Compás al son de la música [Erika Flowright]

Sus párpados se fueron cerrando acompañados por un lento suspiro, las clases comenzaban a aburrirla, nada de lo que decían era tan nuevo para ella, por deseo propio había estudiado magia y demás habilidades como deseo de serle útil a Adler, su único problema seguía siendo las magias de curación, cosas que, como si asustadas por su naturaleza caída se alejaran por voluntad propia. Cosa completamente imposible si uno se paraba a pensarlo, aun así, quizás realmente estaba siendo maldecida por el cielo, quizás nunca podría llegar a ser feliz. Otro pesado suspiro escapó de sus labios cuando apoyó ambos brazos en el pupitre y sucesivamente su cabeza en sus brazos. Lo que no esperó fue que unas alumnas, exasperadas se acercaran a ella preocupadas. Lo más normal era preguntarle al líder de su clase, pero en aquella ocasión ella no estaba presente, por ende, aquellos estudiantes simplemente buscaron a la que más fuera capaz de imponer entre ellas, irónicamente había sido turno de Erika aquél día.

Ese era el principal motivo por el cual sus pasos resonaron por aquellos pasillos, dirigiéndose con aparente calma hasta el salón de baile. Era raro que la gente se adentraran en ese lugar, pues para empezar no todos conocían movimientos de baile. En aquél momento, al abrir las puertas, una sutil sonrisa afloró en los labios del ángel, quien como era ya costumbre, pequeños detalles despertaban recuerdos que pensaba olvidados. Si... ella conocía lo que significaba bailar entre mucha gente, el mover sus pasos sigilosos y al ritmo de la música. Adler le enseñó una noche en la cual su aburrimiento explotó e infantil-mente corrió en brazos de su rey para informarle de aquella tragedia. Aquella fue la primera vez en la que el rey Adler decidió bailar con alguien, con nadie más que una infanta... después de eso... ella bailó también con él... con Hampine... Aun así, en ese preciso instante su deber no era recordar instantes de su divertida infancia.

¡¡Ustedes chicos!!— Comentó de golpe, caminando hacia aquellos que en un rincón estaban tosiendo y fumando despreocupad-amente. Su rostro cambió de golpe en cuanto notaron a la pelirrubia caminar en su dirección. Quizás Erika no fuera una muchacha que se enfadara con facilidad, siquiera alguien que gritaría sin motivo alguno, ella era alegre y espontanea, nada más. —Saben muy bien lo que pasará si ella os encuentra aquí ¿verdad? No querrán que se lo diga... ¿cierto?— En situaciones, la simple existencia de una sonrisa en el rostro ajeno era signo preeminente de peligro, sobretodo si se trataba de esa ángel caído. Aquellos muchachos no tardaron por tirar sus cigarrillos en un cenicero y salir a toda prisa de la sala. La pelirrubia no tardó en dar media vuelta sobre su eje y fijarla en un muchacho, sentado en uno de los sillones del lugar, le reconoció, era aquél muchacho que la había acompañado aquél día en el jardín. No tardó por dirigir sus pasos a él y, una vez ante este, extenderle un pañuelo para que se limpiara su boca, manchada por el zumo que se había deslizado. Sucesivamente cerró sus ojos, sonriendo como ya costumbre.

Su sonrisa se ensanchó, mientras suavizó su mirada observando al otro. Si, aquél hombre amablemente la había llevado a beber algo, en ese entonces, cuando se habían encontrado con Hawl, claramente su nombre era más largo, pero aquél hombre se había ganado la curiosidad del ángel y por ende, se había tomado la molestia de abreviar su nombre. En cuanto a Trafalgar, su nombre también era largo, mas aun no encontraba un apodo adapto, además, no era como si realmente fuera el tipo de muchacha que vaya dando apodos a personas, no si eso significaba acercarse demasiado a una persona y con ello, dejar que atravesara aquella linea imaginaria que ella misma trazó en su mente. En cuanto unos alumnos pasaron a su lado saludando, la pelirrubia les otorgó una amable sonrisa, ya era costumbre en aquel centro, al igual que lo era en el palacio. Simplemente era así, la gente se le acercaba, aunque ella mantuviera las distancias, aunque ella no fuera más que una mentirosa, de cierta forma empujada por la persona que la cuidó en su infancia.

