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Remains to be seen {Priv. Konoe}
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Jikan Highschool :: Papelera :: Papelera
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Remains to be seen {Priv. Konoe}
Las mentiras no son buenas. Tampoco son malas. Como el fuego, pueden mantenerte cálido si se usan con cuidado, o quemarte hasta que eres tan sólo cenizas. Todo depende de como son usadas.
Esta era una de las filosofías que regía la vida de él, como la de cualquiera. La diferencia era que todo en él era una mentira. Risas, enojos, bostezos; todo era un número bien ensayada y ejecutado.
Se había quedado hasta después de clases, porque sólo entonces estaba solo. Con la excusa de haber dormido durante la clase,y que necesitaba copiar los apuntes, logró saltearse la clase de defensa personal. Ya no quedaba nadie en el lugar, por fin podía respirar.
Observando la pizarra, con los ejercicios de matemáticas cubriéndola por completo, soltó un respiro a forma de queja.
— Cuarenta minutos para hacer eso...
Soltó despectivo, algo molesto por tener que ser retrasado por sus compañeros, especialmente los que se habían quedado intentando resolver la ecuación, atrapándolo a él en el camino.
Se desabotonó los primeros botones de la camisa, bajando la corbata para relajarse.
— “Hay tareas más importantes de que ocuparme”
Se dijo a sí mismo, abriendo la mochila y sacando de ella lo que parecía ser una grabadora. El cassette ya estaba puesto, preparado hace horas.
No había avanzado mucho en los últimos días, pero debía grabar algo. Permitirse un día de descanso no estaba en las opciones. Presionó el botón en la parte lateral y empezó a hablar, empezando por la fecha del día.
El mes. El año. El milenio.
— Hora 12:34 PM. Aula de clases. Hoy he investigado a los estudiantes Tanaka y Matsouka, pasados, familias, llegada. Nada que vincule directamente al Infierno, no en la superficie al menos... — Se dirigió al escritorio del profesor, apoyándose sobre él. — Nada que esté relacionado a la guerra...
Tomó uno de los trozos de tiza con la grabadora cerca de su rostro.
— De vuelta al punto de inicio...
Se lamentó rompiendo el cilindro en su mano, haciéndolo polvo y observando como este escapaba de su puño hacia el suelo. Eso era todo lo que tenía que informar, no le quedaba nada más.
Y sin embargo, sentía la necesidad de decir más. No había nadie con quien pudiese hablar, y había acostumbrado a realizar soliloquios para desahogar las dudas que lo abrumaban. Grabarlo sería lo más inteligente... ¿no? Soltó otro suspiro antes de continuar.
— Tampoco he tenido noticias de Uriel... No me ha respondido desde el comienzo de clases. No sé si jugaba conmigo cuando me envió aquí, no sé si todo este asunto de encontrar a “el demonio” sea realidad o sólo una broma pesada... Estoy perdido... y...
Iba a decir otra palabra, pero se detuvo. El miedo no ayudaba en nada. Hizo un descanso, razonando estas palabras. Al expresarse, le era más fácil pensar, y llegar a conclusiones.
Presionó el botón de pausa mientras cerraba los ojos, inclinando su rostro hacia atrás con sus palmas de cara a la mesa. Había una forma efectiva de realizar el trabajo, más rápido, y más seguro. No era ortodoxo, ni justo... Pero era la solución, ¿no?
— En caso de no tener noticias, procederé a asesinar a todo el alumnado. En algún punto encontraré al sujeto que busco-- — Tras unas cuantas palabras más, se detuvo de repente, escuchando un sonido desde el pasillo.
Apagó la grabadora y se dirigió hacia la entrada, reconociendo que había alguien detrás. ¿Qué tanto había escuchado? ¿Hacía cuanto tiempo estaba allí? El daño ya estaba hecho, debía enmendarlo. Fuese como fuese. Abrió la puerta de golpe, encontrándose con una joven del otro lado.
Pequeña, debía bajar la mirada para encontrarse con sus ojos. Cada una de sus pupilas parecía mirarla de manera distinta. Apaciguadora de un lado, amenazante del otro. Era el efecto que causaba sus irises. La miró unos segundos, serio, escondiendo la grabadora tras sus espaldas, hasta que finalmente habló.
