Alimentado el cebero y el alma, le toca al estómago {Priv. Thasia}

Los murmullos se escuchaban por todos lados, la aglomeración de gente resultaba de lo más irritante, pero no se podía esperar menos de un restaurante. Después de horas de estudio y meditación, por fin había decidido comer algo para reponer fuerzas. La vampiresa se abría camino por el restaurante, lanzando miradas de odio a quienes se interpusieran en el mismo, detestaba tener que empujarse con otros sujetos para alcanzar una mesa libre.

Después de unos tres minutos de empujones, Amane vislumbró desde la distancia una mesa libre, aún habían un par de vasos usados encima, no tuvo duda de que sus anteriores ocupantes de habían marchado hace muy poco. Dudo unos segundos en ocupar la mesa usada, los vasos no le llamaban la atención, pero un rápido vistazo al restaurante en general le hizo resignarse. Suspiró y ocupó la mesa sucia, esperando con ansias que un camarero se acercara para limpiar la mesa y anotar su pedido.

En el periodo de tiempo, Amane tomó la carta del restaurante para ver la comida que ofrecían allí. Los ojos rojos repasaron la carta de arriba a bajo con detenimiento, buscando un plato que le agradece.
- Soso, salado, picante, asqueroso, siempre le falta queso... comida basura... vaya restaurante ... - La líder de Haradrim no estaba nada contenta con la comida que le ofrecían, por mucho que repitiese la carta. Pasaron largos minutos de aburrimiento, al punto de que Amane posó el codo en la mesa para apoyar la cabeza. Habiendo repetido la carta por undécima vez, reparó en un plato en concreto, el único que llamó su atención.
- Tiene buena pinta, creo que me quedo con este... si viene el camarero algún día - Susurró con molestia por la lentitud del servicio. Allí donde mirara veía a los camareros y camareras con las bandejas cargados de comida y bebida. Tras de ella había otra mesa ocupada, un grupo de estudiantes que hablaban casi gritando, algunos con comida en la boca. Sus constantes griteríos y falta de educación enervaban los nervios de Amane, después de aquella situación, no volvería al restaurante en mucho tiempo.

Amane estuvo a punto de rendirse y marcharse del restaurante, justo una camarera por fin se acerco a la mesa en la que estaba sentada. La muchacha de cabellera rosa se disculpó al tiempo que limpiaba de una buena vez la mesa sucia, marchandose una vez más para retirar los vasos sucios. La peligris respiró tranquila una vez la mesa estuvo limpia, ver restos de otras personas le provocaba ciertas nauseas, no era precisamente de las que no le importaría el mismo vaso para beber... Una vez más pensó que tendría que esperar un rato más al notar que la camarera tardaba, en realidad era producto de su imaginación, Amane se sentía el centro del universo y nadie podía hacer esperar al centro del universo.

Lo que para la gente normal solo fueron unos minutos, para Amane parecieron más de veinte minutos, enfadandola más de lo que estaba. La camarera había regresado finalmente para atenderla, y la peligris se divirtió viendo como esquivaba magistralmente a unos niños. Con su común frialdad, Amane dirigió la mirada a la muchacha, alcanzando leer el nombre de su identificación que colgaba, obligatoriamente, de su uniforme cutre.

- Si... veo que hoy estáis hasta los topes... teniendo en cuenta que servís comida cutre pero barata... es normal que los desesperados quieran arriesgarse a envenenarse por ahorrar unas cuentas monedas.

Los comentarios de Amane siempre resultaban un poco desagradables, uno de sus mayores talentos era burlarse o menospreciar a la gente, ignorando las respuestas de los mismos. Revisó por una última vez la carta antes de informarle de su decisión.

- Tomaré los macarrones con queso al horno y de bebida me traes un vaso de sangre. - Recordaba de pequeña disfrutar de los macarrones con queso echos por un miembro de la familia, no recordaba al sujeto pero si el sabor delicioso de aquella pasta.

Dejó la carta sobre la mesa y se acomodó de nuevo en la mesa dispuesta esperar su pedido, justo cuando se percató de un trozo de lechuga que descansaba en el pelo de la pelirosa. Amane intentó por todos los medios aguantar una leve risa, sin éxito se tapo los labios para evitar que la vieran y escucharan los de su alrededor.