Muy bien, gracias. Unas estudiantes me dijeron que chicos de mi casa estaban creando problemas, y visto que nuestra líder no esta presente... Terminé por acudir yo.— Dio unos pasos hacia un lado, ondeando sus largos cabellos dorados con el simple movimiento de desplazarse. —Si tienes sueño, deberías descansar.— Ambas manos se juntaron detrás de su espalda, balanceando su cuerpo suavemente hacia un lado y otro, en un movimiento lento, constante y sumamente alegre. La música volvió a sonar en aquella sala y los alumnos se juntaban en parejas, comenzando así a bailar a compás. Su sonrisa se ensanchó, no podía hacer más que recordar viejos tiempos, aquellas fiestas en el palacio en las que el baile eran cosa común y todos, tanto niños como adultos se reunían. Ella había bailado en compañía de Hampnie, Adler le había enseñado a bailar, había abandonado su trono por horas, bailando con ella al compás de la música, habían reído y bromeado, eso había sido un tiempo feliz.

Desvió su mirada a su acompañante en cuanto llamó su atención. Su mano estirada hacia ella. Erika simplemente observó paulatinamente la mano y sucesivamente su rostro. En cuanto su sonrisa volvió a cobrar su esplendor, su mano tomó la contraria con suavidad. —¿Sabe bailar, Trafalgar?— Preguntó con suavidad, caminando hacia el centro de la sala. Como anteriormente dicho, ella sabía la emoción que se podía sentir en una pista de baile, las miradas de aquellos sorprendidos por la presencia de un ser "celestial" en ese lar. Al menos, así era en su mundo, donde su rey no era más que un mago aficionado a la necromancia y la mayor parte de los ciudadanos o magos usuales o simplemente humanos. La existencia de un ángel en aquellas tierras, debía de ser realmente sorprendente para los habitantes de allí. Su rey era extravagante, pero nunca nadie pensó que llegaría a cuidar de un ángel caído. En ese momento, en esa academia, nadie se sorprendía de la existencia de un ángel y Erika, no era precisamente el tipo de chica que estaría contando su pasado a las personas, siquiera iba a decir el motivo por el que pisaba aquellas tierras. Su sonrisa, siguió estampada en sus labios, observando al otro.

Viajar. Nunca había podido realmente viajar de un país y otro, mas aquello nunca le había supuesto una dificultad, su reino era grande, las personas amables y sus sonrisas deslumbrantes. Aunque aquél clima frío posara un velo blanco en las tierras, cada persona era una llama, una llama grande, orgullosas y rojas, en su compañía, nunca temía quedar sola, aunque eso era lo que pasaba a las personas. Los seres eran mortales, su vida trascurría como las estaciones, tan rápidas e inesperadas. Pero aun así, aquél color blanco que persistía en su mundo era hermoso, lo cubría todo... unía todo al ser el primer color, unía las almas a su vida, aquellos recuerdos estaban grabados a fuego en su mente, aquellos lazos que sobrepasaban el vacío, permanecerían en su cuerpo hasta que la roja sangre dejara de fluir. Aquella era una magia, que ella considera verdadera, posible hasta cierto punto. Aunque él se haya ido, aunque ella se haya marchado. Sus recuerdos y legados, seguían presentes en Erika. —¿Viajaste mucho?— Preguntó con una suave sonrisa, por mucho que realmente su adentro estuviera dando vueltas y vueltas a la situación. Esa era Erika, un ángel expulsado del cielo, que aun así lo amaba por su belleza.

