensando ser el asesino de muchos no cambiarían, aunque intentaran confortarlo. Erika estaba en una situación parecida, que la verdad sea esa o una completamente distinta no importaba, pues su perspectiva era clara y oscura a la vez. —Fui creada en una ciudad conocida antaño como: Valeria. Desde el momento en que abrí los ojos por primera vez grandes catástrofes comenzaron a ser visibles en esa tierra... Dos arcángeles fueron inducidos a la muerte, las tierras fueron pudriéndose y el agua secándose...— Intentó en vano dibujar una sonrisa en su faz, suavizando lo que estaba contando, aunque no tuvo efecto alguno. —Era la causante de la desgracia y por ello mi infelicidad supondría la felicidad de Valeria. Fui encerrada en un valle donde los poderes y el mismísimo tiempo dejaba de fluir... un lugar donde solo los más crueles herejes eran empujados, un lugar sin paz...— Era verdad, aunque solo parte de toda la verdad.
Aun así el poder de las gemelas juntas era demasiado grande, su mera existencia supuso el fin y la destrucción de aquella hermosa y próspera ciudad. Una vez más, en cuestión de días había sido arrebatado todo un milenio de trabajo. El cielo era injusto, realmente la hermosura que se contaba no era más que una ilusión. ¡Oh! Pensándolo bien cualquier serafín podría bajar y darle caza, después de todo, aunque a mitad seguía siendo maldita. —Realmente... creo que no me agrada el cielo...— Aunque no era culpa del mundo celestial lo pasado, aquella amabilidad falsa del creador, aquellas ilusorias palabras de "Todo era perdonado y olvidado" no eran más que eso: Simples palabras en medio del viento, aunque tenían poder y los Dioses nunca mienten siempre habían excepciones. Ambas manos se juntaron a su espalda, dibujando una sutil sonrisa aunque un deje de nostalgia seguía presente. —Valeria no cambió, pronto la ciudad entera fue empujada en aquella valle...— Continuó, aunque intentó no recordar con exactitud todos los detalles. —Entonces... de una u otra forma un rey de una lejana país me extendió la mano y me acogió aun mi maldición.— Adler había sido la primera persona que le sonrió, que por su mente no cruzó palabras despectivas hacia ella. Aun podía recordar aquella dulce mano, aquella sonrisa sin igual junto a aquellas palabras tranquilizadoras que sin duda, podría incluso adormir su maldición. Si, lo quería como un hermano mayor, como un padre... mucho más a lo que había amado al creador, y por ello, no deseaba que su vida terminara de aquella forma.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Arcángeles, las armas más poderosas y devastadoras de todo el ejército celestial, su as bajo la manga. A diferencia de la mayoría de los ángeles, entre sus filas no todos eran piadosos y justos. Algunos simplemente habían nacido para la destrucción, para borrar de la faz de la tierra a legiones y legiones de enemigos. Cameron lo sabía de primera mano, alguna vez en un pasado remoto y distante, estos habían sido sus superiores. Quienes lo armaban, daban órdenes, y resguardaban sus espaldas. Eran más que simples amigos, eran sus hermanos.
Escuchar que el simple nacimiento de un ángel normal, como cualquier otro, significase la muerte de dos de ellos... ¿cómo era posible? Su ceño se frunció ligeramente, retrocediendo un ligero paso de ella. Si lo que decía era verdad, no era necesario que fuese un genio matemático para saber que antes de que ella cumpliese el medio siglo de existencia, ya era una amenaza mortífera. Definitivamente, no deseaba bajo ninguna circunstancia ser su enemigo. — ¿Inducidos? ¿Cómo es eso posible? — Su voz se volvió algo brusca, ya no había necesidad de ser amable con ella. No le quedaban secretos que quitarle. Deducía que si era tan fuerte como proclamaba, no buscaba esperar el momento para sorprenderlo; y si no lo era, entonces mentía acerca de sus habilidades.
Fuese como fuese, se cambiase el verso que se cambiase, la canción seguía siendo la misma. — Los arcangeles fueron mis... allegados, hace tiempo. Probablemente conociese a los que murieron, a no ser que una nueva generación naciese antes de que... — Sus labios se cerraron en seco. Debía cuidarse, aquella no era una conversación en la que pudiera entregarse como hacía ella.
De cualquier forma, si las "victimas" del suceso no formaban parte de la escuadra que lo traicionó, entonces eran sus amigos. Y desde ambos puntos de vista, era algo negativo para él. En resumen, parte de su venganza había sido tomada por ella, o parte de sus aliados habían muerto por su culpa. Perdía desde ambos puntos de vista.
Se dirigió hacia uno de los cristales a su lado, notando que uno de los peces lo observaba fijamente. No había obviado el hecho de que todos los demás se habían alejado, por lo que le provocó simpatía ver a ese solitario, marginado ser buscaba algo de compañía. — A decir verdad, me sorprende que te dejasen en paz tras eso. Aquí, en la Tierra... No lo hicieron, ¿cierto? Escapaste. — Dedujo mirándola por encima de su hombro. Una fugitiva, tal vez. Las diferencias entre ambos menguaban entre más la conocía. Debería ser de su agrado, si no fuese porque él buscaría matarla si fuese otra persona. O incluso en su posición actual.
Redención. Eso era lo que buscaba, volver al Cielo para tomar venganza. Lo que pasase después, o cuántas víctimas dejase a su paso no le importaba. Hacía mucho que había entendido que el camino de los justos sólo es transitado por los desgraciados e ingenuos que no saben como funciona el mundo. — Debería evitar dar tu historia tan libremente. Para nosotros, eso es todo lo que nos queda. Nuestro pasado es lo único que nos pertenece verdaderamente, nuestra posesión más valiosa... — Y revelarlo no deja más que penurias a su paso, jamás trae algo bueno. Aún en esa posición, Cameron reconocía que tal vez apagar la llama de esa muchacha significaba un paso directo al Cielo. Lo hubiera hecho, lo iba a hacer, lo debía hacer... ¿Por qué no lo hacía? ¿Qué mantenía esa daga asesina en su manga, y no en el pecho de Erika? El sentimiento era estremecedor, como si una fuerza invisible lo mantenía inmóvil, no atreviéndose a tomar acción contra ella. Sólo podía hablar. — Y sin embargo, como te he dado la mía, sé que hay algo que no me estás contando. Algo que reservas para ti misma.— Una leve sonrisa, algo sarcástica aunque leve se dibujó en sus labios. Un impulso tal vez. Una idiotez. — Pero mira quién habla, ¿no? — El espacio a espaldas de Cameron se ensombreció, por el instante que tomaría el flash de una cámara, el instante que le toma a un lápiz tocar el suelo. Tres pares de majestuosas alas azabache, con sus plumas visiblemente chamuscadas, humeando como si se las hubiese quemado hace segundos, se atisbaron por ese milisegundo. Las propias de un serafín, las propias de un caído. A pesar de que había sanado hace mucho, era necesario mostrarlas como habían estado alguna vez. — Todos tenemos secretos, Erika. Pero no podemos guardalos por siempre... Conocías a esos dos arcángeles, ¿no es así? — Preguntó aún más interesado en ella, notando lo especial y única que era esa muchacha. Dos de las mejores armas del Cielo no caerían en la muerte así como así, había algo que no cuadraba...
¿Quiénes habían sido los padres de esta chica?
Escuchar que el simple nacimiento de un ángel normal, como cualquier otro, significase la muerte de dos de ellos... ¿cómo era posible? Su ceño se frunció ligeramente, retrocediendo un ligero paso de ella. Si lo que decía era verdad, no era necesario que fuese un genio matemático para saber que antes de que ella cumpliese el medio siglo de existencia, ya era una amenaza mortífera. Definitivamente, no deseaba bajo ninguna circunstancia ser su enemigo. — ¿Inducidos? ¿Cómo es eso posible? — Su voz se volvió algo brusca, ya no había necesidad de ser amable con ella. No le quedaban secretos que quitarle. Deducía que si era tan fuerte como proclamaba, no buscaba esperar el momento para sorprenderlo; y si no lo era, entonces mentía acerca de sus habilidades.
Fuese como fuese, se cambiase el verso que se cambiase, la canción seguía siendo la misma. — Los arcangeles fueron mis... allegados, hace tiempo. Probablemente conociese a los que murieron, a no ser que una nueva generación naciese antes de que... — Sus labios se cerraron en seco. Debía cuidarse, aquella no era una conversación en la que pudiera entregarse como hacía ella.
De cualquier forma, si las "victimas" del suceso no formaban parte de la escuadra que lo traicionó, entonces eran sus amigos. Y desde ambos puntos de vista, era algo negativo para él. En resumen, parte de su venganza había sido tomada por ella, o parte de sus aliados habían muerto por su culpa. Perdía desde ambos puntos de vista.
Se dirigió hacia uno de los cristales a su lado, notando que uno de los peces lo observaba fijamente. No había obviado el hecho de que todos los demás se habían alejado, por lo que le provocó simpatía ver a ese solitario, marginado ser buscaba algo de compañía. — A decir verdad, me sorprende que te dejasen en paz tras eso. Aquí, en la Tierra... No lo hicieron, ¿cierto? Escapaste. — Dedujo mirándola por encima de su hombro. Una fugitiva, tal vez. Las diferencias entre ambos menguaban entre más la conocía. Debería ser de su agrado, si no fuese porque él buscaría matarla si fuese otra persona. O incluso en su posición actual.
Redención. Eso era lo que buscaba, volver al Cielo para tomar venganza. Lo que pasase después, o cuántas víctimas dejase a su paso no le importaba. Hacía mucho que había entendido que el camino de los justos sólo es transitado por los desgraciados e ingenuos que no saben como funciona el mundo. — Debería evitar dar tu historia tan libremente. Para nosotros, eso es todo lo que nos queda. Nuestro pasado es lo único que nos pertenece verdaderamente, nuestra posesión más valiosa... — Y revelarlo no deja más que penurias a su paso, jamás trae algo bueno. Aún en esa posición, Cameron reconocía que tal vez apagar la llama de esa muchacha significaba un paso directo al Cielo. Lo hubiera hecho, lo iba a hacer, lo debía hacer... ¿Por qué no lo hacía? ¿Qué mantenía esa daga asesina en su manga, y no en el pecho de Erika? El sentimiento era estremecedor, como si una fuerza invisible lo mantenía inmóvil, no atreviéndose a tomar acción contra ella. Sólo podía hablar. — Y sin embargo, como te he dado la mía, sé que hay algo que no me estás contando. Algo que reservas para ti misma.— Una leve sonrisa, algo sarcástica aunque leve se dibujó en sus labios. Un impulso tal vez. Una idiotez. — Pero mira quién habla, ¿no? — El espacio a espaldas de Cameron se ensombreció, por el instante que tomaría el flash de una cámara, el instante que le toma a un lápiz tocar el suelo. Tres pares de majestuosas alas azabache, con sus plumas visiblemente chamuscadas, humeando como si se las hubiese quemado hace segundos, se atisbaron por ese milisegundo. Las propias de un serafín, las propias de un caído. A pesar de que había sanado hace mucho, era necesario mostrarlas como habían estado alguna vez. — Todos tenemos secretos, Erika. Pero no podemos guardalos por siempre... Conocías a esos dos arcángeles, ¿no es así? — Preguntó aún más interesado en ella, notando lo especial y única que era esa muchacha. Dos de las mejores armas del Cielo no caerían en la muerte así como así, había algo que no cuadraba...
¿Quiénes habían sido los padres de esta chica?
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
La sorpresa no recurrió a ella, el verle alejarse no causó que su sutil sonrisa desapareciera de su trono, sus labios seguían curvados con suavidad hacia arriba, dibujando una tranquila sonrisa. El ser abandonada, traicionada no eran cosas que le agradaran, pero empezaba a ser tan fácil y normal como el mero hecho de respirar. Todos le temían a aquello que no podían entender. La soledad, la desesperación y la muerte eran sentimientos que seguían cal-comiéndola por dentro, lentamente, induciéndola a la oscuridad de la cual los ángeles caídos eran padrones. Aun así, el amor que seguía sintiendo hacia algunas personas le hacía no perder la cordura, seguir manteniendo los pies en tierra y sonreír como si fuera la persona más feliz del mundo, mal grado no sea siempre real. Aun así, eran unas cadenas incansables que se auto-imponía, no quería pues, romper esa armonía creada a base de intentos y fallos. Negó con el gesto de su cabeza ante su pregunta. ¿Desconcierto? Debía de ser normal. —No lo sé... No tenía edad suficiente para darme cuenta de lo que sucedía— Sus ojos se entrecerraron, ella jamás había deseado eso desde un principio, como tampoco lo había hecho su hermana. Aunque ellos hayan sido sus amigos, aunque pasó siglos en su compañía, aunque sus palabras aun resonaran en su cabeza... eso no podía cambiar el hecho la mera existencia de unas niñas malditas indució a la muerte de ellos. Aun así, no exclamó palabra alguna, simplemente permaneció allí de pié, observándole con una mirada difícil de entender.
