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Cuando el hambre… ¡ataca! [Priv. Sarah N. Abe ]
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Cuando el hambre… ¡ataca! [Priv. Sarah N. Abe ]
No había demasiada gente en el lugar. Era por la mañana, temprano, y una brisa fresca, rejuvenecedora, se respiraba por todo Jikan. Se colaba en tus pulmones, te llenaba, y una agradable sensación de libertad te recorría de arriba abajo. Algunas personas charlaban, en grupitos, todas con sus cafés y galletas en mano. Quizás visitar la cafetería solo no fuera tan divertido, pero era, justo en esa hora, un lugar tranquilo, sereno, y no estaba lleno de… prepotentes dormilones que solo saben hacer “peyas”. Al entrar, junto con Chula, un apetitoso olor a magdalenas, dulces y tés llegó hasta mi nariz. Me relamí, esbozando una suave y ligera sonrisa. En cierta manera, valía la pena despertarse más temprano de lo normal solo para esto. Allá afuera, aprovechando que todavía no hacía un calor abrasador, algunas personas corrían de un lado a otro, sin prisas, escuchando música.
Llevaba unos poco apretados pantalones, que me permitían una comodidad mayor que los vaqueros, y una sudadera azul marino oscuro, con una imponente águila dorada en el centro, y en las mangas, unas líneas también del mismo color. Los auriculares rojos colgaban de mi cuello, conectados al MP4, y de ellos salían una música suave, pero actual. Me acerqué al mostrador, lentamente. Es cierto que algunas personas, veteranos, ante todo, me miraban, sonreían y cuchicheaban entre sí cosas que, en verdad, poco me importaban. En realidad, con el tiempo aprendes a solo escuchar y darle importancia a las opiniones que tus verdaderos allegados tienen. Lo que digan los demás sobre tu forma de ser, vestir, reaccionar debe darte igual. ¿Qué les importará a ellos cuántos años tengas, si la novia te dejó, o cualquier otra nimiedad? Nunca di explicaciones, siempre guardé mi intimidad y la frase “No es de tu incumbencia” pasó, por lo menos durante en un tiempo, a ser la que más usé. Odio a la gente que se mete en la vida de los demás. ¡No os imagináis cuanto!
Mi estómago rugió, y no tardé en pedir un té de frutas del bosque, acompañado de una pequeña porción de tarta de queso. Me senté al lado de la ventana, separado, como no, de todos los demás. Algunas chicas, sin motivo aparente, me miraban y me señalaban discretamente (o lo intentaban). Claro está, ese tipo de detalles los pasaba por alto. Coloqué la taza encima de la mesa, y saqué la bolsita de dentro del agua, dejándola a un lado del plato donde estaba el trozo de tarta. Me arremangué un poquito. El tatuaje, ahora visible, me daba fuerzas, en cierta manera, para seguir adelante. Lo acaricié, respirando profundamente, y comencé a comer, observando el exterior. En todos aquellos días tuve pocas conversaciones, exceptuando la de los profesores, con los “compañeros”. Espero, verdaderamente, que en las próximas semanas la adaptación sea más llevadera.
Me coloqué los cascos, lentamente, después de acabar de comer. Bebí un poquito, sonreí, y me aislé de todo y todos. Comencé a tamborilear con mis dedos sobre la mesa. Chula se sentó a mi lado, y al verme, posó su patita derecha encima de mi pierna. La miré, y entendiendo lo que quería, la agarré, poniéndola a mi lado. Rápidamente, se acercó a la ventana y comenzó a “otear el horizonte”. Que mona era cuando se sentaba de esa manera. Patitas delanteras tensadas, cabeza hacia el frente, y su colita hacia atrás, quieta. De vez en cuando movía los ojos para mirar aquí o allá. La acaricié, y volví a lo mío. A mi té. A mis cosas. Podría decir que era la primera vez que tenía ganas, cien por cien, de tener a alguien con quien hablar. Un apoyo sólido en Jikan. Un cimiento, algo en lo que apoyarme por si fallaba algo.
Llevaba unos poco apretados pantalones, que me permitían una comodidad mayor que los vaqueros, y una sudadera azul marino oscuro, con una imponente águila dorada en el centro, y en las mangas, unas líneas también del mismo color. Los auriculares rojos colgaban de mi cuello, conectados al MP4, y de ellos salían una música suave, pero actual. Me acerqué al mostrador, lentamente. Es cierto que algunas personas, veteranos, ante todo, me miraban, sonreían y cuchicheaban entre sí cosas que, en verdad, poco me importaban. En realidad, con el tiempo aprendes a solo escuchar y darle importancia a las opiniones que tus verdaderos allegados tienen. Lo que digan los demás sobre tu forma de ser, vestir, reaccionar debe darte igual. ¿Qué les importará a ellos cuántos años tengas, si la novia te dejó, o cualquier otra nimiedad? Nunca di explicaciones, siempre guardé mi intimidad y la frase “No es de tu incumbencia” pasó, por lo menos durante en un tiempo, a ser la que más usé. Odio a la gente que se mete en la vida de los demás. ¡No os imagináis cuanto!
Mi estómago rugió, y no tardé en pedir un té de frutas del bosque, acompañado de una pequeña porción de tarta de queso. Me senté al lado de la ventana, separado, como no, de todos los demás. Algunas chicas, sin motivo aparente, me miraban y me señalaban discretamente (o lo intentaban). Claro está, ese tipo de detalles los pasaba por alto. Coloqué la taza encima de la mesa, y saqué la bolsita de dentro del agua, dejándola a un lado del plato donde estaba el trozo de tarta. Me arremangué un poquito. El tatuaje, ahora visible, me daba fuerzas, en cierta manera, para seguir adelante. Lo acaricié, respirando profundamente, y comencé a comer, observando el exterior. En todos aquellos días tuve pocas conversaciones, exceptuando la de los profesores, con los “compañeros”. Espero, verdaderamente, que en las próximas semanas la adaptación sea más llevadera.
Me coloqué los cascos, lentamente, después de acabar de comer. Bebí un poquito, sonreí, y me aislé de todo y todos. Comencé a tamborilear con mis dedos sobre la mesa. Chula se sentó a mi lado, y al verme, posó su patita derecha encima de mi pierna. La miré, y entendiendo lo que quería, la agarré, poniéndola a mi lado. Rápidamente, se acercó a la ventana y comenzó a “otear el horizonte”. Que mona era cuando se sentaba de esa manera. Patitas delanteras tensadas, cabeza hacia el frente, y su colita hacia atrás, quieta. De vez en cuando movía los ojos para mirar aquí o allá. La acaricié, y volví a lo mío. A mi té. A mis cosas. Podría decir que era la primera vez que tenía ganas, cien por cien, de tener a alguien con quien hablar. Un apoyo sólido en Jikan. Un cimiento, algo en lo que apoyarme por si fallaba algo.
Alan Looper- Magos
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