Se dejó guiar por él ante un acto reflejo, en movimientos gentiles, acompasados y sumamente cálmos mientras seguía escuchando las palabras ajenas, sin dejar en ningún momento de sonreír como era costumbre ya. La gente oraba al cielo, esperando que una divinidad les escuchara, mas estaban muy lejos de entender la verdad, aquello que estaba fuera de sus ojos, aquello que solo unos pocos conocían y estaban indispuestos a contar, el juramento había sido hecho, sus labios sellados con poder divino. —Si, de donde vengo la tierra esta constantemente cubierta por un velo blanco. Así que fiestas de bailes son muy comunes en el castillo. Su majestad me enseñó al verme aburrida. Entonces... solo bailé con pocos, con el rey y un amigo...— Rió con suavidad, ocultando sus labios por el dorso de su mano. —Y claro... aquellos bailes en los que se debe cambiar pareja.— Pensándolo bien, sabía que Hampnie le había acompañado, que había entrado en su misma academia tras lo pasado con su rey, mas desde ese entonces había dejado de verle. Un ligero suspiro escapó de sus labios mientras la canción terminaba.

Tomó ambas extremidades de su vestido y se inclinó un poco, levantando estas lo mínimo, creando así una sutil reverencia al terminar el baile. —El placer fue mío.— Se sorprendía a si misma, rara vez demostraba esa "etiqueta" frente a ellos, mas, quizás al haber estado viviendo en aquél medio, se había vuelto algo usual para ella, algo de cada día... aunque nunca estuvo acostumbrada a mostrar ese tipo de respeto hacia el rey, después de todo, antes de que se diera cuenta se había vuelto en algo como un padre adoptivo para ella. Aun le quería, aunque ya se hubiera ido, aun le quería, aunque ya no estaba allí. ¡Ella lo salvaría! ¡Lo salvaría sin importar qué!. Asintió ante la oferta del chico, esperando en aquél mismo lugar su llegada, cuando eso pasó, sonrió como agradecimiento y llevó la bebida a sus labios, dando un pequeño trago. —¿Que haré?. Realmente no me preocupan mucho las clases. La incertidumbre me asaltó en un principio... Pero la mayor parte de las materias que enseñan... Ya lo había leído en la biblioteca, así que... en ciertas ocasiones llega a ser aburrido. ¿Que hay de ti, Law?— Los profesores no se molestaban, dado que, de costumbre eran ellos mismos que la mandaban a llevar a cabo papeles como portavoz o mensajera de aquella aula. Aunque solo en momentos en los que parecía aburrida.

De costumbre la cacería no era algo permitido por la gracia del cielo, lugar donde todo ser vivo tenía una igualdad de importancia, sin pararse a pensar si realmente aquellos gestos tenían motivo o no, simplemente, se podía decir que cada ser vivo era importante para aquél mundo, pero cuando se dejaba de lado su propia raza por una simple leyenda, su propio pensar del cielo cambió. Aquél tiempo aun seguía vivo en su memoria, como si realmente nunca hubieran pasado siglos desde ese entonces. Seguía recordando aquel olor, aquella terrorífica vista y aquella maldita torre, el cuerpo caer y finalmente, la cálida mano de su rey tendida hacia ella. Aquél gesto, aunque seguramente su rey desconocía, había sido el principal motivo por el que ella había aceptado su vida, por el que ella seguía adelante con aquella sonrisa en su faz. Sin duda, si aquél hombre no hubiera aparecido en ese entonces ante ella, Erika jamás habría llegado en ese lugar, nunca habría estado frente a Law ni siquiera habría conocido a todas aquellas maravillosas personas que había llegado a conocer. —¿Cazar? ¿Cazas almas?— Cazar almas y matar, era algo completamente distinto, pues eran los ángeles quienes se ocupaban de cuidar las almas de aquellos humanos que llegaban al cielo. Los Shinigami... trabajaban para ellos también, en cierta forma.