Tristeza. No. Quizás un sentimiento aun más grande empezó a manifestarse en su alma, su corazón lloraba aunque de su rostro no escapó ninguna de esas emociones, giró sobre sus talones, caminando hacia una de las vitrinas, donde colorados peces navegaban como señores de aquel lar. Aquellos movimientos aleatorios causó que se distanciara de sus pensares, al menos, hasta que Cameron volvió a hablar, devolviéndola una vez más al oscuro mundo de la realidad. —Quizás piensen que haya muerto... La torre que había en la valle cayó sobre todos los muertos... Luego, en el país del rey que me acogió simplemente actué como una maga más de la ciudad.— Las lecturas, la magia que comenzaba a resonar en su memoria como si siempre la hubiera estudiado, los consejos y las cálidas miradas de su rey... Aun así todo eso se había quebrantado una vez más como si no fuera más que un frágil cristal, fragmentado en pedazos por una fuerte ráfaga de viento. Tan inesperado y cruel. —Y aun así...— En silencio fue cerrando su puño sobre el vidrio, bajando ligeramente su cabeza. Por culpa de su existencia su rey había perdido la razón, había querido... algo que ella jamás podría concederle, sin importar si se lo había prometido. Ella lo salvaría sin importar si en el proceso su misma vida desaparecía. —¿Posesión valiosa? Quizás no lo sienta igual... Mi pasado no es algo de lo que me enorgullezca...— Aunque deseó seguir diciendo algo, sus palabras se convirtieron en un suave susurro. "... Más bien habría preferido nunca existir". Esas eran palabras demasiado fuertes para que salieran de los pálidos labios del ángel caído.
Dio media vuelta, quedando con espaldas al azulado cristal mientras observaba al otro y sonreí ante sus palabras. Estaba bien claro que no toda la verdad le había contado, mas aquello que no escapó de sus labios eran echos que ella misma decidió borrar de la faz del universo. Borró la existencia de Irie y cargó con una vida que no era suyo. Una irónica sonrisa se dibujó en sus labios cuando pensó en ello, quizás, al cabo de su vida se convertiría en un demonio, entonces, ya no debería de preocuparse por sus acciones, por escapar de la voluntad celestial, por correr de Uriel quien seguramente le castigaría, aun así, esperó que pensaran que estaba muerta, que la maldición que golpeó el cielo como una gélida airada finalmente había desaparecido. Aun así, su infelicidad hacía bailar de alegría el paraíso. —Exacto. Esa parte, será borrada del universo. De esa forma, ya nadie tendrá que sufrir.— Aunque la existencia de las gemelas conllevaba al desastre, traía al mismo Satanás en tierras del señor. Aunque su hermana había muerto como todos lo habían deseado, aun cuando la maldición estaba partida a mitad nada iría a cambiar al parecer. —Ellos eran... los arcángeles de la luz, o al menos, uno de ellos...— Sus ojos se entrecerraron con suavidad. Aunque ella debía de tomar el lugar de ese arcángel, aunque era su sucesora... aunque al tomarlo quizás la luz de dios borraría la maldición... nada de todo eso había pasado y por ello cayó en la desesperación. —¿Eres un serafín?— Sus ojos parpadearon ante la majestuosidad de las alas ajenas, aunque estuvieran teñidas de negro como si de un cuervo se tratara. Dio unos pequeños pasos hacia el frente, mientras una sutil luz comenzó a crearse a sus espaldas, de allí, unas grandes y grisáceas alas tomaron forma, dejando que plumas tanto negras como blancas volaran durante instantes a su alrededor. No entendía, quizás su estancia entre la luz del rey hizo que sus alas se mancharan de oscuro más lento, pero en ese momento no eran más que grisáceas alas, mezcladas con plumas tan puras como aquellas de cualquier ángel y oscuras como las de un cruel caído. Aun así, de sus labios no surgió más que una sonrisa. Quizás, agradecería si alguien pondría fin a su vida... aunque no lo permitiría en ese instante. No hasta salvar su rey.
Tristeza. No. Quizás un sentimiento aun más grande empezó a manifestarse en su alma, su corazón lloraba aunque de su rostro no escapó ninguna de esas emociones, giró sobre sus talones, caminando hacia una de las vitrinas, donde colorados peces navegaban como señores de aquel lar. Aquellos movimientos aleatorios causó que se distanciara de sus pensares, al menos, hasta que Cameron volvió a hablar, devolviéndola una vez más al oscuro mundo de la realidad. —Quizás piensen que haya muerto... La torre que había en la valle cayó sobre todos los muertos... Luego, en el país del rey que me acogió simplemente actué como una maga más de la ciudad.— Las lecturas, la magia que comenzaba a resonar en su memoria como si siempre la hubiera estudiado, los consejos y las cálidas miradas de su rey... Aun así todo eso se había quebrantado una vez más como si no fuera más que un frágil cristal, fragmentado en pedazos por una fuerte ráfaga de viento. Tan inesperado y cruel. —Y aun así...— En silencio fue cerrando su puño sobre el vidrio, bajando ligeramente su cabeza. Por culpa de su existencia su rey había perdido la razón, había querido... algo que ella jamás podría concederle, sin importar si se lo había prometido. Ella lo salvaría sin importar si en el proceso su misma vida desaparecía. —¿Posesión valiosa? Quizás no lo sienta igual... Mi pasado no es algo de lo que me enorgullezca...— Aunque deseó seguir diciendo algo, sus palabras se convirtieron en un suave susurro. "... Más bien habría preferido nunca existir". Esas eran palabras demasiado fuertes para que salieran de los pálidos labios del ángel caído.
Dio media vuelta, quedando con espaldas al azulado cristal mientras observaba al otro y sonreí ante sus palabras. Estaba bien claro que no toda la verdad le había contado, mas aquello que no escapó de sus labios eran echos que ella misma decidió borrar de la faz del universo. Borró la existencia de Irie y cargó con una vida que no era suyo. Una irónica sonrisa se dibujó en sus labios cuando pensó en ello, quizás, al cabo de su vida se convertiría en un demonio, entonces, ya no debería de preocuparse por sus acciones, por escapar de la voluntad celestial, por correr de Uriel quien seguramente le castigaría, aun así, esperó que pensaran que estaba muerta, que la maldición que golpeó el cielo como una gélida airada finalmente había desaparecido. Aun así, su infelicidad hacía bailar de alegría el paraíso. —Exacto. Esa parte, será borrada del universo. De esa forma, ya nadie tendrá que sufrir.— Aunque la existencia de las gemelas conllevaba al desastre, traía al mismo Satanás en tierras del señor. Aunque su hermana había muerto como todos lo habían deseado, aun cuando la maldición estaba partida a mitad nada iría a cambiar al parecer. —Ellos eran... los arcángeles de la luz, o al menos, uno de ellos...— Sus ojos se entrecerraron con suavidad. Aunque ella debía de tomar el lugar de ese arcángel, aunque era su sucesora... aunque al tomarlo quizás la luz de dios borraría la maldición... nada de todo eso había pasado y por ello cayó en la desesperación. —¿Eres un serafín?— Sus ojos parpadearon ante la majestuosidad de las alas ajenas, aunque estuvieran teñidas de negro como si de un cuervo se tratara. Dio unos pequeños pasos hacia el frente, mientras una sutil luz comenzó a crearse a sus espaldas, de allí, unas grandes y grisáceas alas tomaron forma, dejando que plumas tanto negras como blancas volaran durante instantes a su alrededor. No entendía, quizás su estancia entre la luz del rey hizo que sus alas se mancharan de oscuro más lento, pero en ese momento no eran más que grisáceas alas, mezcladas con plumas tan puras como aquellas de cualquier ángel y oscuras como las de un cruel caído. Aun así, de sus labios no surgió más que una sonrisa. Quizás, agradecería si alguien pondría fin a su vida... aunque no lo permitiría en ese instante. No hasta salvar su rey.
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- {Off: Ops, me extendí un poco, lo siento~}
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Siglos de vida, milenios de vida, llenan nuestras arcas de recuerdos malos y buenos, momentos alegres y momentos deplorables, enemigos y aliados, amigos y rivales. Hay causa y efecto, pero todo tiene un balance, todo está equilibrado. Nada se obtiene sin pagar el precio... O sin que alguien más lo haga.
Vislumbrando el contraste de aquellas alas, tan extrañamente bellas. A su propia manera, un encanto sobrenatural hacía que Cameron ignorase el contraste de esas plumas. Negras y blancas, benditas y malditas, resplandecientes y oscuras... Balance. Manchas en una pureza que jamás debió haberse abandonado, de una joven que jamás había hecho daño alguno. Y que de todas formas, deseaba que acabasen con su vida. Podía verlo en sus ojos, sabía lo que un serafín era capaz de hacer, cuán crueles y metódicos resultaban, y que haberle contado su historia a uno no podía terminar en ningún otro desenlace que su muerte. Y al mismo tiempo, atisbaba una llama que no deseaba apagarse, una voluntad para vivir y lograr una meta. ¿Cuál sería? Quizás jamás lo supiese.
Asintió levemente ante las preciosas alas de la muchacha, tan peculiares como únicas. En el pasado las habría visto como malditas, manchadas, deplorables... Pero ahora... No podía quitar su mirada de ellas.
— Fui el primero en bajar a la tierra con una misión, recibía muchas órdenes... No todas me gustaban, pero era eficiente. Entre mis superiores, estaba quién tu llamas arcángel de la luz... Jophiel. — Las encrucijadas del destino tienen un sentido del humor particular. Tal vez si pudiese recuperar la venganza que le había sido robada, si esa muchacha había significado algo para aquel sujeto, si dónde quiere que estuviese lo pudiera observar allí, dejando caer esa daga de su manga hacia su palma.
Esa hoja que había sido forjada en el mismo Cielo, un arma capaz de no sólo atravesar la carne, sino también el alma, y borrarla para siempre de la existencia. Un arma usada para cazar ángeles caídos, una que le había sido obsequiada hace siglos, y sin embargo, aún conservaba el aspecto elegante y letal que cuando la uso por primera vez. Cam fijó una mirada vacía en ella, como si el fervor rojo y el destello esmeralda hubieran perdido todo brillo en los propios, como si se tratase de una persona ciega. — Él... Se suponía que debía darle muerte yo mismo, con esta misma daga. La que me entregó con sus propias manos. — Mencionó alzándola a la altura de sus ojos, de manera que, como si de un espejo se tratase, de un lado se reflejase el rostro de Cameron y del otro el de Erika. — No puedo culparte por haber acabado con él antes de que yo llegase. Tampoco puedo simplemente perdonarte. A fin de cuentas, tienes una deuda conmigo. — El lado oscuro del serafín parecía estarse apoderando de él, arrojando a un lado al ángel que había llegado en busca de ayuda a su encuentro. Ante el hecho de que una oportunidad de acelerar sus planes se presentase, era natural que empezase a ver a esa chica como tan sólo un medio.
Empuñó la daga con el final en dirección al pecho de la muchacha, acercándose como si no esperase resistencia alguna de su parte. — Siento esto, quisiera no tener que hacerlo. Pero no puedo dejar que le hagas daño a nadie más. — Como si esa excusa bastase, como si creyese sus palabras verdaderamente... Cambió la posición del arma rápidamente, con una maestría tal que pareció poco menos de un parpadeo. Y tomando por la cintura a la de los cabellos dorados, la atrajo hacia él. Dando una estocada hacia adelante. En un segundo, todo había acabado. Sin embargo, esa joven que abrazaba a su pecho, sana y a salvo, no había sido el objetivo que encontró.
El sonido lento, progresivo de la sangre fluyendo se escuchó en ese espacio vacío a sus espaldas. — Lo siento, hermano. — Murmuró soltando la daga, dejándola enterrada en ese cuerpo que ahora empezaba a ser concreto. Con su velo de invisibilidad, propio de un asesino, cayendo.
Un muchacho de alrededor de la edad física de Cam, con una mueca de sorpresa y dolor en su rostro. En la mano del contrario se podía ver una cuchilla idéntica a la que le había dado muerte. A juzgar por la posición en la que la sostenía, estaba preparado para apuñalar por la espalda a la de ojos azules. — Está bien. Ya acabo. Estás a salvo. — Susurró sobre el hombro de Erika, disminuyendo la fuerza con la que la sostenía, al mismo tiempo que el cadáver golpeaba el suelo.
Desde la herida que había infligido, sus cuencas, labios, una brillante luz blanca resplandeció con la intensidad de diez soles. Y con la misma velocidad se apagó. Dejando como único resto del ángel un cuerpo vacío, y un par de alas reducidas a cenizas a sus costados. Las mismas habían quemado el suelo antes de arder por su cuenta.
La encrucijada del destino, cosas extrañas suceden en ella. Y cuando tres caídos se encuentran en sus tierras, cuando sus intereses difieren, ese paisaje es el que queda. La muerte de un ángel.
Vislumbrando el contraste de aquellas alas, tan extrañamente bellas. A su propia manera, un encanto sobrenatural hacía que Cameron ignorase el contraste de esas plumas. Negras y blancas, benditas y malditas, resplandecientes y oscuras... Balance. Manchas en una pureza que jamás debió haberse abandonado, de una joven que jamás había hecho daño alguno. Y que de todas formas, deseaba que acabasen con su vida. Podía verlo en sus ojos, sabía lo que un serafín era capaz de hacer, cuán crueles y metódicos resultaban, y que haberle contado su historia a uno no podía terminar en ningún otro desenlace que su muerte. Y al mismo tiempo, atisbaba una llama que no deseaba apagarse, una voluntad para vivir y lograr una meta. ¿Cuál sería? Quizás jamás lo supiese.
Asintió levemente ante las preciosas alas de la muchacha, tan peculiares como únicas. En el pasado las habría visto como malditas, manchadas, deplorables... Pero ahora... No podía quitar su mirada de ellas.