- Oye... ¿La ensalada la servís en vuestras cabezas? Porque si te soy sincera, me gusta más en un bol. - Señaló el trozo de lechuga enganchado en el pelo, esperando que la camarera se arreglara antes de que un cliente cruel se burlara de ella por ese diminuto acto de torpeza.

Observaba por encima de su hombro cómo algunos comensales abandonaban el restaurante luego de banquetearse, haciendo señales con un movimiento de cabeza dirigido a sus compañeros, avisándoles de esta manera que se apresuraran y limpiaran aquellas mesas de una buena vez. No estaban para perder el tiempo, que era lo que menos tenían. Por cada cliente insatisfecho o que abandonara el lugar sin haber consumido algo, el dueño del establecimiento les bajaba el sueldo a todos y cada uno de los empleados. "¡A ver si así aprenden a trabajar en equipo, ineptos!" vociferó aquella vez. Con una advertencia como esa, ¿quién no iría a hacerle caso? El jefe sí que sabía manejarlos.

Oyó los no precisamente gratos comentarios por parte de la peli gris. Aquello no le ofendió a gran escala, ella era sólo una empleada y mucho cariño al trabajo no le tenía. Asintió con la cabeza, sonriendo sutilmente.

—Macarrones y un vaso de sangre...—repetía mientras anotaba el pedido rápidamente en la libretita que llevaba. Pensó por unos instantes y se dirigió a la cliente.—¿Qué grupo sanguíneo desea? Tenemos O+, A-, B+ ... y creo que nos queda una sola bolsa de AB.—informó, haciendo memoria. La primera vez que alguien le ordenó sangre, a la chica de cabellos color chicle le dieron verdaderas náuseas. En ese entonces no estaba para nada acostumbrada a que alguien dijera "Y... un vaso del A+. ¡Mientras más caliente mejor!"; pero ahora, a esas alturas, ya había oído casi todo.

—¿Ensalada...?—musitó, llevando sigilosamente la diestra a su cabeza, sobre la cual descubrió el tacto de lo que parecía una hoja. La tomó con rapidez y, sin siquiera calcular el movimiento, la lanzó hacia cualquier lado. Aquella ruin lechuga acabó sobre el sombrero de ala ancha de una inmensa mujer sentada junto a sus niños. Con el rostro encendido, Thasia apretó los labios mientras miraba alrededor por si alguien se había percatado. Para gran alivio suyo, nadie notó semejante percance.
Vio a su cliente con cierta mirada de complicidad, sonriendo apenada. Esperaba en verdad que no fuera a decir algo. Luego de aclararse la suspiró de forma algo entrecortada.

—G-gracias por avisarme.—le dijo mientras recogía la carta, bajando un poco la cabeza por la pena y el hecho de que sus mejillas aún ardieran. —En un momento traeré su pedido.—efectuó una ligerísima venia para retirarse hacia la cocina, arrastrando su vergüenza.

La chica no parecía molesta por los comentarios de Amane, acción que interpretó como un reto. Adoraba sacar a la gente de sus casillas o hacerles sentir el ser más bajo y horrendo del universo... ¿Un hobbie cruel, no? No era culpa de ella, la familia Haradrim siempre había sido así: egoísta y egolatra. Lo importante eran las apariciencias, cuidar con quien hablabas, salías, casabas... El padre de Amane era así, la decepción de no haber tenido un varón afecto el crecimiento de Amane. Sin importar muy elegante y educada que fuera, en los momentos precisos demostraba su superioridad en fuerza y astucia.

Pasando por alto la falta de "sangre" en las venas de la camarera, le gustó su profecionalidad, ofreciendo los tipos de sangre que habían. Lo meditó unos segundos recordando la última vez que bebió sangre y el tipo... se rascó la mejilla al tiempo que pensaba como si le ayudara en algo.
- Ya que tengo suerte, traeme la de AB... - Con suerte fastidiaría algún vampiro con ganas de sangre AB... nunca se sabía, y con tal de molestar haría pequeñas estupideces como esa.

La camarera no se había dado cuenta del trozo de lechuga que descansaba en su cabellera rosa, suficiente para que Amane pensará que era un poco... ¿lenta? No separó la mirada de ella, tomando nota hasta de donde aterrizaba la hoja de lechuga sobre el sombrero de una mujer oronda rodeada de niños. Amane soltó una pequeña carcajada más, la escena era digna de una película cómica. Mujer gorda con muchos hijos, vestida horriblemente, camarera torpe lanza un alimento y la mujer no se percata... hasta que la gente de su alrededor comienza a reírse de ella. Tashia la camarera dirigió una sonrisa complice y apenada a Amane, y esta se la correspondió encogiendose de hombros. No le importaba lo más mínimo la situación de la mujer, incluso lo disfrutaba, la gente se reía de ella y recibía un castigo por traer a esos pequeños demonios llamados "niños".