— Me parecía que alguien se había olvidado esa mochila... ¿Llevas esperando mucho tiempo allí? — Preguntó haciéndose a un lado, permitiendo que entrase. Aunque fuese una bienvenida, la presión que ejercía su presencia casi parecía obligarla a entrar. No tenía opción.
Esta era una de las filosofías que regía la vida de él, como la de cualquiera. La diferencia era que todo en él era una mentira. Risas, enojos, bostezos; todo era un número bien ensayada y ejecutado.
Se había quedado hasta después de clases, porque sólo entonces estaba solo. Con la excusa de haber dormido durante la clase,y que necesitaba copiar los apuntes, logró saltearse la clase de defensa personal. Ya no quedaba nadie en el lugar, por fin podía respirar.
Observando la pizarra, con los ejercicios de matemáticas cubriéndola por completo, soltó un respiro a forma de queja.
— Cuarenta minutos para hacer eso...
Soltó despectivo, algo molesto por tener que ser retrasado por sus compañeros, especialmente los que se habían quedado intentando resolver la ecuación, atrapándolo a él en el camino.
Se desabotonó los primeros botones de la camisa, bajando la corbata para relajarse.
— “Hay tareas más importantes de que ocuparme”
Se dijo a sí mismo, abriendo la mochila y sacando de ella lo que parecía ser una grabadora. El cassette ya estaba puesto, preparado hace horas.
No había avanzado mucho en los últimos días, pero debía grabar algo. Permitirse un día de descanso no estaba en las opciones. Presionó el botón en la parte lateral y empezó a hablar, empezando por la fecha del día.
El mes. El año. El milenio.
— Hora 12:34 PM. Aula de clases. Hoy he investigado a los estudiantes Tanaka y Matsouka, pasados, familias, llegada. Nada que vincule directamente al Infierno, no en la superficie al menos... — Se dirigió al escritorio del profesor, apoyándose sobre él. — Nada que esté relacionado a la guerra...
Tomó uno de los trozos de tiza con la grabadora cerca de su rostro.
— De vuelta al punto de inicio...
Se lamentó rompiendo el cilindro en su mano, haciéndolo polvo y observando como este escapaba de su puño hacia el suelo. Eso era todo lo que tenía que informar, no le quedaba nada más.
Y sin embargo, sentía la necesidad de decir más. No había nadie con quien pudiese hablar, y había acostumbrado a realizar soliloquios para desahogar las dudas que lo abrumaban. Grabarlo sería lo más inteligente... ¿no? Soltó otro suspiro antes de continuar.
— Tampoco he tenido noticias de Uriel... No me ha respondido desde el comienzo de clases. No sé si jugaba conmigo cuando me envió aquí, no sé si todo este asunto de encontrar a “el demonio” sea realidad o sólo una broma pesada... Estoy perdido... y...
Iba a decir otra palabra, pero se detuvo. El miedo no ayudaba en nada. Hizo un descanso, razonando estas palabras. Al expresarse, le era más fácil pensar, y llegar a conclusiones.
Presionó el botón de pausa mientras cerraba los ojos, inclinando su rostro hacia atrás con sus palmas de cara a la mesa. Había una forma efectiva de realizar el trabajo, más rápido, y más seguro. No era ortodoxo, ni justo... Pero era la solución, ¿no?
— En caso de no tener noticias, procederé a asesinar a todo el alumnado. En algún punto encontraré al sujeto que busco-- — Tras unas cuantas palabras más, se detuvo de repente, escuchando un sonido desde el pasillo.
Apagó la grabadora y se dirigió hacia la entrada, reconociendo que había alguien detrás. ¿Qué tanto había escuchado? ¿Hacía cuanto tiempo estaba allí? El daño ya estaba hecho, debía enmendarlo. Fuese como fuese. Abrió la puerta de golpe, encontrándose con una joven del otro lado.