— Fui el primero en bajar a la tierra con una misión, recibía muchas órdenes... No todas me gustaban, pero era eficiente. Entre mis superiores, estaba quién tu llamas arcángel de la luz... Jophiel. — Las encrucijadas del destino tienen un sentido del humor particular. Tal vez si pudiese recuperar la venganza que le había sido robada, si esa muchacha había significado algo para aquel sujeto, si dónde quiere que estuviese lo pudiera observar allí, dejando caer esa daga de su manga hacia su palma.
Esa hoja que había sido forjada en el mismo Cielo, un arma capaz de no sólo atravesar la carne, sino también el alma, y borrarla para siempre de la existencia. Un arma usada para cazar ángeles caídos, una que le había sido obsequiada hace siglos, y sin embargo, aún conservaba el aspecto elegante y letal que cuando la uso por primera vez. Cam fijó una mirada vacía en ella, como si el fervor rojo y el destello esmeralda hubieran perdido todo brillo en los propios, como si se tratase de una persona ciega. — Él... Se suponía que debía darle muerte yo mismo, con esta misma daga. La que me entregó con sus propias manos. — Mencionó alzándola a la altura de sus ojos, de manera que, como si de un espejo se tratase, de un lado se reflejase el rostro de Cameron y del otro el de Erika. — No puedo culparte por haber acabado con él antes de que yo llegase. Tampoco puedo simplemente perdonarte. A fin de cuentas, tienes una deuda conmigo. — El lado oscuro del serafín parecía estarse apoderando de él, arrojando a un lado al ángel que había llegado en busca de ayuda a su encuentro. Ante el hecho de que una oportunidad de acelerar sus planes se presentase, era natural que empezase a ver a esa chica como tan sólo un medio.
Empuñó la daga con el final en dirección al pecho de la muchacha, acercándose como si no esperase resistencia alguna de su parte. — Siento esto, quisiera no tener que hacerlo. Pero no puedo dejar que le hagas daño a nadie más. — Como si esa excusa bastase, como si creyese sus palabras verdaderamente... Cambió la posición del arma rápidamente, con una maestría tal que pareció poco menos de un parpadeo. Y tomando por la cintura a la de los cabellos dorados, la atrajo hacia él. Dando una estocada hacia adelante. En un segundo, todo había acabado. Sin embargo, esa joven que abrazaba a su pecho, sana y a salvo, no había sido el objetivo que encontró.
El sonido lento, progresivo de la sangre fluyendo se escuchó en ese espacio vacío a sus espaldas. — Lo siento, hermano. — Murmuró soltando la daga, dejándola enterrada en ese cuerpo que ahora empezaba a ser concreto. Con su velo de invisibilidad, propio de un asesino, cayendo.
Un muchacho de alrededor de la edad física de Cam, con una mueca de sorpresa y dolor en su rostro. En la mano del contrario se podía ver una cuchilla idéntica a la que le había dado muerte. A juzgar por la posición en la que la sostenía, estaba preparado para apuñalar por la espalda a la de ojos azules. — Está bien. Ya acabo. Estás a salvo. — Susurró sobre el hombro de Erika, disminuyendo la fuerza con la que la sostenía, al mismo tiempo que el cadáver golpeaba el suelo.
Desde la herida que había infligido, sus cuencas, labios, una brillante luz blanca resplandeció con la intensidad de diez soles. Y con la misma velocidad se apagó. Dejando como único resto del ángel un cuerpo vacío, y un par de alas reducidas a cenizas a sus costados. Las mismas habían quemado el suelo antes de arder por su cuenta.
La encrucijada del destino, cosas extrañas suceden en ella. Y cuando tres caídos se encuentran en sus tierras, cuando sus intereses difieren, ese paisaje es el que queda. La muerte de un ángel.
- Spoiler:
- Tomaré prestada esa disculpa, también me sobreextendí un poco
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Arrepentimiento. Ese era un sentimiento que seguía embarcando a la de dorados cabellos sin sosiego, el repentino cambiar del chico, aquellas palabras pronunciadas con frialdad, algo que muchas veces había visto durante su infancia, el rostro lleno de odio de aquél señor cuando pensó acabar con su propia vida en vez que la de las gemelas, pensando que su desgracia significara la paz del cielo, la pila de cuerpos mutilados, sin vida, mugrientos en medio de aquella gran valle, un mar de cadáveres. Aquellos ángeles, jamás podrían dar reposo a su cuerpo, mientras la torre sin tiempo permaneciera de pié, sus cuerpos no desaparecerían, no se quemarían entre llamas, la luz no se haría presente en ellos. Quizás como aquél señor, Cameron estaba cayendo en la depravación, y aun así, ese no fue motivo de drama alguno, ella permaneció allí, inmóvil aun cuando la daga estaba sostenida amenazadoramente por el mayor. Sus más grandes anhelos no eran más que terribles contradicciones. Morir y vivir. Simplemente no podía decidirse por una de ellas. —Habría tenido que tomar su cargo. Si él moría, la sucesora al cargo de arcángel debía de haber sido yo... eso fue decidido mucho antes que naciera. Eso cambió en cuanto culparon mi existencia como su muerte— Era lógica, no admitirían una plagia entre los hermosos ángeles y sus nobles ideales, ella no era más que alguien que otorgaba la muerte y desesperación allá donde pisara. Lo tenía claro, el simple hecho de abrir sus ojos había significado la tragedia para el cielo, por haber deseado había inducido a su querida hermana a la muerte, por haber anhelado la paz, había causado que la locura se depositara en la mente de su rey.
El tiempo se congeló un instante, ver como Cameron caminaba a ella, con aquella hermosa daga en su mano causó que se sorprendiera, aun así, a parte del destello de la daga en sus azuladas orbes nada de todo aquello la había hecho mover. Permaneció de pié, con ambos brazos colgando a un lado y otro de su cuerpo. ¿Realmente estaba conforme con ello? ¿Se dejaría matar sin más? Aunque hubiera querido alejarse, no era más que una vil mentira para intentar convencerse a si misma que debía seguir viviendo, que en la oscuridad, siempre había una motita de luz sin importar cuan pequeña. Aun así era contradictorio, terriblemente repugnante, era como un gato negro de la mala suerte, el simple sonido de su campana asustaba a los más creyentes. —Es verdad... mi mera existencia causa infortunio...— Un susurro escapó de sus labios, sintiendo como el poder del tiempo volvía a su correr libremente, como pasaba de ella y se alejaba. ¿Qué pensarían si dijera que el tiempo rozó su mejilla? Al menos, era una buena escusa por explicar aquél escalofrío que la hizo temblar, estremecerse por dentro aun cuando su cuerpo seguía parado, sin demostrar ninguno de los anteriores sentimientos. Una mano tomó su cintura, de golpe se vio acercada al otro. ¿Ese era su fin? No... Sus azuladas orbes se cerraron, mientras sus manos se aferraron a las ropas del ángel a su lado y su cabeza se agachaba, descendía lentamente hasta apoyarse en su pecho. Podía ver su mano levantarse, caer con fuerza, el ruido de la daga infligida en un cuerpo, su sangre caer. Pero no era ella.
Entreabrió sus ojos, viendo aquél caído desaparecer en luz propia, tanta que le obligó a cerrar una vez más sus ojos. Deslumbrante luz de la cual ya no estaba acostumbrada observar, realmente, jamás estuvo acostumbrada a observar. El oscuro color a quemado tintó el suelo azulado dado el reflejo de la cantidad de agua sobre sus cabezas. Al mismo tiempo sintió sus susurro el cual le pareció sorprendentemente tranquilizador, quizás, no era más que su mero pensar, su deseo escondido, maldito. —¿Por qué? ¿Por qué los caídos se matan entre ellos?— Sus manos no soltaron la prenda ajena, aunque si suavizaron su agarre. Levantó su mirada, fijando sus azuladas orbes en las castañas ajenas. Para alguien que había vivido bajo la protección de un rey, que jamás había conocido su raza aquello era desconcertante y aun así, le había intentado matar con una daga parecida a la del mayor, ahora, no era más que ceniza, caliente. —¿También deseas matarme?— Lejos de preocupado su voz sonó inocente, su dorado cabello cayó hacia un lado en cuanto su mirada se ladeo. Soltó al otro, dando media vuelta para caminar hacia donde la daga había caído. Se agachó, haciendo que su azulado vestido rozara el suelo sin remedio. Sus manos tocaron la celestial arma y la levantó, extendiéndola al caído con el puñal en alto, sosteniendo ella con cuidado la parte hiriente. —No puedo permitirte que alguien me mate... Aun no... Antes deberé cargar con mis pecados... Aunque no sepa como hacerlo... No sé como salvarlo... Aun así, te lo agradezco, por haberme salvado.
El tiempo se congeló un instante, ver como Cameron caminaba a ella, con aquella hermosa daga en su mano causó que se sorprendiera, aun así, a parte del destello de la daga en sus azuladas orbes nada de todo aquello la había hecho mover. Permaneció de pié, con ambos brazos colgando a un lado y otro de su cuerpo. ¿Realmente estaba conforme con ello? ¿Se dejaría matar sin más? Aunque hubiera querido alejarse, no era más que una vil mentira para intentar convencerse a si misma que debía seguir viviendo, que en la oscuridad, siempre había una motita de luz sin importar cuan pequeña. Aun así era contradictorio, terriblemente repugnante, era como un gato negro de la mala suerte, el simple sonido de su campana asustaba a los más creyentes. —Es verdad... mi mera existencia causa infortunio...— Un susurro escapó de sus labios, sintiendo como el poder del tiempo volvía a su correr libremente, como pasaba de ella y se alejaba. ¿Qué pensarían si dijera que el tiempo rozó su mejilla? Al menos, era una buena escusa por explicar aquél escalofrío que la hizo temblar, estremecerse por dentro aun cuando su cuerpo seguía parado, sin demostrar ninguno de los anteriores sentimientos. Una mano tomó su cintura, de golpe se vio acercada al otro. ¿Ese era su fin? No... Sus azuladas orbes se cerraron, mientras sus manos se aferraron a las ropas del ángel a su lado y su cabeza se agachaba, descendía lentamente hasta apoyarse en su pecho. Podía ver su mano levantarse, caer con fuerza, el ruido de la daga infligida en un cuerpo, su sangre caer. Pero no era ella.
Entreabrió sus ojos, viendo aquél caído desaparecer en luz propia, tanta que le obligó a cerrar una vez más sus ojos. Deslumbrante luz de la cual ya no estaba acostumbrada observar, realmente, jamás estuvo acostumbrada a observar. El oscuro color a quemado tintó el suelo azulado dado el reflejo de la cantidad de agua sobre sus cabezas. Al mismo tiempo sintió sus susurro el cual le pareció sorprendentemente tranquilizador, quizás, no era más que su mero pensar, su deseo escondido, maldito. —¿Por qué? ¿Por qué los caídos se matan entre ellos?— Sus manos no soltaron la prenda ajena, aunque si suavizaron su agarre. Levantó su mirada, fijando sus azuladas orbes en las castañas ajenas. Para alguien que había vivido bajo la protección de un rey, que jamás había conocido su raza aquello era desconcertante y aun así, le había intentado matar con una daga parecida a la del mayor, ahora, no era más que ceniza, caliente. —¿También deseas matarme?— Lejos de preocupado su voz sonó inocente, su dorado cabello cayó hacia un lado en cuanto su mirada se ladeo. Soltó al otro, dando media vuelta para caminar hacia donde la daga había caído. Se agachó, haciendo que su azulado vestido rozara el suelo sin remedio. Sus manos tocaron la celestial arma y la levantó, extendiéndola al caído con el puñal en alto, sosteniendo ella con cuidado la parte hiriente. —No puedo permitirte que alguien me mate... Aun no... Antes deberé cargar con mis pecados... Aunque no sepa como hacerlo... No sé como salvarlo... Aun así, te lo agradezco, por haberme salvado.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Y así ordenó el Señor:
Cada uno de ustedes tome la espada a su costado,
y vaya de puerta en puerta a través del campamento,
cada uno matando a su hermano, y su compañero, y su vecino.
Éxodo 32:27
Cada uno de ustedes tome la espada a su costado,
y vaya de puerta en puerta a través del campamento,
cada uno matando a su hermano, y su compañero, y su vecino.
Éxodo 32:27
Asesinar para conseguir lo que uno desea; un primitivo, repudiable instinto.
Alas reducidas a cenizas, rastros de tragedia, un alma rebelde apagada, otra salvada. Mentiría si dijera que era el primero de sus hermanos al que... "purificaba". No por un golpe de suerte lo había visto acercarse, aquella silueta que distorsionaba la luz a su alrededor. Cuántos generales le debían la vida por haber estado allí, para dar la estacada asesina un segundo antes que el perpetrador... Y sin embargo, aquel sentimiento que lo desquiciaba, aquel que tanto odiaba... La culpa de matar a un hermano.
Cameron no la sentía en absoluto.
Entrecerró los parpados ligeramente, como un adulto escuchando la pregunta de una niña, aunque no hace mucho tiempo él habría dicho lo mismo. — Algunos creen que si compensan sus crímenes, podrán regresar al Cielo. Matar por su pase de entrada. No ha pasado muy seguido, pero existen casos. —El curso de acción más obvio, el final menos original para ese encuentro, el desenlace más esperado. Mas no podía siquiera pensar en la idea de asesinarla a ella, todo intento de reunir fuerzas para llevar a cabo el acto era inútil.
Respiro entreabriendo ligeramente sus labios, frunciendo el ceño ante su pregunta. Si, deseaba hacerlo, pero no podía. Ni tampoco podía decírselo tan simplemente. — ¿Estás de acuerdo con eso? — La interrogó soltándola, permitiendo así que retomase su distancia de él, observando como aparentemente ignorando el cadáver tomaba la daga que este había soltado. Este gesto fascinó ligeramente a Cameron, siendo que otros ángeles no podían siquiera tolerar ver una pelea. Ella había visto morir a uno, y lejos de llorar, se enfrentaba al asesino.