Una sonrisa se apoderó de los labios de la muchacha ante las palabras ajenas. Felicidad. Ese era un sentimiento que le inundaba en ese momento, un sentimiento tan dulce y amable, tan cálido... Que antaño pensó ser incapaz de sentir. Aun así, en ese momento tan solo recordarlos a ellos y sus grandes sonrisas, hacían que su corazón se calentara, aun cuando ella odiaba los lugares cálidos, seguía amando ese sentimiento muy adentro de su pecho. —No, arriba no. Soy un ángel caído, perdí la facultad de habitar los cielos. Fui criada en la tierra, en un lugar muy frío por un amable y sonriente rey y los habitantes del pueblo.— Sus ojos se cerraron de golpe, dando paso a una amable sonrisa. Si, sin duda, aunque tampoco aquél mago era perfecto, ella lo quería como un padre, como un hermano mayor, como su rey. Aun sus imperfecciones, él era único, solo él, atesoraba los recuerdos de las lágrimas de un ángel cuyas plumas se tintaron en negro, solo él, había visto como su sonrisa comenzaba a surgir en sus labios, hasta sellarse en ellos, ser algo usual. Solo ese mago había visto sus gustos y odios, sus miedos y gustos, pues, era la persona que más cerca se había mantenido a ella. Adler era una persona especial, quien más se había acercado a ella y la única persona, por la que las lágrimas del ángel caerían de sus azuladas orbes. Quizás mentira.

¿Como? ¿Como había entendido aquello que nadie hasta ese momento habían podido entrever?.Sus ojos se abrieron de golpe, demostrando sorpresa durante instantes, su sonrisa se borró durante segundos antes de volver a retomar su calma, a entrecerrar con suavidad sus orbes y dibujar la misma amable sonrisa que siempre. Ambas manos se juntaron a su espalda mientras daba un pequeño paso hacia atrás, aun fijando su mirar en los ojos ajenos. —Que perspicaz, Law.— Era una tontería esperar que le respondiera, no cuando ante él había una criatura mentirosa y orgullosa, por encima aun de aquella apariencia de buena niña. Quizás el orgullo no era algo que realmente fuera muy constante en ella, pero solo ella conocía la verdad, no había necesidad por la que los demás también la conozcan. La maldición moriría con ella, nadie más temería a Irie o a Erika. Ese era su secreto, uno tan oscuro que a su vez le otorgaba la libertad. —¿Sabes? De pequeña intenté aprender magia de curación, mas fue la única arte que nunca llegué a dominar ni un ápice. Adler, el rey de mi país me dijo que no era necesario que esté triste. Que solo mi sonrisa podría curar su corazón... Así que no, sonreír me es tan normal que el mero hecho de respirar.— Mentira no salía de sus labios, quizás no toda la verdad,  pero tampoco estaba dispuesta a decirla. Como ya dicho, aquél secreto era su libertad.

Su corazón se estaba quebrantando, se estaba rompiendo en pedazos cada vez más y más, estaba cayendo en un abismo del cual había intentado escapar hacía ya años atrás, del cual, aunque sea durante pocos años, había llegado a olvidar la desesperación y la tristeza que sentía. Quizás en un acto reflejo mordió con suavidad su labio inferior. ¡Adler deseaba que lo matara! ¿Podía ser llamado a eso amabilidad? Sin duda era así, pero ella no quería, le quería demasiado como para cometer tal acto. ¿Qué sería de su vida sin las sonrisas de su rey? Sin su apoyo y consejos todo se vería abajo. Por un momento sus ojos dudaron, atinando a reflejar las contenidas ganas de llorar. Erika era demasiado débil para seguir con aquello, siempre lo había sido y en un deseo de esconderlo, había tomado aquella sonrisa como pretexto, como una ruina máscara por esconder sus reales sentimientos, solo para no preocupar a los demás, solo para no tener que involucrarlos en sus propios problemas.  —Habría sido mejor si me hubiera culpado, pero Adler jamás me culpó por lo que pasaba...— El hombre que llegaba a ver la luz del sol por primera vez, comenzaba a estar ciego en un principio. Lo mismo le había pasado al ángel. Las palabras ajenas, comenzaban a dañar su corazón, vulgar no era, su deseo era más puro que aquello y aun así...