Pequeña, debía bajar la mirada para encontrarse con sus ojos. Cada una de sus pupilas parecía mirarla de manera distinta. Apaciguadora de un lado, amenazante del otro. Era el efecto que causaba sus irises. La miró unos segundos, serio, escondiendo la grabadora tras sus espaldas, hasta que finalmente habló.
— Me parecía que alguien se había olvidado esa mochila... ¿Llevas esperando mucho tiempo allí? — Preguntó haciéndose a un lado, permitiendo que entrase. Aunque fuese una bienvenida, la presión que ejercía su presencia casi parecía obligarla a entrar. No tenía opción.
Cameron Novak- Ángel Caído
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Localización : En algún punto de este pedazo de tierra.
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Re: Remains to be seen {Priv. Konoe}
Era la clase más aburrida en la que había estado jamás. ¿Acaso sus compañeros eran retrasados? La mente de la pequeña albina no lograba entender cómo habían personas en el planeta tierra que no pudiesen resolver unas simples inecuaciones como las que pasaron en aquella clase.
Debido a las clases particulares que le fueron impartidas desde pequeña, la menor siempre se encontraba más adelantada que el resto de sus compañeros en todas las materias, eso provocaba que situaciones como las de ese día, la aburriesen de sobremanera.
Ding dong. El sonido de la campana la salvaba. Indicaba el fin de esa tortura de la que había sido forzada a participar. Sin pensarlo dos veces, la joven se levantó se aquella incómoda silla, saliendo del aula a paso acelerado, casi al borde de correr, disponiéndose para ir a la siguiente hora de clases que por horario le correspondía. ¿Defensa personal? ¿Eso en qué lugar se llevaba a cabo? Aún no se había familiarizado con el inmenso lugar en el que ahora residía, por lo que solía consultar ese tipo de cosas a un pequeño mapa que acostumbraba llevar entre sus pertenencias. Espera. Su mochila… ¿Se la habían robado mientras estaba distraída? No. No era eso… ¡La había olvidado en el salón de clases!
Golpeó su frente con la palma abierta de su mano derecha. Realmente su torpeza la sorprendía a veces. Dándose la media vuelta, un profundo suspiro escapó de sus pequeños labios, a medida que se encaminaba desanimada hacia el aula del cual había escapado hace unos pocos minutos. Aquel pabellón se veía vacío, puesto que en la última hora de ese día solían realizarse actividad como educación física, defensa personal, y materias como aquellas que requerían de otro escenario para llevarse a cabo.
A medida que se acercaba a su sala de clases, los peludas orejas de gato comenzaron a reaccionar frente a una voz que parecía provenir del interior de esas paredes, captando con claridad las palabras que ésta pronunciaba ¿acaso habían aún alumnos ahí? “¿Investigar a los estudiantes? ¿Infierno? ¿Acaso está delirando?" Pensó la neko para sus adentros. Siendo más sigilosa, la muchacha aprovechó su audición más desarrollada para intentar reconocer la voz que sus oídos captaban. No, no le parecía familiar en absoluto. Konoe solía evitar hablar con sus compañeros, puesto que no era extraño que no reconociera la voz de uno de ellos.
Completamente apegada a la pared, la peliblanca acercaba su diminuto cuerpo hacia la puerta, poniendo cuidadosa atención en las frases que llegaban a sus oídos. Una vez su mano derecha se posó sobre el plomo de la puerta preparándose para abrirla, la voz masculina pronunció una frase que la dejó paralizada en esa posición. ¿Qué clase de juego era ese? ¿Había dicho “matar”? Un escalofrío recorrió su cuerpo apenas analizó la posibilidad de que aquellas palabras fuesen ciertas. Inquieta, la joven retiró de forma algo torpe su mano del plomo de la puerta, haciendo que éste sonara debido a lo antiguo que la infraestructura era.
Silencio. Fue todo lo que la neko escuchó por un segundo. El segundo más largo de tu corta vida.
Antes de que Konoe pudiese reaccionar, la puerta que se encontraba frente a ella se abrió, mostrándole el rostro del dueño de la voz misteriosa.