El serafín sonrió, un tanto sarcástico, un tanto asombrado. — ¿En serio? — Comentó acercándose desafiante a la muchacha, tomando bruscamente su antebrazo y acercándolo hacia él. El final letal choco contra las ropas del serafín, al punto que tan sólo un poco más de presión bastaría para atravesarlo. — Hace un segundo no tenías aprecio alguno por tu vida, y de repente eres una... guerrera. — Exclamó sin soltar la mano de la de los cabellos dorados, cuyo agarre permitía que acercase la hoja pero no que la alejara. — ¿Recordaste que tu culpa no te puede dejar morir? ¿Qué es tu deber cargar con tus pecados hasta el final de los tiempos? — Preguntó subiendo su tono ligeramente. Aunque pareciese haberse tornado cruel, altivo, hasta incluso prepotente; sólo intentaba hacerla entrar en razón. — Pasar el resto de la eternidad sola, apenada, y sintiéndote miserable, ¿es eso lo que quieres? — Alzó notariamente su voz en cada uno de esos calificativos, como si fuese su manera de golpear la mente de la chica, como si se sintiese seguro aún en esa posición.
Acababa de aniquilar un ángel por ella, un hermano. Había apostado a que sería útil para sus fines, pero antes de que pudiese brindarle su ayuda, debía dejar de buscar que la matasen. Contarle su historia a un extraño, dejar que este alzase un arma en su contra. Eso no debía volver a suceder. No quería conocer a esa Erika, sino a la que había tenido el coraje de alzar la daga contra él. Observó sus ojos cristalinos, con su iris esmeralda, con su iris sangre. — Si es así, matame y corre. Continua sufriendo el día a día de estar maldita y no poder hacer nada al respecto.— Susurró en voz baja, esperando unos segundos para intentar vislumbrar algún rastro de esperanza en esas orbes, algún rastro de luz en la oscuridad de su conciencia.
Una sonrisa de satifacción se dibujó en él. — Eres heredera de un arcángel, Erika. Los de tu clase no se rinden tan fácilmente. — Soltó la mano de la joven, atrapando esta vez la hoja de la daga. Un leve hilo de sangre empezó a fluir a través de la bella superficie, Cameron dibujando una leve mueca de dolor. Le tomó poco menos que un par de respiros hacer que la temperatura del metal se elevase súbitamente, al punto que quemaba el sólo sostenerlo.
Quemaba como las alas de ese ángel caído. Asesinado, muerto, no para salvar la vida de alguien más. Sino para mantener la causa de aquel egoísta serafín.
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
¿Cuándo había sido que todo aquello cambió? No había motivo por el cual ella siguiera pensando que el bien podía sobreponerse al mal, que todo tuviera una hermosa fin. Su hermana, su gente, su rey e incluso sus padres habían sido nada más que mero títeres en una historia dramática y cruenta, tan bélica que incluso el ángel más puro de todos tuvo que sostener una espada en alto, titubear ante la posibilidad de herir a alguien y al final inducido a matar. Por mucho que las personas intentaran escaparse de esa cruel realidad era un hecho indiscutible que el mismo mundo que el creador puso tanto esmero en formar se estaba rebelando en su contra, sostenía una daga para matarlo en el momento menos esperado. Sería fácil el encerrarse en uno mismo y llorar hasta que las fuerzas se agoten, hasta que siquiera una gota de agua permaneciera en el cuerpo. Erika sabía que eso no ayudaba en nada, aunque también sabía que ella no era la mejor persona para explicar aquellas cosas. No entendí aun así como podía estar tan seguro Cameron con sus palabras, era ilógico pensar de esa forma, no había sentido alguno en que un ser que tanto parecía odiar las guerras decidiera perdonar sus almas con matar a sus hermanos y aun así, más ilógico era la idea de que unos caídos decidieran volver al cielo por mero antojo. —Pero eso es imposible, es estúpido— Por un momento el enfado atinó a reflejarse en sus palabras, aunque no se podría nombrar enfado con tanta facilidad, pues quizás era lástima por las almas perdidas de aquellos ángeles caídos que pensaban encontrar un perdón a costo de matar a los demás.
En cuanto recogió la daga del mayor del suelo se vio atrapada una vez más por él. En un ligero movimiento levantó su mirada hasta el mayor, observándole con cierta sorpresa. ¿A qué venían sus palabras? Aunque le molestaran, no podía negar que ese ángel tenía razón. Ella solo instantes atrás había pensado terminar con su vida, que aquella daga se abriera paso en su vida no debía ser tan malo al fin y al cabo. La oscuridad y la soledad desaparecerían, ya no causaría problemas a aquellos que vivían en paz entre sus hermanos, ya no sería la causa de la desesperación en los vivos y aquellos seres sobre-naturales que la rodeaban. Quizás lo había deseado, pero el fin de su vida significaría que aquél amable ser nunca más volvería a sonreír como una vez, que ya no podría sostener su mano y contarle divertidas anécdotas entre risas cargadas de alegría... ¡Aun así ella estaba maldita! ¡Su mera existencia conducía a cualquiera a la muerte! ¡Su vida estaba maldita desde el primer momento de su existencia! ¿Como podría sobreponerse a eso? ¿Como podría encontrar la fuerza necesaria para seguir adelante, divertirse y ser una muchacha normal como tanto había anhelado? Quizás eran esas las tristes y mudas palabras que su alma estaba pidiendo expresar. Finalmente sus labios se incurvaron en una atristada sonrisa, tan distinta a aquella que solía mostrar. —Quizás sea maldita... pero eso no cambia el hecho que encontré personas a quienes deseo proteger aquí en la tierra... Así que si me es permitido, me opondré al cielo y la maldición que me echaron... ¡Salvaré a aquellos que realmente me dieron la libertad utilizando mis propias manos!— Se sorprendió ella misma de la fuerza de su voz, que aunque se vio levantada, siguió demostrando calma y amabilidad, tan solo, era un deseo que vibraba con fuerza muy dentro de ella.
Con el gesto de su cabeza negó, no le mataría, no había motivo para hacerlo, no era el tipo de persona que mataría a otra sin motivo, aunque la muerte de un caído, los cuerpos sin vida de las personas no eran motivo por el cual ella se sobresaltara, quizás en un principio, en ese entonces había gritado y se había desesperado, aun hoy día las memorias le causaban espasmos si se atrevía a recordarlas y aun así... —Mataría a un hermano... No ganaría nada haciéndolo... Pero atesoraré mi vida, no me permitiré morir hasta que haya sobrepasado la maldición...— Quizás en aquél momento sonara algo menos convencida de sus propias palabras. ¿Acaso realmente sería capaz de hacerlo? ¿Sería capaz de levantarse y sobrepasar la misma maldición que se le había impuesto muchos años atrás? No le quedaba más que intentarlo, al fin y al cabo anhelaba poder salvar a alguien, aunque con el intento sus alas se pinten por completo de negro, aunque en el proceso su mente pierda la lucidez y la locura se apoderara de ella... Seguiría adelante, con el único fin de salvar a aquellos que realmente la habían salvado... Solo por un intercambio de favores llegaría incluso a convertirse en un ser oscuro... El ardor en la empuñadura del arma causó que sus ojos se entrecerraran y su mano soltara la misma, con suavidad. —Seguiré adelante... aun en contra de los dioses...— Sus palabras no fueron más que un susurro, sus ojos se clavaron en los ajenos.
En cuanto recogió la daga del mayor del suelo se vio atrapada una vez más por él. En un ligero movimiento levantó su mirada hasta el mayor, observándole con cierta sorpresa. ¿A qué venían sus palabras? Aunque le molestaran, no podía negar que ese ángel tenía razón. Ella solo instantes atrás había pensado terminar con su vida, que aquella daga se abriera paso en su vida no debía ser tan malo al fin y al cabo. La oscuridad y la soledad desaparecerían, ya no causaría problemas a aquellos que vivían en paz entre sus hermanos, ya no sería la causa de la desesperación en los vivos y aquellos seres sobre-naturales que la rodeaban. Quizás lo había deseado, pero el fin de su vida significaría que aquél amable ser nunca más volvería a sonreír como una vez, que ya no podría sostener su mano y contarle divertidas anécdotas entre risas cargadas de alegría... ¡Aun así ella estaba maldita! ¡Su mera existencia conducía a cualquiera a la muerte! ¡Su vida estaba maldita desde el primer momento de su existencia! ¿Como podría sobreponerse a eso? ¿Como podría encontrar la fuerza necesaria para seguir adelante, divertirse y ser una muchacha normal como tanto había anhelado? Quizás eran esas las tristes y mudas palabras que su alma estaba pidiendo expresar. Finalmente sus labios se incurvaron en una atristada sonrisa, tan distinta a aquella que solía mostrar. —Quizás sea maldita... pero eso no cambia el hecho que encontré personas a quienes deseo proteger aquí en la tierra... Así que si me es permitido, me opondré al cielo y la maldición que me echaron... ¡Salvaré a aquellos que realmente me dieron la libertad utilizando mis propias manos!— Se sorprendió ella misma de la fuerza de su voz, que aunque se vio levantada, siguió demostrando calma y amabilidad, tan solo, era un deseo que vibraba con fuerza muy dentro de ella.
Con el gesto de su cabeza negó, no le mataría, no había motivo para hacerlo, no era el tipo de persona que mataría a otra sin motivo, aunque la muerte de un caído, los cuerpos sin vida de las personas no eran motivo por el cual ella se sobresaltara, quizás en un principio, en ese entonces había gritado y se había desesperado, aun hoy día las memorias le causaban espasmos si se atrevía a recordarlas y aun así... —Mataría a un hermano... No ganaría nada haciéndolo... Pero atesoraré mi vida, no me permitiré morir hasta que haya sobrepasado la maldición...— Quizás en aquél momento sonara algo menos convencida de sus propias palabras. ¿Acaso realmente sería capaz de hacerlo? ¿Sería capaz de levantarse y sobrepasar la misma maldición que se le había impuesto muchos años atrás? No le quedaba más que intentarlo, al fin y al cabo anhelaba poder salvar a alguien, aunque con el intento sus alas se pinten por completo de negro, aunque en el proceso su mente pierda la lucidez y la locura se apoderara de ella... Seguiría adelante, con el único fin de salvar a aquellos que realmente la habían salvado... Solo por un intercambio de favores llegaría incluso a convertirse en un ser oscuro... El ardor en la empuñadura del arma causó que sus ojos se entrecerraran y su mano soltara la misma, con suavidad. —Seguiré adelante... aun en contra de los dioses...— Sus palabras no fueron más que un susurro, sus ojos se clavaron en los ajenos.
"¿Es tiempo? Es tiempo. Lo consumiré.
Es tiempo... Tiempo de vagar en un infierno eterno. Los enviaré ahí"
Es tiempo... Tiempo de vagar en un infierno eterno. Los enviaré ahí"
- Off:
- {Off: Ah, en el vídeo lo último que dice sería exactamente aquello que puse entre comillas al final del rol. Sonaba algo desquiciado, así que supongo que Erika misma está tomando un camino algo oscuro(?) Y pues... Se me está mezclando con Sion(?) ¡Esto es lo que pasa cuando escucho esa canción!
Lamento lo largo~}
Erika Flowright- Ángel Caído
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Aún en el mismo Cielo, existen las divisiones. Aún en la más perfecta sociedad de la creación, así sea por incapacidad o por gusto, Dios no impuso una unión sólida e igualdad de condiciones. Algunos nacen para servir, otros para liderar. Es algo que está más allá de la sangre, del linaje. Es la naturaleza misma del alma.
Había tenido la oportunidad de servir junto a los arcángeles... Jamás en su vida vio ser más fuerte, destructivo, o letal. Hasta él mismo, un serafín, bendecido con un potencial que sólo unos cientos poseen, no era rival para los arcángeles, cuyos números se limitaban a unas pocas decenas. Esto claro, según los rumores, ya que la gran mayoría jamás mostraba su rostro en público.
Y allí estaba ella, una desterrada de ese linaje, rindiéndose a la muerte un segundo, y aferrándose a ella al siguiente. Podía entender por lo que pasaba, al menos en parte. Ser odiado por simplemente existir. Comprendía su deseo de simplemente desaparecer.
Pero no podía permitírselo.
Tomó la daga por el mango, trazando un círculo con sus pasos alrededor de la joven. Tras observar por unos segundos el cuerpo sin vida, descansó su cuerpo sobre su rodilla agachándose a su lado. Podía ver los ojos vacíos de luz, los labios entreabiertos, pruebas innegables del asesinato que él había cometido.
— Estúpido, no... Desesperado... Algunos no eligen caer, Erika. Son separados de sus seres queridos por razones injustas... Destinados a deambular eternamente, sin sentido ni razón para vivir. En un mundo que no fue hecho para ellos, con su cordura debilitándose. Año tras año, siglo tras siglo. Hasta que están dispuestos a hacer cualquier cosa por volver, por recuperar su identidad. — Pronunciando cada vocablo con una voz baja y clara, cerró su palma alrededor del mango de su daga, y la separó del pecho de su camarada con cuidado; como si aún en esa situación conservase respeto hacia él. Creía que ella podría empatizar con la situación. Bastaron quinientos años para que llegase a aceptar que estaba maldita, que era un simple error. Que rechazase toda oportunidad de encontrar una luz al final del túnel.