Dio media vuelta ante sus palabras y se agachó, escondiendo su rostro entre sus manos. Era algo realmente insoportable, pero tenía ganas de llorar y el maldito de Hampnie no estaba en ningún lado cuando se le necesitaba, de igual forma Adler no estaba presente para decir poder correr entre sus brazos, por ello, las lágrimas aun no profanaban sus ojos. Poco le importaba si la estaban observando, aunque estaba claro que todos los allí presentes estaban demasiado concentrados en cada paso, en el compás de la música para poder fijar su atención en la penumbra, Erika lo sabía de sobra y era precisamente por ese motivo que se había dejado ablandar por unos segundos. —No me compares con las demás mujeres.— Ella era maldita, la culpable de que una villa entera desapareciera del cielo, la culpable de que Erika cayera de la torre como también la culpable de que todo el reino de Adler estuvieran encerrados en un profundo sueño. Ella había llegado a destruir todo aquello que más amaba, todo aquello que había anhelado proteger a cambio de su propia vida... Quizás si... —Demasiadas catástrofes se provocaron por mi mera existencia— Su voz empapada de tristeza, la notó extraña. Odiaba a Law, le odiaba por entrever en su sonrisa, como también sabía a ciencia cierta que no era su culpa.

Finalmente terminó por incorporarse, ella era Erika, la persona más cercana a su rey, un ángel al fin y al cabo, no iría a llorar ante un desconocido, no mostraría su parte más débil e inocente, no tenía derecho para ello y lo sabía. Su mano subió hasta sus cabellos, empezando a jugar con uno de sus mechones en acto reflejo mientras un pequeño y casi inexistente puchero se dibujaba en sus labios. Su sonrisa terminó por ser olvidada por una neutral mirada, mas siguió al otro hasta un lar mucho más oscuro y alejado. Se sentó en la silla con calma mientras cruzaba sus brazos. —Eres consciente que no hay necesidad que me cuentes ¿cierto? No me agrada tener que abrir viejas heridas. Además, solo te conté mi vida en compañía del rey que me adoptó, aun no sabes por qué soy un ángel caído.— ¿Fría? No, aquel concepto estaba bien lejos del entendimiento del ángel, tan solo habló con calma, con tranquilidad.

Cada persona demostraba la rabia en distintas formas, ella, no lo hacía más que semblar una rabieta infantil, con un pequeño e inocente puchero en sus labios mientras desviaba la mirada a un lado, jugueteando distraída-mente con un mechón de su largo cabello dorado. Quizás por ser un ángel caído, quizás solo por su momentáneo enfado, quizás la oscuridad empezaba a apoderarse de su alma, pero pensó que la historia contraria era banal ¿Cuantas personas ya habían visto morir sus padres? Y aun así, ella no podía comprender, aunque si entendía que significaba que una persona querida muera para salvarte, por ende, simplemente paragonó y nada más. —Se dice que el creador lo perdona todo. Al menos, aquello que los humanos hacen.— Comentó sin más, en un acto reflejo. —Aun así, si desearas quedarte con tu hermana nadie te lo iría a reprochar, no eres solo tú, el decidir no estar con ella por no merecer su amor no significa que ella piense igual. Cuando creciera se sentiría traicionada por su hermano, no entendería el motivo por el cual fue abandonada y no haría más que culparse...— Al menos así era en cuestión a mucha gente, daba igual si demonio, ángel o shinigami.