-A-ah… Yo…- Su voz parecía negarse a salir, viéndose intimidada por la mirada del contrario, quien, a pesar de tener una expresión calmada, provocaba en la muchacha una incomodidad difícil de disimular. Negó con la cabeza, como si intentase obligar a su persona a fingir calma y normalidad en esa situación.
-N-no…. No, apenas llegué.- Murmuró con una voz frágil, pasando a un lado del muchacho, golpeando sin intención el brazo de él con su propio hombro. Por alguna razón estaba nerviosa, no estaba claro si era por lo antes oído, y por aquel sujeto quien no lograba ganarse la confianza de la chica.
Se adentró en aquella aula, dirigiendo sus cortos pasos hacia un solitario pupitre de la primera fila, donde yacía olvidada una pequeña mochila color negro. Poniéndola sobre su hombro derecho, miró en dirección contraria al pelicastaño, fingiendo que observaba por la ventana. Necesitaba calmar sus pensamientos y olvidar toda la escena anterior, sólo así podría salir de ese lugar sin levantar sospechas -¿Tanto amas las matemáticas que debes quedarte hasta después de clases para continuar disfrutándolas? Eres un tipo extraño…- Su voz se escuchaba normal, pero sus piernas se encargaban de delatar su verdadero estado, temblando con suavidad. "Quiero salir de aquí" pensó.
Debido a las clases particulares que le fueron impartidas desde pequeña, la menor siempre se encontraba más adelantada que el resto de sus compañeros en todas las materias, eso provocaba que situaciones como las de ese día, la aburriesen de sobremanera.
Ding dong. El sonido de la campana la salvaba. Indicaba el fin de esa tortura de la que había sido forzada a participar. Sin pensarlo dos veces, la joven se levantó se aquella incómoda silla, saliendo del aula a paso acelerado, casi al borde de correr, disponiéndose para ir a la siguiente hora de clases que por horario le correspondía. ¿Defensa personal? ¿Eso en qué lugar se llevaba a cabo? Aún no se había familiarizado con el inmenso lugar en el que ahora residía, por lo que solía consultar ese tipo de cosas a un pequeño mapa que acostumbraba llevar entre sus pertenencias. Espera. Su mochila… ¿Se la habían robado mientras estaba distraída? No. No era eso… ¡La había olvidado en el salón de clases!
Golpeó su frente con la palma abierta de su mano derecha. Realmente su torpeza la sorprendía a veces. Dándose la media vuelta, un profundo suspiro escapó de sus pequeños labios, a medida que se encaminaba desanimada hacia el aula del cual había escapado hace unos pocos minutos. Aquel pabellón se veía vacío, puesto que en la última hora de ese día solían realizarse actividad como educación física, defensa personal, y materias como aquellas que requerían de otro escenario para llevarse a cabo.
A medida que se acercaba a su sala de clases, los peludas orejas de gato comenzaron a reaccionar frente a una voz que parecía provenir del interior de esas paredes, captando con claridad las palabras que ésta pronunciaba ¿acaso habían aún alumnos ahí? “¿Investigar a los estudiantes? ¿Infierno? ¿Acaso está delirando?" Pensó la neko para sus adentros. Siendo más sigilosa, la muchacha aprovechó su audición más desarrollada para intentar reconocer la voz que sus oídos captaban. No, no le parecía familiar en absoluto. Konoe solía evitar hablar con sus compañeros, puesto que no era extraño que no reconociera la voz de uno de ellos.
Completamente apegada a la pared, la peliblanca acercaba su diminuto cuerpo hacia la puerta, poniendo cuidadosa atención en las frases que llegaban a sus oídos. Una vez su mano derecha se posó sobre el plomo de la puerta preparándose para abrirla, la voz masculina pronunció una frase que la dejó paralizada en esa posición. ¿Qué clase de juego era ese? ¿Había dicho “matar”? Un escalofrío recorrió su cuerpo apenas analizó la posibilidad de que aquellas palabras fuesen ciertas. Inquieta, la joven retiró de forma algo torpe su mano del plomo de la puerta, haciendo que éste sonara debido a lo antiguo que la infraestructura era.
Silencio. Fue todo lo que la neko escuchó por un segundo. El segundo más largo de tu corta vida.