Sin embargo, ella era un caso especial. Era heredera de un arcángel, un arma tan poderosa que no podía estar en manos de nadie más que el Cielo. Ella tenía una pequeña oportunidad... ¿Pero que pasaba con aquellos que eran simples peones? Cameron lo sabía de primera mano. — Entonces el Cielo envía un caído a matar a otro caído más peligroso. Una serpiente para matar otra serpiente. Mantiene sus manos limpias, haciéndole creer a los demás que nosotros somos los desquiciados. — Blandiendo aquella daga, se alzó con su mirada inalterable, en ella. En la persona a quién había apostado todas sus fichas, esperando que su decisión diese frutos. No se había equivocado, al menos no del todo.
Ese tono firme, esa decisión imperante. Podía verlo, tras ese velo de tristeza y resignación, un ferviente deseo de luchar y deshacerse de sus estigmas. Algo en lo que ambos podían simpatizar. Sin embargo, aún así se negaba a luchar. A devolver el golpe que le había sido envíado. Le bastaba sobrevivir... Esa idea debía desvanecerse, evolucionar.— Hay una recompensa por tu cabeza. Si el Cielo está dispuesto a pagarla o no, es irrelevante. Tipos como este seguirán llegando a intentar adjudicarse tu muerte. — Dudaba que la convenciese con ello. Aunque valorase su vida, la idea de que los más cercanos a Dios te quisieran muerto, era una buena excusa para rendirse. — Usarán lo que esté a su alcance para llegar hasta a ti... Incluso a los que buscas proteger. — Largó esas palabras sin dudarlo ni un segundo, revelando la cruda realidad en la que se encontraba. Una estrategia sucia, cobarde, ruin... y efectiva.
Obligar al perseguido a ir tras un cebo que no puede ignorar, nublando su juicio por el solo hecho de que sus seres queridos estén en peligro. Por su culpa.
Cam dejó esta idea en el aire por unos segundos, el suficiente como para que Erika entendiese que mientras ella siguiese viva y se rehusase a tomar la ofensiva, el riesgo de daño colateral seguiría vigente. — Si quieres deshacerte de tu maldición, debes cortar la cabeza de la serpiente. Debes ir tras quien te quiere muerta, Erika. — Observó como la hoja de la daga angelical, a pesar de haber sido usada hace apenas unos segundos para asesinar a un ángel, aún lucía limpia. Resplandeciente, hermosa, letal. — Es hora de que tomes control de tu destino. — Culminó estas palabras extendiendo el mango del arma hacia ella.
Había tenido la oportunidad de servir junto a los arcángeles... Jamás en su vida vio ser más fuerte, destructivo, o letal. Hasta él mismo, un serafín, bendecido con un potencial que sólo unos cientos poseen, no era rival para los arcángeles, cuyos números se limitaban a unas pocas decenas. Esto claro, según los rumores, ya que la gran mayoría jamás mostraba su rostro en público.
Y allí estaba ella, una desterrada de ese linaje, rindiéndose a la muerte un segundo, y aferrándose a ella al siguiente. Podía entender por lo que pasaba, al menos en parte. Ser odiado por simplemente existir. Comprendía su deseo de simplemente desaparecer.
Pero no podía permitírselo.
Tomó la daga por el mango, trazando un círculo con sus pasos alrededor de la joven. Tras observar por unos segundos el cuerpo sin vida, descansó su cuerpo sobre su rodilla agachándose a su lado. Podía ver los ojos vacíos de luz, los labios entreabiertos, pruebas innegables del asesinato que él había cometido.
— Estúpido, no... Desesperado... Algunos no eligen caer, Erika. Son separados de sus seres queridos por razones injustas... Destinados a deambular eternamente, sin sentido ni razón para vivir. En un mundo que no fue hecho para ellos, con su cordura debilitándose. Año tras año, siglo tras siglo. Hasta que están dispuestos a hacer cualquier cosa por volver, por recuperar su identidad. — Pronunciando cada vocablo con una voz baja y clara, cerró su palma alrededor del mango de su daga, y la separó del pecho de su camarada con cuidado; como si aún en esa situación conservase respeto hacia él. Creía que ella podría empatizar con la situación. Bastaron quinientos años para que llegase a aceptar que estaba maldita, que era un simple error. Que rechazase toda oportunidad de encontrar una luz al final del túnel.
Sin embargo, ella era un caso especial. Era heredera de un arcángel, un arma tan poderosa que no podía estar en manos de nadie más que el Cielo. Ella tenía una pequeña oportunidad... ¿Pero que pasaba con aquellos que eran simples peones? Cameron lo sabía de primera mano. — Entonces el Cielo envía un caído a matar a otro caído más peligroso. Una serpiente para matar otra serpiente. Mantiene sus manos limpias, haciéndole creer a los demás que nosotros somos los desquiciados. — Blandiendo aquella daga, se alzó con su mirada inalterable, en ella. En la persona a quién había apostado todas sus fichas, esperando que su decisión diese frutos. No se había equivocado, al menos no del todo.
Ese tono firme, esa decisión imperante. Podía verlo, tras ese velo de tristeza y resignación, un ferviente deseo de luchar y deshacerse de sus estigmas. Algo en lo que ambos podían simpatizar. Sin embargo, aún así se negaba a luchar. A devolver el golpe que le había sido envíado. Le bastaba sobrevivir... Esa idea debía desvanecerse, evolucionar.— Hay una recompensa por tu cabeza. Si el Cielo está dispuesto a pagarla o no, es irrelevante. Tipos como este seguirán llegando a intentar adjudicarse tu muerte. — Dudaba que la convenciese con ello. Aunque valorase su vida, la idea de que los más cercanos a Dios te quisieran muerto, era una buena excusa para rendirse. — Usarán lo que esté a su alcance para llegar hasta a ti... Incluso a los que buscas proteger. — Largó esas palabras sin dudarlo ni un segundo, revelando la cruda realidad en la que se encontraba. Una estrategia sucia, cobarde, ruin... y efectiva.
Obligar al perseguido a ir tras un cebo que no puede ignorar, nublando su juicio por el solo hecho de que sus seres queridos estén en peligro. Por su culpa.
Cam dejó esta idea en el aire por unos segundos, el suficiente como para que Erika entendiese que mientras ella siguiese viva y se rehusase a tomar la ofensiva, el riesgo de daño colateral seguiría vigente. — Si quieres deshacerte de tu maldición, debes cortar la cabeza de la serpiente. Debes ir tras quien te quiere muerta, Erika. — Observó como la hoja de la daga angelical, a pesar de haber sido usada hace apenas unos segundos para asesinar a un ángel, aún lucía limpia. Resplandeciente, hermosa, letal. — Es hora de que tomes control de tu destino. — Culminó estas palabras extendiendo el mango del arma hacia ella.
- Spoiler:
- OFF:Genial, en ese caso se me hace más fácil el trabajo de convertirla en una pequeña Lucifer (? Y no te preocupes por la extensión~
-Probando nuevo formato de post- ¿Mejor o peor?
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Escenas perdidas con el tiempo comenzaron a viajar a su memoria. Miles de recuerdos de quinientos años de vida se comenzaron a deslizar en su mente, las páginas corrían hacia atrás, el tiempo retrocedía y todo era puesto frente a ella como una vieja película de antaño. El desastre de su reino. La sonrisa de su rey. Una mano extendida. La oscuridad del valle. El líder de Valeria. La muerte de los arcángeles. El momento en que abrieron por primera vez los ojos. Aquellas memorias eran importantes, llenas de significado, eran las memorias que le decían estar viva, tener un líquido rojo y primordial viajar por sus venas al igual que el latir desbordante de su corazón. Aquellas memorias eran la señal de que estaba viva, de que había seguido luchando aun contra su destino, contra su maldición. Su corazón dolía tanto que pensó ser capaz de mostrar todos aquellos sentimientos reprimidos, mas no era otra cosa que una metáfora, una simple intuición de un ángel que había decidido seguir la oscuridad. Erika devoró toda la maldición y la absorbió dentro de sí misma. Es por eso que todo el cuerpo le dolía, sus entrañas estallaban, su sangre hervía, y la intensidad del dolor que la atormentaba hizo la muerte parece ser una mejor opción al respirar. Fue una maldición. La maldición de las gemelas estaba erosionando su cuerpo. Pero no iría a gritar. Ella ni siquiera gemiría de dolor. Ella se limitó a adentrarse aun más en la oscuridad, dio un paso atrás, por propia voluntad y aun sabiendo que el dolor y la desesperación la envolvería, simplemente se adentró a la oscuridad por su propio bienestar.
Es cruel, es injusto... Siquiera la tierra, tanto menos el cielo son justos...— Sus manos se apretaron en un puño, sus orbes titubearon por un instante, mas al momento después brillaron con nobleza, seguridad. ¿Si pudieran los deseos hacerse realidad? Erika odiaba todo aquello que consistía el cielo, su corazón y alma pertenecía a los humanos y magos que había conocido durante su juventud. Aquellas personas que no la abandonaron por ser aquello que era, por extenderle una mano y darle fuerzas aun sabiendo que era maldita. Cuando todo comenzó a decaer, cuando el desastre fue eminente, cuando la gente comenzó a morir nadie del pueblo la miró con culpa, simplemente le sonreían: "¡Todo estará bien! ¡Tú y el rey están aquí! ¡Confiamos ciegamente en ustedes dos!" Aquellas simples palabras hicieron en su día que su corazón se estremeciera, que su cuerpo temblara literalmente por dentro, en aquél entonces las lágrimas amenazaron por manchar sus mejillas con un salado líquido. ¡Por eso no permitiría que murieran! ¡Por ello los salvaría aunque su cuerpo dejara de responder! Aunque su corazón dejara de latir en el proceso, ella seguiría adelante, convirtiéndose en un monstruo, en la misma maldición y los salvaría. Sus manos formaron puños, apretaron tan fuerte que las rojizas marcas seguramente tomaron forma en sus palmas, las uñas penetraron en la piel sin que la sangre se escapara de sus cadenas. —Entonces el cielo cayó tan bajo que siquiera a aquellos expulsados de este son capaces de dejar en paz... Una perfecta máquina de destrucción masiva...— Sus palabras fueron susurradas, mas el deje de enfado, de tristeza era evidente, inconfundible.
Sus ojos se engrandecieron un poco, sus manos fueron sujetándose de su largo y azulado vestido mientras lo apretujaba con suavidad, quizás por simple inercia. Aunque anhelaba protegerles, aunque su deseo era el de matar a cualquiera que significara una amenaza para su gente aquello era complicado, era principio de dolor par su alma, su corazón lloraría sin reparo, su consciencia se nublaría y finalmente se convertiría en alguien distinto, ya no quedaría rastro de la Erika que tanto amaba a todos. El vacío inundó su alma, por un momento pensó ser capaz de desaparecer, de vagar sin consuelo en un mar de lágrimas, mas nada era tan simple, ella seguía parada frente al serafín, sus manos seguían aferrando su propio vestido, sus pensamientos desgarrados. —Yo... yo no deseo que sufran por mí culpa... Y aun así... — Pedirle que levantara una espada, que profanara el corazón de un inocente solo porque él pensó que matándola podría descender al cielo, era doloroso. —... Aun así es lamentable. Es triste tener que matar a aquellos que son tus hermanos, al fin y al cabo ellos fueron empujados por un simple deseo...— El mundo era cruel, no había forma de escapar, nada era perfecto y el mundo no lo sería jamás, no existía dicha utopía. Solo había la posibilidad de aniquilar la vida de él, destruirlo y remodelarlo para que todo ser vivo no sufra sin sentido. Sintió un líquido decaer por sus mejillas, la sorpresa se apoderó de su faz y su mano soltó el vestido para subir lentamente hasta darse cuenta que aquello no eran más que lágrimas, el desconcierto se asomó, mas la sonrisa no desapareció. Una terrible contradicción dibujada en un rostro de muñeca, un ángel que derramaba lágrimas tras siglos de sequía. —Vaya... Realmente desearía no tener que llegar a este momento... Pero no seré egoísta...— Las rebeldes lágrimas fueron secadas por el dorso de sus manos. No podía permitirse tal cosa, ya no. Sus pasos siguieron adelante, su mano se extendió hacia la empuñadura de la daga. —Por el bien de aquellos que quiero, destruiré la vida de aquellos que intenten hacer lo mismo con la mía. Los protegeré aunque mis manos deban mancharse de sangre celestial, aunque mi juicio se pierda...— Sonó como una simple obra, pero era consciente de que antes o después pasara, de que aquellos días de paz jamás volverían, pero aun así tan solo deseaba hacer que el tiempo se extienda...
Es cruel, es injusto... Siquiera la tierra, tanto menos el cielo son justos...— Sus manos se apretaron en un puño, sus orbes titubearon por un instante, mas al momento después brillaron con nobleza, seguridad. ¿Si pudieran los deseos hacerse realidad? Erika odiaba todo aquello que consistía el cielo, su corazón y alma pertenecía a los humanos y magos que había conocido durante su juventud. Aquellas personas que no la abandonaron por ser aquello que era, por extenderle una mano y darle fuerzas aun sabiendo que era maldita. Cuando todo comenzó a decaer, cuando el desastre fue eminente, cuando la gente comenzó a morir nadie del pueblo la miró con culpa, simplemente le sonreían: "¡Todo estará bien! ¡Tú y el rey están aquí! ¡Confiamos ciegamente en ustedes dos!" Aquellas simples palabras hicieron en su día que su corazón se estremeciera, que su cuerpo temblara literalmente por dentro, en aquél entonces las lágrimas amenazaron por manchar sus mejillas con un salado líquido. ¡Por eso no permitiría que murieran! ¡Por ello los salvaría aunque su cuerpo dejara de responder! Aunque su corazón dejara de latir en el proceso, ella seguiría adelante, convirtiéndose en un monstruo, en la misma maldición y los salvaría. Sus manos formaron puños, apretaron tan fuerte que las rojizas marcas seguramente tomaron forma en sus palmas, las uñas penetraron en la piel sin que la sangre se escapara de sus cadenas. —Entonces el cielo cayó tan bajo que siquiera a aquellos expulsados de este son capaces de dejar en paz... Una perfecta máquina de destrucción masiva...— Sus palabras fueron susurradas, mas el deje de enfado, de tristeza era evidente, inconfundible.