Apoyó el codo en la mesa en un sutil movimiento y sucesivamente, su mejilla en la palma de su mano, siguiendo observando al otro ante su pregunta, cosa que la hizo cavilar durante segundos. ¿Quererla por como era? Su problema no era ese desde un principio, no dudaba del amor que Adler sentía hacia ella y aunque fuera una mera ilusión, al menos ella sabía que le quería por la persona que era, una dulce y amable persona que le había mostrado la luz. —No deberías fumar...— Susurró antes de continuar. —Eso es bien distinto, los sentimientos pueden ser inventados. Aun así, yo creo que las personas de mi mundo me quieren, al menos, anhelo creer eso. Pero ellos están dormidos, me aseguré que cada una de las personas que siguiera con vida cayeran en un profundo sueño. Allá donde vaya, a las personas que se acercan a mi siempre les sucede algo trágico, la locura les invade, la muerte les persigue.— Mordió con suavidad su labio inferior. ¿Una mera jugada del creador? ¡Era irónico! Quizás se convertiría en un demonio por sus anécdotas. Se levantó de la silla en un tranquilo movimiento y plató frente a Law. —Matar a aquellos que odias... El "Perdonar y olvidar" tanto como el "castigo" no tienen efecto ya. — Ladeó su cabeza en un gentil acto.

Aunque odiara al cielo y su falsa libertad, no era más que un reino déspota en el que el perdón de los ángeles no era permitido. Aquellos santos que terminaron por tomar un lugar en el cielo no habían sido más que manipulados por los arcángeles, esa era una triste verdad. —Dime Law... ¿Crees que una persona dejaría de cometer crímenes si es castigado?— Una complicada sonrisa se dibujó en su rostro. Matar, castigar, perdonar, nada de todo eso era necesario... si se seguía esa simple ley, los mismos ángeles dejarían de ser necesarios ¿Qué haría Uriel si los humanos no desean aprender de sus errores? ¿Seguiría teniendo necesidad su existencia? Sin duda alguna, era un gran misterio todo eso.

El temor no era más que una emoción subjetiva, causada por la misma mente en un vago intento de protegerse de aquello que consideraba dañino, como toda emoción podía ser fingida, solo una creación de la mente. Por ello, tras ver tantos cuerpos arrojados a la valle de Valeria, ya pocas cosas le causaba miedo o temor, el quedarse sola, el matar a todos y destruir el mundo quizás... Pero ante aquella posibilidad prefería ser capturada y aniquilada por los serafinos. Una sutil sonrisa se dibujó en los labios de ella, mientras levantaba una mano a la altura de su rostro por pura inercia. —Exacto, pero supongamos que eso es así... ¿Entonces a qué servirían los ángeles?— Ladeó hacia un costado su rostro, ondeando su dorado cabello antes de volver a tomar asiento en la silla y cruzarse de brazos, un un gesto levemente altivo. —Verás, en el cielo todo esta dividido en rangos. Los arcángeles están en un escalón abajo de los Serafines, quienes están más cerca a dios. Uno de esos arcángeles responde al nombre de Uriel, el ángel del arrepentimiento. Castigar a los humanos de la tierra en acuerdo con las leyes celestiales, ese es su trabajo.— No conocía a todos ellos, tan solo había escuchado hablar de ellos y aprendido en aquél corto momento de paz. —Pero los humanos no se detienen. No importa cuanto se les castigue, el pecado no se irá... ¿Entonces el castigo es realmente necesario? ¿Uriel es necesario?

