Conversación Humano-Shinigami [Mikan Sakura]

Ya había pasado bastante tiempo desde que llegué a Jikan y había comenzado a explorar cada rincón posible de la isla: la escuela, los dormitorios, los clubes, la piscina, la playa... A medida que había descubierto muchos sitios, también había conocido a gente y criaturas de todo tipo, consiguiendo llevarme bien con algunas, pero teniendo algún problemilla con las demás, pero no quería darle mucha importancia a las relaciones que había establecido.

Tras terminar las clases, escuché a un grupo de estudiantes con características animales que hablaban sobre un lugar donde vivían los humanos que venían a Jikan. Aquello me llamó bastante la atención ya que nunca había encontrado ese lugar donde viven los humanos, así que me dirigí a mi cuarto a cambiarme antes de comenzar a buscar por todo el lugar, encontrando por casualidad el lugar, donde me detengo nada más verlo al darme cuenta de la gran presencia espiritual que había por esta zona.
-Los humanos son siempre los que más se niegan a irse, pero estos ya llevan aquí desde hace mucho. -pienso en voz alta antes de decidir adentrarme en el lugar, parándome otra vez al dar unos pocos pasos y encontrar frente a mi varios espíritus con forma humana pero de forma borrosa.
-Es un placer. -les saludo con tranquilidad, sin inmutarme, antes de continuar. -Mi nombre es Trafalgar Law y, si me lo permiten, les ayudaré a continuar. -durante unos minutos los espíritus conversan entre sí, de forma que no pueda entenderlos y, al pasar un rato, los espíritus se vuelven hacia mí y todos asienten, lo cual me agrada bastante, ya que me hace las cosas más fáciles.
-Entonces, discúlpenme y... gracias. -me incliné en frente suya, a modo de respeto, antes de chasquear los dedos y ver como, uno a uno, iban desapareciendo en unas luces brillantes que se elevaban hacia el cielo y, seguidamente, desaparecían.
-Que descansen en paz. -junté las palmas de las manos y comencé a rezar una pequeña oración antes de bajar los brazos y echar un último vistazo a mi alrededor, asegurándome de que no quedara ningún espíritu más.

Tras mirar durante un largo rato a mi alrededor, de la casa comenzaron a escucharse sonidos hasta que, de la puerta, se asomó una pequeña figura que me iluminó con una linterna, cegándome unos segundos antes de que esta gritara y saliera corriendo hacia el interior de la casa.

-¿Quién... era? -pensé un poco sorprendido antes de acercarme a la puerta y dar varios golpes, asomándome un poco.

-¿Hay alguien? -pregunté en voz alta, escuchando de repente unos pequeños ruidos provenientes del piso de arriba. Al ver que nadie respondía, decidí entrar y subir poco a poco las escaleras, provocando que estas crujieran al poner y sacar el pie de estas.

Al llegar arriba, me asomé a una de las habitaciones en las que había un bulto envuelto por una sabana, temblando por completo. Se me ocurrieron varias travesuras que hacer, provocando que una sonrisa con picardía se asomara a mi rostro, pero al final tan solo me acerqué y golpee lo que parecía la cabeza de la persona varias veces.

-¿Te das cuenta de que así se te ve a la primera? -le pregunto a la persona de dentro antes de coger de un lado de las sábanas y tirar de ellas para destapar a la persona que había dentro: una niña pequeña, probablemente de unos 10 años, temblando.

-Tranquilízate. No voy a hacerte nada. -le digo para intentar tranquilizarla mientras dejaba caer de nuevo la manta sobre ella y me sentaba frente a la cama, en el suelo.

-¡Que dolor! -grito ante los gritos de la chica, los cuales parecían que en cualquier momento iban a romperme los tímpanos y dejarme sordo para el resto de mi vida.

-¡Vale! ¡Vale! ¡Ya me voy! -le grito algo furioso por el dolor que me estaban dando sus gritos y el verla tan asustada, como si fuera un monstruo o algo.

Al salir de la casa suspiré aliviado al dejar de escuchar los gritos de la niña.

-Será posible... ¡Mira que es gritona! -grito, dando una patada al suelo, mientras me llevo las manos a los oídos, notando como un zumbido.

-Bueno, aquí he terminado. ¿Qué demonios debería hacer? -comencé a pensar al darme cuenta y luego volví la vista hacia la ventana del cuarto de la niña.

-No no, espera. No pienso volver ahí para que me rompa los oídos de verdad. -recapacité al recordar el dolor, que aún sentía, y me quedé en la entrada completamente pensativo.

-¡Oye! ¡Baja un momento! -grito tras un rato, alejándome de la entrada para poder mirar mejor la ventana de la chica.

-¡Y me da igual que me tengas miedo o lo que sea, pero al menos quiero que te disculpes por intentar romperme los tímpanos! -volví a gritar, quedándome luego en silencio, a espera de la respuesta de la chica.

-¡Si no me crees, al menos asómate a la ventana!

Aunque el comportamiento de la chica no me sorprendía, no podía evitar sentirme molesto cada vez que alguien hacía lo mismo que ella o intentaba matarme, como si pudiera. En realidad, ya había perdido la cuenta de las veces que la gente se quedaba pálida al verme matando a alguien, o de tan solo verme, pero seguía sin entender porque se comportaba así, ya que si de verdad quisiera hacerles algo no me dejaría ver, lo primero, y no les ignoraría, pero la estupidez es algo que, por lo que comprobé por mi mismo, es algo que hasta sobra en todos, sobre todo en los humanos que se creen superiores cuando pueden morir en cualquier momento por cualquier tontería de las suyas, pero eso me daba igual: mi trabajo era llevarlos al otro lado, y eso pienso seguir haciendo hasta terminar con mi vida, si es que termina algún día.

Cuando la figura de la niña se asomó por la ventana, por instinto lo primero que hice fue taparme los oídos, viendo luego que hice bien ya que los gritos de aquella niña parecían capaces de romper cualquier cosa. Sin embargo, cuando escuché un crujido, levanté la vista justo cuando el balcón donde estaba la niña se rompía y tanto ella como los trozos del balcón caían rápidamente, dispuestos a estrellarse contra el suelo.

Sin embargo, sin pensarlo dos veces, corrí a toda prisa hacia el lugar donde iba a caer la chica y la cogí en brazos al mismo tiempo que me volvía y la pegaba a mi, quedando mi espalda hacia arriba y ella debajo mía, permitiéndome protegerla de los trozos de madera y demás que caían con fuerza contra el suelo y mi espalda, obligándome a gruñir por el pequeño dolor que me producían.

Cuando dejaron de caer trozos de madera, me levanté para comprobar que la niña estaba bien, viendo que sí que lo estaba, así que me erguí y me sacudí la espalda y el resto de la ropa, limpiándomela, antes de ayudarla a levantarse.

-¿Estás bien? -le pregunté a la niña mientras me arrodillaba en frente suya y le sacudía un poco la ropa, por la suciedad del suelo.