Sus ojos se engrandecieron un poco, sus manos fueron sujetándose de su largo y azulado vestido mientras lo apretujaba con suavidad, quizás por simple inercia. Aunque anhelaba protegerles, aunque su deseo era el de matar a cualquiera que significara una amenaza para su gente aquello era complicado, era principio de dolor par su alma, su corazón lloraría sin reparo, su consciencia se nublaría y finalmente se convertiría en alguien distinto, ya no quedaría rastro de la Erika que tanto amaba a todos. El vacío inundó su alma, por un momento pensó ser capaz de desaparecer, de vagar sin consuelo en un mar de lágrimas, mas nada era tan simple, ella seguía parada frente al serafín, sus manos seguían aferrando su propio vestido, sus pensamientos desgarrados. —Yo... yo no deseo que sufran por mí culpa... Y aun así... — Pedirle que levantara una espada, que profanara el corazón de un inocente solo porque él pensó que matándola podría descender al cielo, era doloroso. —... Aun así es lamentable. Es triste tener que matar a aquellos que son tus hermanos, al fin y al cabo ellos fueron empujados por un simple deseo...— El mundo era cruel, no había forma de escapar, nada era perfecto y el mundo no lo sería jamás, no existía dicha utopía. Solo había la posibilidad de aniquilar la vida de él, destruirlo y remodelarlo para que todo ser vivo no sufra sin sentido. Sintió un líquido decaer por sus mejillas, la sorpresa se apoderó de su faz y su mano soltó el vestido para subir lentamente hasta darse cuenta que aquello no eran más que lágrimas, el desconcierto se asomó, mas la sonrisa no desapareció. Una terrible contradicción dibujada en un rostro de muñeca, un ángel que derramaba lágrimas tras siglos de sequía. —Vaya... Realmente desearía no tener que llegar a este momento... Pero no seré egoísta...— Las rebeldes lágrimas fueron secadas por el dorso de sus manos. No podía permitirse tal cosa, ya no. Sus pasos siguieron adelante, su mano se extendió hacia la empuñadura de la daga. —Por el bien de aquellos que quiero, destruiré la vida de aquellos que intenten hacer lo mismo con la mía. Los protegeré aunque mis manos deban mancharse de sangre celestial, aunque mi juicio se pierda...— Sonó como una simple obra, pero era consciente de que antes o después pasara, de que aquellos días de paz jamás volverían, pero aun así tan solo deseaba hacer que el tiempo se extienda...
"Solo un poco más, solo un poco más y seguiré adelante..."
- Off:
- {Off: asdasd me salió muy sentimental el post *^* Hay muchos feels~
¡Me gusta mucho este nuevo formato! *O*
Y se sigue extendiendo, y se sigue extendiendo(?)~}
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Algunos afirman que lo que define a un individuo no son sus características únicas, tampoco sus gustos o ideales. Sino la decisiones que este toma, los caminos que elige transitar. Cameron se encontraba aquellos que apoyaban esta forma de pensar, rehusarse a la idea de un destino escrito en piedra no era más que una de sus maneras de exteriorizarlo. Sin embargo, había una lección más que había añadido por su cuenta a este dogma a seguir. Nosotros no siempre elegimos que queremos ser, no siempre buscamos el sendero a transitar. Eso no es porque una mano invisible guíe nuestros movimientos cual marionetas. La explicación era mucho más bella cuando la veía a su forma.
Ese lugar. Esa isla. Esa academia. Ese punto olvidado de la tierra, tenía la particularidad de confrontar al serafín con personalidades únicas, importantes y fuertes en un millón de formas. Cada paso que daba, cada nueva alma que conocía su naturaleza y sus metas, no hacía más que reafirmar que se encontraba en la dirección correcta. Quizá sus medios no fuesen los ideales, pero hey... Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Le fue difícil soltar aquella daga, aquella llamada Angel Blade. Era lo suficientemente frío como para ignorar esas lágrimas que definían un crisol de dolor, tristeza, culpa. Mas una parte de él se rehusaba a darle a esa pequeña la herramienta para librarse de su maldición. El segundo que su palma se abrió, brindándole el arma del caído, pareció eterno. Un leve, casi imperceptible, rastro de sangre se mezclaba entre los detalles de la empuñadura. Y más aún lo fue el siguiente, que demoró en hablar. — Tu fortaleza es admirable, Erika. De alguna forma, presiento que ya has elegido tu camino, al decidir confiar en mí. — Predestinado, odiaba esa palabra. Buscaba maneras diferentes de referirse a lo mismo. No obstante, era complejo referirse a esa situación de otra forma.
Dedicó unos segundos a contemplar sus lagrimosas orbes, antes de bajar la mirada al cuerpo olvidado a un lado. — Puede que halla otros. Será mejor que te vayas de aquí, aún no estás lista. — Alzó su mano a un costado de su cabeza, y con un zumbido, la segunda daga voló en dirección a su palma, reconociendo el llamado de su amo. Un elegante movimiento de su muñeca le permitió blandir la hoja en dirección al suelo, resplandeciendo con el brillo de diez soles.
En algún punto, su orbe izquierda se apago, igualándose en el mismo color esmeralda de su contraria. Su voz también se vio alterada, sonando más propia de un muchacho normal, que de un ángel. — Me encargaré del cuerpo, tú vete. — Era indiscutible que se trataba de la misma persona, y sin embargo, era una faceta diferente. Tuvo que fruncir el ceño y mostrar ligeramente sus dientes con un "tsk", como si se tratase de una bestia enfadada, para evitar repetirlo. De repente, la quería fuera de ese lugar, por un motivo desconocido para ella.
Y sin embargo, muy claro para el serafín. Si se quedaba un segundo más, si recordaba por siquiera un minuto más lo que había tenido que pasar gracias al predecesor de esa muchacha... Sería incapaz de evitar clavar esa daga en su pecho. Había tenido que apaciguar sus emociones, provocando el cambio en las tintes de sus pupilas, para darle el tiempo suficiente para que se retirase. — Erika. — Y no obstante, la detuvo por última vez. Una última advertencia. — Si Jophiel está muerto por tu culpa, estás en deuda conmigo. No te atrevas a morir a manos de alguien que no sea yo. — Amenazó ese tono juvenil, impulsivo, inmaduro. Ya había perdido oportunidad de cobrar venganza una vez, no dejaría que se repitiese.
El derecho de decidir sobre su muerte le pertenecía únicamente a él.
Y sólo él decidiría cuándo, dónde y cómo.
Aunque significase protegerla hasta entonces.
A veces nosotros encontramos nuestro camino, y otras es el camino quien nos encuentra a nosotros.
Ese lugar. Esa isla. Esa academia. Ese punto olvidado de la tierra, tenía la particularidad de confrontar al serafín con personalidades únicas, importantes y fuertes en un millón de formas. Cada paso que daba, cada nueva alma que conocía su naturaleza y sus metas, no hacía más que reafirmar que se encontraba en la dirección correcta. Quizá sus medios no fuesen los ideales, pero hey... Tiempos desesperados, medidas desesperadas.
Le fue difícil soltar aquella daga, aquella llamada Angel Blade. Era lo suficientemente frío como para ignorar esas lágrimas que definían un crisol de dolor, tristeza, culpa. Mas una parte de él se rehusaba a darle a esa pequeña la herramienta para librarse de su maldición. El segundo que su palma se abrió, brindándole el arma del caído, pareció eterno. Un leve, casi imperceptible, rastro de sangre se mezclaba entre los detalles de la empuñadura. Y más aún lo fue el siguiente, que demoró en hablar. — Tu fortaleza es admirable, Erika. De alguna forma, presiento que ya has elegido tu camino, al decidir confiar en mí. — Predestinado, odiaba esa palabra. Buscaba maneras diferentes de referirse a lo mismo. No obstante, era complejo referirse a esa situación de otra forma.
Dedicó unos segundos a contemplar sus lagrimosas orbes, antes de bajar la mirada al cuerpo olvidado a un lado. — Puede que halla otros. Será mejor que te vayas de aquí, aún no estás lista. — Alzó su mano a un costado de su cabeza, y con un zumbido, la segunda daga voló en dirección a su palma, reconociendo el llamado de su amo. Un elegante movimiento de su muñeca le permitió blandir la hoja en dirección al suelo, resplandeciendo con el brillo de diez soles.
En algún punto, su orbe izquierda se apago, igualándose en el mismo color esmeralda de su contraria. Su voz también se vio alterada, sonando más propia de un muchacho normal, que de un ángel. — Me encargaré del cuerpo, tú vete. — Era indiscutible que se trataba de la misma persona, y sin embargo, era una faceta diferente. Tuvo que fruncir el ceño y mostrar ligeramente sus dientes con un "tsk", como si se tratase de una bestia enfadada, para evitar repetirlo. De repente, la quería fuera de ese lugar, por un motivo desconocido para ella.
Y sin embargo, muy claro para el serafín. Si se quedaba un segundo más, si recordaba por siquiera un minuto más lo que había tenido que pasar gracias al predecesor de esa muchacha... Sería incapaz de evitar clavar esa daga en su pecho. Había tenido que apaciguar sus emociones, provocando el cambio en las tintes de sus pupilas, para darle el tiempo suficiente para que se retirase. — Erika. — Y no obstante, la detuvo por última vez. Una última advertencia. — Si Jophiel está muerto por tu culpa, estás en deuda conmigo. No te atrevas a morir a manos de alguien que no sea yo. — Amenazó ese tono juvenil, impulsivo, inmaduro. Ya había perdido oportunidad de cobrar venganza una vez, no dejaría que se repitiese.
El derecho de decidir sobre su muerte le pertenecía únicamente a él.
Y sólo él decidiría cuándo, dónde y cómo.
Aunque significase protegerla hasta entonces.
- OFF:
- ¡Se acerca el final!
Es genial ver que Erika se halla unido a la causa, será una relación de odio-protección un tanto rara, más con los cambios de humor de Cam (?
¡Bonus de flashback en el siguiente post! Wait for it~
Cameron Novak- Ángel Caído
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Mancharía sus manos de sangre por el bien de los demás, caería en la desesperación con tal de que los demás continuaran viviendo una tranquila vida ajenos a la cruel realidad. Sería su dios protector, un demonio travestido de dios que solo amaba más que su propia vida aquél pueblo. El lugar donde las risas estaban aseguradas y aun así, el puro blanco de la nieve se fue manchando por tinte rojo sangre con todos los cuerpos caídos, privados del respiro, traicionados por aquél que amaban y veneraban. ¿realmente cambiaría algo si encontraba la forma de salvar a su rey? ¿Las vidas perdidas volverían a florar? No sabía eso, de hecho siquiera sabía si eran correctas o no sus acciones, si aun ella, un ser maldito, podría salvar a alguien, al menos una vez en todos sus años de vida. Observó el puñal entre sus manos, no pudo hacer más que volver atrás con el tiempo, revivir una y otra vez aquellas maravillosas memorias que habían sido gravadas con fuego en su mente. Al fin y al cabo ella jamás había pertenecido a un pueblo, la soledad, la tristeza y oscuridad siempre habían sido su únicos amigos desde el momento dichoso en que había abierto sus azuladas orbes por primera vez, hacía ya cinco lejanos siglos. Sus ojos se entrecerraron, acercando a su pecho el puñal con cuidado, apretándolo con fuerza mientras cada rastro de rebeldes lágrimas desaparecieron de sus ojos al instante. Solo necesitaba firmeza, firmeza para seguir adelante, para matar a cualquiera como a ella la habían herido...