Antes de que Konoe pudiese reaccionar, la puerta que se encontraba frente a ella se abrió, mostrándole el rostro del dueño de la voz misteriosa.
-A-ah… Yo…- Su voz parecía negarse a salir, viéndose intimidada por la mirada del contrario, quien, a pesar de tener una expresión calmada, provocaba en la muchacha una incomodidad difícil de disimular. Negó con la cabeza, como si intentase obligar a su persona a fingir calma y normalidad en esa situación.
-N-no…. No, apenas llegué.- Murmuró con una voz frágil, pasando a un lado del muchacho, golpeando sin intención el brazo de él con su propio hombro. Por alguna razón estaba nerviosa, no estaba claro si era por lo antes oído, y por aquel sujeto quien no lograba ganarse la confianza de la chica.
Se adentró en aquella aula, dirigiendo sus cortos pasos hacia un solitario pupitre de la primera fila, donde yacía olvidada una pequeña mochila color negro. Poniéndola sobre su hombro derecho, miró en dirección contraria al pelicastaño, fingiendo que observaba por la ventana. Necesitaba calmar sus pensamientos y olvidar toda la escena anterior, sólo así podría salir de ese lugar sin levantar sospechas -¿Tanto amas las matemáticas que debes quedarte hasta después de clases para continuar disfrutándolas? Eres un tipo extraño…- Su voz se escuchaba normal, pero sus piernas se encargaban de delatar su verdadero estado, temblando con suavidad. "Quiero salir de aquí" pensó.
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Re: Remains to be seen {Priv. Konoe}
Descansó la mirada un tanto al momento que la dejaba pasar, notándola visiblemente nerviosa. Sin duda lo había escuchado, y sin duda no podía dejarla ir. Aunque poco valdrían las palabras de una estudiante promedio como ella, si llegaban a los oídos equivocados podrían arruinarlo todo.
Siguió a la albina al interior del aula, yendo a su propio pupitre. Cubriendo su boca con su palma, liberó un bostezo falso, pero tan convincente que era capaz de adormecer a uno.
— Las amo, sí. En qué otro momento podría permitirme una siesta, con el itinerario de este lugar. — Contestó despectivo, con un tono de intenso sarcasmo. — Y la palabra extraño me queda corta, pequeña. — La comisura de su labio se levantó ligeramente con eso dicho, tomándose la libertad de responder en el mismo tono.
Observó de reojo a la chica, abriendo su propia mochila, y fingiendo un profundo suspiro de cansancio.
— Hoy no es mi día... — Murmuró en voz baja, aunque lo suficientemente alta como para que ella lo escuchase. — Al parecer he olvidado mis libros... ¿Podrías pasarme la tarea de mañana? No quisiera quedarme hasta esta hora mañana mientras los demás están divirtiéndose con el señor Miyagi... De nuevo. — Soltó sonriendo a la muchacha, con esa ligera broma, echando una única correa sobre su hombro izquierdo.
Dirigió una mirada al bolso de la chica, como si diera por hecho que se la entregaría sin siquiera conocerlo. — Es una suerte que estés aquí para salvarme, tal vez mi fortuna está empezando a cambiar. — Agregó a manera de cumplido acercándose más a ella, tal vez un tanto demasiado. — Me llamo Cameron, por cierto.
Fue interrumpido antes de que pudiera decir más.
Se escuchó por un breve momento el sonido de hilos cediendo, hasta el último de ellos. Seguido del estruendo de una rotura. Todos los libros, cuadernos, bolígrafos y demás cayeron al unísono. Pero no pertenecían a Cameron, sino a la muchacha. Su mochila se había roto.
El ángel lo observó sin alterar su mirada en absoluto.
— Mejor me la pasas mañana...— Volvió a bromear, agachándose a recoger los útiles con cuidado de no pisar ninguno. — Déjame ayudarte, no podrás cargar todo esto sola. — Y sin esperar respuesta tomó la mayor cantidad de objetos que pudo y los guardó dentro de su mochila.