Aun así su intención no estaba en el hecho de hacer pensar al otro, nada ganaría infundiéndole penumbra, ella odiaba al destino más que a nada y aun así su rey la había salvado, le había extendido su mano aun sabiendo que estaban manchadas por el pecado y la corrosión. Por un momento el pesar se reflejo en su mirara, entrecerrando los ojos con suavidad, sus labios se curvaron hacia abajo, en una pequeña mueca de incertidumbre. ¿Había hecho bien al aceptar su mano? ¿Aun cuando su mundo estaba lleno de penuria e infortunio? Aquellas bellas palabras no habían hecho más que darle una falsa esperanza, hacerle pensar que alejándose del cielo, bajando a la tierra, perderse entre distintos mundos... Las cosas cambiarían. Aun así nada fue distinto, los gobernantes se volvían locos, todo por culpa de la desgracia de las gemelas. Estaba segura poder perder el control, gritar a todo pulmón una plegaria sin sentido, mas su faz no cambió, no demostró siquiera uno de los muchos sentimientos que estaba azotando su mente. Suspiró, dando media vuelta para sentarse de nuevo en la silla y apoyar su mejilla en el dorso de su mano, aburrida, decaída aunque lo intentó ahuyentar. —El destino. ¿Eh?. Realmente no quiero creer en él, lo que hice hasta ahora sería en vano sino.— El aferrar en ese entonces aquella mano, el haber decidido confiar en el rey y cumplir su deseo... No había hecho mas sino que esconderse de él. —Si la persona que duerme en mi país despierta, vendrá a buscarme.— Sus ojos se entrecerraron.

Con despreocupación comenzó a juguetear con un mechón de su dorado cabello, arroscando su dedo alrededor de aquellos suaves rizos y aunque aparentemente estuviera metida en su propio mundo, con un pequeño puchero casi infantil adornando sus labios, realmente estaba fijando su atención en el contrario y sus palabras. —No hay cosas como la perfección, es solo una idea que intentan hacerte creer. El mundo está lejos de ser perfecto... Cada vez que Dios quita los ojos sobre los humanos tragedias pasan: Adam y Eva no escucharon sus mandamientos y sus ángeles fueron despejados de su inocencia con la tragedia de Sodoma y Gomorra— Habló con calma, casi como si aquello no fuera más que una anécdota contada en algún momento por alguien sin mucha importancia. Que realmente pasara o no quedaría en manos de aquél que escuchaba sus palabras, de aquello que las personas consideraban "verdad" o "mentira" al fin y al cabo siempre había sido de aquella forma, desde tiempos inmemoriales.

Una dulce y melodiosa risa escapó de sus labios ante las palabras contrarias. ¿Qué debería de responder? ¿Aquél hombre le desearía reprochar? No... sin duda no era ese su intención, al menos que abriera sus brazos a ella y con una sonrisa le diga "Ven" cosa que desde el primer instante Erika excluyó de su mente, nada de todo aquello pasaría pues al fin y al cabo ella sola conocía la real intención del monarca y no planeaba "matarlo" para así terminar con su sufrimiento. Había sido mucho más justo encerrarle en un sueño eterno, congelar su vida, su tiempo y todo aquello que le rodeaba con el fin de salvarlo de las garras de la oscuridad. —No es eso... aquella persona intentará que cumpla mi promesa... Me buscaría en todo tipo de mundos imaginables y terminaría por encontrarme aquí en Jikan... Pero yo deseo que permanezca durmiendo hasta que encuentre una forma de revertir...— ¿Cura a la locura? ¿Realmente existía? Si era así intentaría encontrarla y de esa forma salvar la vida del extraviado monarca. Al menos anhelaba poder hacer algo para salvarlo, para poder volver a ver la sonrisa de su gente.

Sus ojos se cerraron, un sutil suspiro escapó de sus labios y finalmente decidió levantarse, fijar al contrario y sonreír con suavidad. —Matar no llevará más que pérdidas. Es innecesario y a la vez la mejor manera para asegurarse que el enemigo no volverá a interponerse— Contradictorio en su totalidad, la tierra no era un lugar perfecto, siquiera el cielo o el infierno lo era, solo existían aquellas personas que creían o no en la perfección y aquellos tan patriotas que consideraban la propia la mejor del mundo aun cuando se estaba marchitando lentamente en su interior. De hecho, podría estar más que seguro que si aquellas personas nacieran en otra ciudad, en otro ambiente, nada de todo aquello hubiera cambiado pues al fin y al cabo hubiera sido la misma persona. En ese caso, el destino mismo giro-vagaba alrededor de los seres humanos, de sus ganancias y pérdidas. Una ley natural, ancestral.