❝¡Rey! ¡Rey!— Las palabras de la infante resonaron en las altas paredes del castillo mientras unos pequeños y apresurados pasos resonaron con gracia. La pequeña niña de corto cabello rubio corrió hacia el hombre que a pocos metros la observaba con una sutil sonrisa, tan extraña y amable como el de un ángel. Adler no lo era, ese rey no era más que un mago que había decidido gobernar en paz en medio del hielo y aun así, jamás se sentía el frío del lugar. —Por dios, Erika... No deberías correr así por aquí, te harás daño— El rey de largos ropajes blancos se agachó, rozando el azulado suelo con sus largos cabellos oscuros mientras extendía sus manos hacia la infante. Erika corrió hacia él, tirándose en el último momento hasta quedar entre los brazos ajenos. La calidez del rey era suficiente para derretir cualquier hielo, su sonrisa mezclada con infantez era suficiente para hacer sonreír a cualquier infante llorando como si de una epidemia se tratara. Su voz... su voz era suficiente para hacer que cualquiera cayera ante él de rodillas. Jamás se enfadaba, jamás cambiaba el tono amable de su voz... nunca dañaría a una mosca... y aun así...❞
Las memorias desaparecieron en cuanto Cameron le habló. Su mirada se fijó en él, parpadeando con sorpresa. ¿Que se fuera? ¿Que pasaría con su viaje al acuario? Mas una sonrisa dibujó en sus labios y posicionó la daga entre los pliegues de su vestido. Ambas manos se juntaron a su espalda y la sonrisa siguió danzando en sus labios, falsa como ya costumbre y aun así tan real. —Me iré entonces. Cameron. Recordaré tu nombre, algún día nos volveremos a ver... Esta academia no es tan grande como parece ser— Si el destino provocaba que dos personas se reunieran en la inmensidad del mundo, no había motivo por el cual dos caídos no tuvieran que volver a cruzar sus palabras una vez más. Aunque anheló seguir allí en compañía de aquél chico sabía que no sería la mejor opción. Su instinto se lo advertía. Fue así que tras una complicada sonrisa sus pasos resonaron en el silencio, pasó a su lado, cruzando una vez más su mirada con la contraria. Unos breves instantes que pasaron mucho más lentos que horas enteras. Finalmente, terminó por alejarse con calma hacia la salida. —¿Morir?— Paró en seco, sin mirar hacia atrás. —No moriré, no aun, no bajo otras manos que no sean las tuyas... Tú también, Cameron. No mueras, solo tú podrás matarme. Viviré eternamente si mueres— Le miró por encima del hombro pensativa antes de sonreír, desviar su mirada y seguir adelante, perdiéndose entre la penumbra de los pasillos. Él la mataría, ella no moriría, quizás con el tiempo... y tras salvar a su rey escaparía de su asesino entonces, pero ahora, su ideal estaba bien claro en su mente, demasiado.
- off:
- off: Presumo que el tuyo será el último post~
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
Prioridad en sus objetivos, estrategia, accionar metódico. Fuese como fuese que lo llamases, Erika se había convertido en parte de las dos metas principales en la sangrienta vida del Serafín. Se rehusaba a aceptar que Jophiel hubiese muerto, que quién le había enseñado todo lo que sabía, ya no se encontraría en casa esperando su regreso, con una lanza en mano. Pero eso jamás sucedería, no ahora.
Así que debía aferrarse a la única forma de redención que le quedaba. Asesinar a su sucesora, acabar con la cadena de mando del linaje de su viejo amigo. Sin embargo, tener a un arcángel, aunque estuviese en un estado letárgico, era una carta que no podía simplemente tirar a la basura. Era el poder que necesitaba, la Reina en su tablero. No la eliminaría, no mientras el resto de sus enemigos estuviese con vida. Ella sería la última en irse.
Cameron bajó la mirada hacia el cuerpo de su fallecido compañero, no mostrando compasión ni repulsión en sus ojos. A decir verdad, esas orbes estaban completamente vacías. — Hiciste un buen trabajo, Iriel. Descansa en paz. — Murmuró abriendo su palma en dirección al cadáver, provocando que de los labios del ángel escapase una sustancia brillante, como una bruma, dirigiéndose a la mano del Serafín. La misma traspaso su piel, y, aunque no fuese visible, también su espíritu. Sus ojos destellaron de un potente blanco inmaculado durante unos segundos, con un leve zumbido acompañando aquel singular ritual.
Acababa de absorber un alma, incrementando en consecuencia su poder. — Tranquilo, haré buen uso de ella. Has servido a una causa mayor que tú y que mí. — Una sonrisa se dibujo en su rostro, y el aura oscuro lo rodeó.
En la boca de las tinieblas de ese sitio, lejos ya de la luminosa atmósfera dónde había tenido su encuentro con quién no sólo le había exigido lealtad, sino también amenazado de muerte; un rumor de alas resonó, haciendo eco alrededor de la de los cabellos dorados. Como salidos de la nada, apareciendo frente y detrás de ella, dos muchachos vestidos en finos trajes la rodearon. Furia en sus ojos, culpándola de la muerte de su hermano, empuñaban aquellas dagas asesinas. Sus ojos se abrieron como platos al notar que ella también cargaba con una Angel Blade, y que la misma estaba cubierta de sangre. — Es la daga de Iriel... — Murmuró el de cabellos zafiro al de tez oscura, con un tono bajo y rencoroso. No mediaron más palabras, no era necesario. No escucharían explicación, ni defensa alguna. Sólo querían ver su sangre correr. Así, empuñaron sus espadas cortas, extendieron sus alas, y se acercaron hacia la muchacha. La intención asesina ahogaba la atmósfera. Y el filo de esas hojas destelló hacia la hija del arcángel.
Si ella saldría airosa de esa situación, no lo sabía. Mas debía comprobar si en verdad tenía el potencial que él creía. Lo haría sin ensuciarse sus manos.
Enviar una serpiente a matar otra serpiente.
El juego del Cielo y sus arcángeles.
El juego de Cameron, el serafín de alas negras.
Así que debía aferrarse a la única forma de redención que le quedaba. Asesinar a su sucesora, acabar con la cadena de mando del linaje de su viejo amigo. Sin embargo, tener a un arcángel, aunque estuviese en un estado letárgico, era una carta que no podía simplemente tirar a la basura. Era el poder que necesitaba, la Reina en su tablero. No la eliminaría, no mientras el resto de sus enemigos estuviese con vida. Ella sería la última en irse.
Cameron bajó la mirada hacia el cuerpo de su fallecido compañero, no mostrando compasión ni repulsión en sus ojos. A decir verdad, esas orbes estaban completamente vacías. — Hiciste un buen trabajo, Iriel. Descansa en paz. — Murmuró abriendo su palma en dirección al cadáver, provocando que de los labios del ángel escapase una sustancia brillante, como una bruma, dirigiéndose a la mano del Serafín. La misma traspaso su piel, y, aunque no fuese visible, también su espíritu. Sus ojos destellaron de un potente blanco inmaculado durante unos segundos, con un leve zumbido acompañando aquel singular ritual.
Acababa de absorber un alma, incrementando en consecuencia su poder. — Tranquilo, haré buen uso de ella. Has servido a una causa mayor que tú y que mí. — Una sonrisa se dibujo en su rostro, y el aura oscuro lo rodeó.
» Cuatro ángeles se habían reunido para tenderle una emboscada a la quinta. Sólo uno de ellos sabía el verdadero plan. Todos ellos vestían finos trajes, pero sólo el serafín llevaba de abrigo un sobretodo. Los reyes llevan vestiduras más ostentosas, según entendía. Frente al acuario, antes de entrar, dio sus órdenes. — Me acercaré a ella. Seré el señuelo. Utiliza esa oportunidad para terminar el trabajo. — Dijo el líder al ángel de nombre Iriel. Este asintió, sin saber que esa orden lo llevaría a la muerte. Entonces el serafín dio órdenes a los otros dos. — Bloqueen la salida en caso de que quiera escapar. Elimínenla sin vacilar. — El ángel de tez oscura aceptó la orden sin protestar, más el de cabellos celadón presentó una duda, aunque sin suficiente poder en su voz para oponerse. — Ella... es la sucesora de ese Arcángel de la Luz, ¿no...? ¿Cómo puedes estar tan seguro de que será así de fácil? — Exclamó ganándose la mirada de sus compañeros, las cuales, como si también quisiese preguntar lo mismo, se volvieron hacia Cameron.
Éste, emprendiendo su ingreso al acuario, sonrió en respuesta. Sólo cuando hubiese cruzado el umbral, musitó la respuesta.
— Tengo el presentimiento... De que todo saldrá según el plan. «
Éste, emprendiendo su ingreso al acuario, sonrió en respuesta. Sólo cuando hubiese cruzado el umbral, musitó la respuesta.
— Tengo el presentimiento... De que todo saldrá según el plan. «
En la boca de las tinieblas de ese sitio, lejos ya de la luminosa atmósfera dónde había tenido su encuentro con quién no sólo le había exigido lealtad, sino también amenazado de muerte; un rumor de alas resonó, haciendo eco alrededor de la de los cabellos dorados. Como salidos de la nada, apareciendo frente y detrás de ella, dos muchachos vestidos en finos trajes la rodearon. Furia en sus ojos, culpándola de la muerte de su hermano, empuñaban aquellas dagas asesinas. Sus ojos se abrieron como platos al notar que ella también cargaba con una Angel Blade, y que la misma estaba cubierta de sangre. — Es la daga de Iriel... — Murmuró el de cabellos zafiro al de tez oscura, con un tono bajo y rencoroso. No mediaron más palabras, no era necesario. No escucharían explicación, ni defensa alguna. Sólo querían ver su sangre correr. Así, empuñaron sus espadas cortas, extendieron sus alas, y se acercaron hacia la muchacha. La intención asesina ahogaba la atmósfera. Y el filo de esas hojas destelló hacia la hija del arcángel.
Si ella saldría airosa de esa situación, no lo sabía. Mas debía comprobar si en verdad tenía el potencial que él creía. Lo haría sin ensuciarse sus manos.
Enviar una serpiente a matar otra serpiente.
El juego del Cielo y sus arcángeles.
El juego de Cameron, el serafín de alas negras.
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- Me quedaba una sorpresa más aún~
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
❝... Y aun así... aquél rey, aquél pueblo cayó en la locura. La sangre manchó las puras y azuladas paredes con un rojo carmín proveniente de los cuerpos de los ciudadanos. Odio, temor... Esos fueron los sentimientos que embragaron a la arcángel en cuanto sus pasos tocaron la entrada a palacio y sus ojos se encontraron con los cuerpos inertes de aquellos que habían sido sus compañeros de juegos, aquellos que cada mañana la saludaban con una amable sonrisa en sus labios. Ahora, ya incapaces de sonreír solo estaban allí, muertos, caídos. Aun así no tuvo tiempo para pensar en ello, para temer lo peor. Sus pasos comenzaron a resonar aun con más diligencia en los pasillos deshabitados del castillo, abrió las grandes puertas del trono de par en par y sin dudarlo entró. —¡Rey!— Allí estaba él, en medio de cuerpos muertos, con sus manos manchadas de sangre...❞
Sus ojos se cerraron en un adolorido gesto, su mente estaba vagando más de lo usual, su consciencia se estaba alejando aun más de aquello que era realmente importante. Titubeó en cuanto su mirada se fijó adelante, sus pasos pararon y el silencio se apoderó de aquellos azulados pasillos por el deslumbrante mar que encima suya había. Los peces nadaban y creaban juegos de colores con cada reflejo y aun así, la mirada de la muchacha no estaba en ninguno de esos hechos. Sus ojos no veían nada frente a ella, nada más que oscuridad y memorias olvidadas, manchadas por mentiras y falsas promesas y aun así, nunca culparía a alguien más de aquello que ella era principio y fin. Su cuerpo se balanceó, su hombro tocó el frío cristal y una vez más titubeó, se estremeció y quiso llorar pero siquiera una lágrima escapó de sus azuladas orbes, su mirada, su sonrisa no cambió, aun cuando la desesperación la carcomía por dentro, aun cuando el futuro era difuso, invisible, extraño y demacrado. ¿Por qué se sentía de aquella forma? ¿Acaso la tristeza la inundó ante las palabras ajenas? ¿Acaso ella misma estaba comenzando a tener pena por su propia vida? Intentos de felicidad fallidos, falsas utopías formadas a partir de sueños imposibles de realizar. Aun así un hermano suyo había intentado matarla, un hermano suyo le había prometido muerte ¿Por qué los pecados volvían a repetirse unos tras otros? ¿Acaso jamás aprenderían? ¿Pero qué estaba diciendo? Ella misma caía en aquella infiel doctrina de matar aquél que ante sus pasos se revelara.
Un pesado suspiro y los pasos volvieron a escucharse retumbar entre los cristales. ¿Qué haría haora? ¿Empuñaría aquella daga y mataría a todos aquellos que ante ella apareciera? ¿Protegería a sus seres queridos aunque eso signifique manchar sus propias manos? Ellos la habían salvado, le habían enseñado la luz del sol y la sonrisa que constantemente se apoderaba de los labios de aquellos seres, ellos la habían sacado de sus ataduras de oscuridad y le habían enseñado la luz. Erika si bien mentirosa, jamás pagaría aquella bondad ajena alejándose de los problemas que conllevaba su vida. —No tengo opción alguna ¿Verdad?— Solo un susurro escapó de sus pálidos labios. Hubiera querido poder seguir en su cuento de hadas eternamente, abrazada al cálido rey que se había vuelto en su tutor, poder sonreír y bromear con cada uno de los ciudadanos de aquél reino. Todas sus vidas estaban muertas, congeladas sus almas antes de que abandonen su cuerpo, interrumpidas las vías del futuro, encerrados eternamente en el pasado y ella allí, creyendo inocentemente que podría salvarlos, que podría volver a ser todo como antes. Cameron le había dado el empujón necesario, le había hecho abrir sus ojos y cerrar aun más su corazón ¿Qué sería ya de su pobre alma?. Una presencia cercana y una vez más sus pasos se pararon de golpe, dejando paso al silencio triple. El silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban, si hubiera habido personas, estas habrían roto el silencio mediante sus sonrisas.