La chica de cabellos rosas estaba muy avergonzada por la situación, la inocencia de la muchacha le causaría muchos problemas... pero se manejaba bien en el restaurante, el buen servicio siempre faltaba. Amane permaneció en silencio observando su alrededor, los alumnos de la mesa de atrás estaban gritando cada vez más, pero la gota que colmó el vaso llegó cuando una de las chicas, lanzó sin querer un pedazo de gamba que voló por los aires hasta aterrizar en la falda de Amane. En cuestión de segundos Amane ya estaba de pie enfurecida, viendo con rabia al grupo y ellos avergonzados y asustados por la indomoda situación.

- ¿Os parece bonito? ¿Molestar a la gente que trata de comer tranquilamente? Sucios maleducados, insignificantes seres que comen y viven en la porquería. - Amane guardaba la compostura dentro de lo posible, debía mantener una imagen y la mayor parte de las miradas estaban clavadas en ella.

Los colores en la faz de la camarera comenzaban a hacerse menos notables, al tiempo que esta dejaba pasar el incidente, anexándolo a la larga lista de anécdotas vergonzosas. Aquella era la segunda ocasión en la que hacía algo estúpido. Su señor jefe se lo había advertido con anterioridad... sólo esperaba en verdad que no hubiera sido testigo de su reincidencia. Necesitaba el trabajo aunque no le gustara. Tenía que dejar de depender de su padre de una buena vez; debía demostrarle que no le necesitaba, que ella ya era independiente. Estos pensamientos animaron a la joven camarera, logrando que abandonara la vergüenza que sentía y se viera reemplazada por una gran determinación. Apretando el dobladillo de su delantal, tomó una de las bandejas y se dirigió al almacén en donde la sangre era guardada. Tomó la última bolsa de AB y lo vertió en un vaso, dejando lo demás en la bolsa, introduciendo esta a su vez en una jarrita.

Se disponía a llevar el vaso de sangre a la joven peli gris, cuando vio a esta ponerse de pie, mostrando una expresión intimidante y llena de rabia. Thasia sentía cómo la piel comenzaba a ponérsele como de gallina. Su cliente parecía tener en esos instantes una especie de aura asesina, la cual caía de perlas junto a su gélida mirada, dirigida a los estudiantes que instantes atrás armaban un alboroto. Rosengard cerró los ojos al momento que la fémina de cabellos grises lanzaba cuan mortíferas dagas una sarta de adjetivos para nada agradables, todo esto dedicado a aquellos "sucios maleducados". Y se hizo el silencio. Todos en el establecimiento se quedaron callados, intimidados por aquella joven. Los estudiantes revoltosos culpables de la incómoda situación  se apresuraron a pagar la cuenta y retirarse, visiblemente avergonzados por el episodio del que ellos eran responsables. La joven camarera sintió una rara mezcla de respeto, admiración y miedo hacia su cliente. Era claro que no se trataba de una de esas personas que admitiera semejantes faltas.

Inhaló profundo, como quien busca valentía, para luego dejarlo salir lentamente por entre sus labios semi abiertos. Esperando que la cliente no se la tomara contra ella por lo ocurrido momentos atrás, se acercó, dejando el vaso lleno del líquido rojo y el jarrón con la bolsa de sangre sobre la mesa, frente a la joven.

— Lamentamos mucho lo ocurrido y las molestias por las que ha pasado, señorita. Como compensación, la bebida es cortesía de la casa —le dijo, esperando que su jefe no oyera lo de "cortesía".— Si desea o necesita algo más, no dude en llamar. Disculpe nuevamente —finalizó, esbozando una pequeña sonrisa apenada. Tomó la bandeja y se retiró, notando entonces la mirada furibunda del dueño del lugar. Este efectuó un movimiento con la cabeza, señalando la cocina. La chica pelirosa tragó, abrazando la fuente de metal. Asintió y, recurriendo a la valentía que le quedaba, fue al lugar indicado por el hombre mayor.

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