Debido a que él no había traído sus pertenencias, tenía espacio de sobra. Otra afortunada coincidencia. Dedicó una mirada a la chica. Sus rasgos eran destacablemente bellos y delicados, así como particulares al mismo tiempo. El color de sus irises, de sus cabellos. Podría ser confundida con un ángel fácilmente.
Pero no, no lo era. No emanaba aquella aura apaciguadora, ni aquella fragancia propia de los de su especie. Descartando esta posibilidad, atisbó el colgante que yacía sobre su pecho.
— Dracheart. Quién lo habría dicho... Te acompañaré hasta tu cuarto para que dejes todo esto, los profesores entenderán.
Murmuró poniéndose de pie de nuevo, caminando hacia la salida. En la parte posterior de su cuello, podía notarse el tatuaje de esa casa, dibujado con extremo detalle en una tinte negra. Al igual que la había obligado a entrar al aula, ahora la estaba forzando a que aceptase su ayuda.
Eso si quería sus libros de vuelta. No tenía otra manera de llevar todo ella sola con un morral estropeado.
Siguió a la albina al interior del aula, yendo a su propio pupitre. Cubriendo su boca con su palma, liberó un bostezo falso, pero tan convincente que era capaz de adormecer a uno.
— Las amo, sí. En qué otro momento podría permitirme una siesta, con el itinerario de este lugar. — Contestó despectivo, con un tono de intenso sarcasmo. — Y la palabra extraño me queda corta, pequeña. — La comisura de su labio se levantó ligeramente con eso dicho, tomándose la libertad de responder en el mismo tono.
Observó de reojo a la chica, abriendo su propia mochila, y fingiendo un profundo suspiro de cansancio.
— Hoy no es mi día... — Murmuró en voz baja, aunque lo suficientemente alta como para que ella lo escuchase. — Al parecer he olvidado mis libros... ¿Podrías pasarme la tarea de mañana? No quisiera quedarme hasta esta hora mañana mientras los demás están divirtiéndose con el señor Miyagi... De nuevo. — Soltó sonriendo a la muchacha, con esa ligera broma, echando una única correa sobre su hombro izquierdo.
Dirigió una mirada al bolso de la chica, como si diera por hecho que se la entregaría sin siquiera conocerlo. — Es una suerte que estés aquí para salvarme, tal vez mi fortuna está empezando a cambiar. — Agregó a manera de cumplido acercándose más a ella, tal vez un tanto demasiado. — Me llamo Cameron, por cierto.
Fue interrumpido antes de que pudiera decir más.
Se escuchó por un breve momento el sonido de hilos cediendo, hasta el último de ellos. Seguido del estruendo de una rotura. Todos los libros, cuadernos, bolígrafos y demás cayeron al unísono. Pero no pertenecían a Cameron, sino a la muchacha. Su mochila se había roto.
El ángel lo observó sin alterar su mirada en absoluto.
— Mejor me la pasas mañana...— Volvió a bromear, agachándose a recoger los útiles con cuidado de no pisar ninguno. — Déjame ayudarte, no podrás cargar todo esto sola. — Y sin esperar respuesta tomó la mayor cantidad de objetos que pudo y los guardó dentro de su mochila.
Debido a que él no había traído sus pertenencias, tenía espacio de sobra. Otra afortunada coincidencia. Dedicó una mirada a la chica. Sus rasgos eran destacablemente bellos y delicados, así como particulares al mismo tiempo. El color de sus irises, de sus cabellos. Podría ser confundida con un ángel fácilmente.
Pero no, no lo era. No emanaba aquella aura apaciguadora, ni aquella fragancia propia de los de su especie. Descartando esta posibilidad, atisbó el colgante que yacía sobre su pecho.
— Dracheart. Quién lo habría dicho... Te acompañaré hasta tu cuarto para que dejes todo esto, los profesores entenderán.
Murmuró poniéndose de pie de nuevo, caminando hacia la salida. En la parte posterior de su cuello, podía notarse el tatuaje de esa casa, dibujado con extremo detalle en una tinte negra. Al igual que la había obligado a entrar al aula, ahora la estaba forzando a que aceptase su ayuda.
Eso si quería sus libros de vuelta. No tenía otra manera de llevar todo ella sola con un morral estropeado.
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