Aquél silencio triple no tuvo un destino como cualquiera, el batir repentino de unas alas y el oscuro y frío hablar de sus semejantes fue suficiente para bajar al silencio de nivel. Erika por su parte, seguía allí, inmóvil, dudando por si sonreír o no. Por un momento su cabeza se balanceó lentamente de arriba abajo antes de que una falsa y a la vez verdadera sonrisa se asomara por su faz, no tardó por entender que aquellos ángeles lejos de establecer amistad ansiaban asesinarla. Sus alas se abrieron en un parpadear, mostrando su peculiar y variopinto mixto de colores claros y oscuros, un simple gesto de la mano y una oscura barrera mantuvo a los ángeles alejados de ella durante instantes, los suficientes como para que flechas de sobras atravesaran el cuerpo de aquellos que eran sus 'hermanos' al ritmo de una triste melodía. Los cuerpos se tambalearon, presas del dolor de aquellas flechas que habían desaparecido sin dejar nada más que sangre en las vestimentas ajenas. La caída dio media vuelta, destruyendo aquella barrera con el mismo gesto de su mano y sin miramientos si acercó a aquél que habló, clavando en su pecho aquella sagrada daga. —Requiescat in pace— Sus labios se movieron en un susurro, pronunciando aquellas tristes y hermosas palabras. Tras que aquél ángel desapareciera como hace pocos instantes, Erka se volteó hacia aquél que estaba frene a ella y le miró durante breves instantes. ¿Debería matar una vez más?
Un pesado suspiro y los pasos volvieron a escucharse retumbar entre los cristales. ¿Qué haría haora? ¿Empuñaría aquella daga y mataría a todos aquellos que ante ella apareciera? ¿Protegería a sus seres queridos aunque eso signifique manchar sus propias manos? Ellos la habían salvado, le habían enseñado la luz del sol y la sonrisa que constantemente se apoderaba de los labios de aquellos seres, ellos la habían sacado de sus ataduras de oscuridad y le habían enseñado la luz. Erika si bien mentirosa, jamás pagaría aquella bondad ajena alejándose de los problemas que conllevaba su vida. —No tengo opción alguna ¿Verdad?— Solo un susurro escapó de sus pálidos labios. Hubiera querido poder seguir en su cuento de hadas eternamente, abrazada al cálido rey que se había vuelto en su tutor, poder sonreír y bromear con cada uno de los ciudadanos de aquél reino. Todas sus vidas estaban muertas, congeladas sus almas antes de que abandonen su cuerpo, interrumpidas las vías del futuro, encerrados eternamente en el pasado y ella allí, creyendo inocentemente que podría salvarlos, que podría volver a ser todo como antes. Cameron le había dado el empujón necesario, le había hecho abrir sus ojos y cerrar aun más su corazón ¿Qué sería ya de su pobre alma?. Una presencia cercana y una vez más sus pasos se pararon de golpe, dejando paso al silencio triple. El silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban, si hubiera habido personas, estas habrían roto el silencio mediante sus sonrisas.
❝Hermana ¿Sabes? El silencio es muy aburrido❞
Aquél silencio triple no tuvo un destino como cualquiera, el batir repentino de unas alas y el oscuro y frío hablar de sus semejantes fue suficiente para bajar al silencio de nivel. Erika por su parte, seguía allí, inmóvil, dudando por si sonreír o no. Por un momento su cabeza se balanceó lentamente de arriba abajo antes de que una falsa y a la vez verdadera sonrisa se asomara por su faz, no tardó por entender que aquellos ángeles lejos de establecer amistad ansiaban asesinarla. Sus alas se abrieron en un parpadear, mostrando su peculiar y variopinto mixto de colores claros y oscuros, un simple gesto de la mano y una oscura barrera mantuvo a los ángeles alejados de ella durante instantes, los suficientes como para que flechas de sobras atravesaran el cuerpo de aquellos que eran sus 'hermanos' al ritmo de una triste melodía. Los cuerpos se tambalearon, presas del dolor de aquellas flechas que habían desaparecido sin dejar nada más que sangre en las vestimentas ajenas. La caída dio media vuelta, destruyendo aquella barrera con el mismo gesto de su mano y sin miramientos si acercó a aquél que habló, clavando en su pecho aquella sagrada daga. —Requiescat in pace— Sus labios se movieron en un susurro, pronunciando aquellas tristes y hermosas palabras. Tras que aquél ángel desapareciera como hace pocos instantes, Erka se volteó hacia aquél que estaba frene a ella y le miró durante breves instantes. ¿Debería matar una vez más?
- Off:
- Off: ¡Oh! Quieres que mi Erika se vuelva mala(?) Oh, y me tomé la libertad de hacer sufrir a los ángeles que enviaste a por mi(?) Cualquier cosa me dices y cambio~
Siento que me está saliendo largo xDD
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Re: ♣El mentiroso y deslumbrante cielo || Priv.
¿Qué tan resplandeciente es la luz de la vida? ¿Tanto como la que escapa de esos labios y esos ojos? ¿Cómo la de un ángel dando su último suspiro?
Y la negrura de la muerte... ¿Será tan oscura como esas chamuscadas alas, que tiñen de azabache el suelo a espaldas del muerto? Sería difícil verlos al mismo tiempo. Y aún así, con una la sola puñalada de esa daga única, se puede se traer al mundo colores tan abstractos...
El carmesí de la sangre arruinó esa simétrica escena, al mismo tiempo que el ángel de tez oscura soltaba su arma para auxiliar su destrozado brazo. Miró atónito sus propias heridas antes de ser despertado de su incredulidad por el grito de muerte de su compañero.
Miedo. Miedo a la hija del Arcángel de la Luz, que ahora portaba una hoja capaz de matar ángeles.
— ¿Qu... qué eres tú?
Miedo. Miedo a ese abrumador poder, capaz de detener hasta a los mismos celestiales.
Luchar no estaba en sus planes. No ante una fuerza tan devastadora, tan difícil de comprender. Y sin embargo, no podía irse con las manos vacías. O sería un serafín quién le diese muerte, y no esa muchacha.
Haciendo uso de todo su poder, tentando los límites de su ser, desapareció en la pura nada.
No necesitaba ver a través de las paredes para saber el resultado de esa primera sangre. Como si se lo dijese el susurro del viento que acariciaba sus cabellos, en la base plana de aquella edificación levantada a base de ladrillos carmesí. El sol se había escondido tras blancas nubes de algodón, y un cierto frescor anticipaba la llegada de tiempos fríos.
Detrás de él, un rumor de revoloteo, similar al de una paloma en vuelo, anunció la llegada del sobreviviente. Distorsionando aquel hermoso sonido, una temblorosa voz le llego, del hombre de tez oscura arrodillado, su palma deteniendo el sangrado en su inútil brazo.
— ¡Se-señor...! — Comenzó a hablar, presa del pánico y la desesperación.
— Cálmate. Lo sé.
Cómo no saberlo, cuando la esencia de aquella explosión de poder le habría quitado el aliento aún a kilómetros de distancia. No parecía preocupado, mucho menos dolido, por la pérdida de dos hombres. Había encontrado algo mucho más rentable.
— ¡S...sabe que vamos tras ella... ven...vendrá!
Ingenuo. ¿Cómo puede ir tras la fuente, cuando desconoce que hilos seguir? Se lamentó por un segundo que Erika no le hubiera dado muerte, y ahora tener que hacerlo él mismo. El filo de su propia Angel Blade se asomaba ya desde su manga.
Y... reflexionar...
Sacar lo mejor, de una mala situación.
—Entonces... de una u otra forma un rey de una lejana tierra me extendió la mano y me acogió aun mi maldición.
Reconocer que piezas se tienen, y cuáles jugadas están a la mano.
—En el país del rey que me acogió simplemente actué como una maga más de la ciudad.
Porque en una guerra, cada oportunidad es única e indispensable. Cada decisión es crucial.
—Quizás sea maldita... pero eso no cambia el hecho que encontré personas a quienes deseo proteger aquí en la tierra... Así que si me es permitido, me opondré al cielo y la maldición que me echaron...
Porque el eco de sólo unas palabras, pueden significar la la victoria misma.
—Seguiré adelante... aun en contra de los dioses...
Una herida abierta, puede convertirse en motivo de lucha.
— ¡Salvaré a aquellos que realmente me dieron la libertad utilizando mis propias manos!
Luchar.
Aún contra los dioses...
— La hija del Arcángel de la Luz... Estudiante de Haradrim... Exiliada del Cielo... Maga en una tierra lejana... Asesina. — Repitió cada uno de los roles, en el órden en que los había reconocido, mientras se entremezclaban con la propia voz de aquella bella y letal rosa.— Erika Flowright... ¿cuál de todas es tu verdadera cara? — Sus comisuras se curvaron mientras se decía esto a sí mismo, y hubiera permanecido en ese estado de curiosidad e interés durante más tiempo, sino fuese porque un débil y tembloroso ángel esperaba que le dijesen que hacer. Porque aún en el exilio, no todos recuperan la habilidad de pensar por sí mismos.
— Un... rey. — Los labios de Cameron pronunciaron esas palabras, y la hoja que se dejaba ver bajo su manga volvió a su lugar. Aún no era momento de sacrificar al peón, no cuando aún podía ser de utilidad. Sonriendo ampliamente, ante la incógnita que había planteado, se volteó a su subordinado. — Necesito que me encuentres un rey.
Y la negrura de la muerte... ¿Será tan oscura como esas chamuscadas alas, que tiñen de azabache el suelo a espaldas del muerto? Sería difícil verlos al mismo tiempo. Y aún así, con una la sola puñalada de esa daga única, se puede se traer al mundo colores tan abstractos...
El carmesí de la sangre arruinó esa simétrica escena, al mismo tiempo que el ángel de tez oscura soltaba su arma para auxiliar su destrozado brazo. Miró atónito sus propias heridas antes de ser despertado de su incredulidad por el grito de muerte de su compañero.
Miedo. Miedo a la hija del Arcángel de la Luz, que ahora portaba una hoja capaz de matar ángeles.
— ¿Qu... qué eres tú?
Miedo. Miedo a ese abrumador poder, capaz de detener hasta a los mismos celestiales.
Luchar no estaba en sus planes. No ante una fuerza tan devastadora, tan difícil de comprender. Y sin embargo, no podía irse con las manos vacías. O sería un serafín quién le diese muerte, y no esa muchacha.
Haciendo uso de todo su poder, tentando los límites de su ser, desapareció en la pura nada.
No necesitaba ver a través de las paredes para saber el resultado de esa primera sangre. Como si se lo dijese el susurro del viento que acariciaba sus cabellos, en la base plana de aquella edificación levantada a base de ladrillos carmesí. El sol se había escondido tras blancas nubes de algodón, y un cierto frescor anticipaba la llegada de tiempos fríos.
Detrás de él, un rumor de revoloteo, similar al de una paloma en vuelo, anunció la llegada del sobreviviente. Distorsionando aquel hermoso sonido, una temblorosa voz le llego, del hombre de tez oscura arrodillado, su palma deteniendo el sangrado en su inútil brazo.
— ¡Se-señor...! — Comenzó a hablar, presa del pánico y la desesperación.
— Cálmate. Lo sé.
Cómo no saberlo, cuando la esencia de aquella explosión de poder le habría quitado el aliento aún a kilómetros de distancia. No parecía preocupado, mucho menos dolido, por la pérdida de dos hombres. Había encontrado algo mucho más rentable.
— ¡S...sabe que vamos tras ella... ven...vendrá!
Ingenuo. ¿Cómo puede ir tras la fuente, cuando desconoce que hilos seguir? Se lamentó por un segundo que Erika no le hubiera dado muerte, y ahora tener que hacerlo él mismo. El filo de su propia Angel Blade se asomaba ya desde su manga.
Y... reflexionar...
Sacar lo mejor, de una mala situación.
—Entonces... de una u otra forma un rey de una lejana tierra me extendió la mano y me acogió aun mi maldición.
Reconocer que piezas se tienen, y cuáles jugadas están a la mano.
—En el país del rey que me acogió simplemente actué como una maga más de la ciudad.
Porque en una guerra, cada oportunidad es única e indispensable. Cada decisión es crucial.
—Quizás sea maldita... pero eso no cambia el hecho que encontré personas a quienes deseo proteger aquí en la tierra... Así que si me es permitido, me opondré al cielo y la maldición que me echaron...
Porque el eco de sólo unas palabras, pueden significar la la victoria misma.
—Seguiré adelante... aun en contra de los dioses...
Una herida abierta, puede convertirse en motivo de lucha.
— ¡Salvaré a aquellos que realmente me dieron la libertad utilizando mis propias manos!
Luchar.
Aún contra los dioses...
— La hija del Arcángel de la Luz... Estudiante de Haradrim... Exiliada del Cielo... Maga en una tierra lejana... Asesina. — Repitió cada uno de los roles, en el órden en que los había reconocido, mientras se entremezclaban con la propia voz de aquella bella y letal rosa.— Erika Flowright... ¿cuál de todas es tu verdadera cara? — Sus comisuras se curvaron mientras se decía esto a sí mismo, y hubiera permanecido en ese estado de curiosidad e interés durante más tiempo, sino fuese porque un débil y tembloroso ángel esperaba que le dijesen que hacer. Porque aún en el exilio, no todos recuperan la habilidad de pensar por sí mismos.
— Un... rey. — Los labios de Cameron pronunciaron esas palabras, y la hoja que se dejaba ver bajo su manga volvió a su lugar. Aún no era momento de sacrificar al peón, no cuando aún podía ser de utilidad. Sonriendo ampliamente, ante la incógnita que había planteado, se volteó a su subordinado. — Necesito que me encuentres un rey.
Bella ángel. Falsa maga. Callada estudiante. Letal asesina.
¿Cuál de todas socorrería a su Rey?
¿Cuál de todas socorrería a su Rey?
- OFF:
- Necesitaré unos días para reposar los ingredientes de la siguiente trama -aprovecha que no tendrás a un serafín intentando psicopatearte ese tiempo (?-
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